Queda claro que el poderío cartaginés se basaba en las riquezas que les proporcionaba el comercio. Su dominio se limitaba, en general, a un rosario de establecimientos costeros que únicamente se extendían tierra adentro cuando así lo imponían las exigencias del comercio mismo. Y esto fue lo que ocurrió a partir del siglo VI a. de C.: la competencia económica que ofrecían los griegos en el Mediterráneo occidental hizo que Cartago empuñase las armas para defender por la fuerza sus intereses comerciales. Recordemos los conflictos que dieron al traste con el reino tartésico e hicieron posible el dominio cartaginés en la zona libio-fenicia que se extendía al sur de Andalucía; o los que enzarzaron a cartagineses y sicilianos en las interminables luchas que mantuvieron durante décadas.
No creamos, sin embargo, que Cartago era la única potencia comercial. La agricultura tenía dentro de su economía una excepcional importancia. En la fértil llanura que riega el río Bagrad, junto a cuya desembocadura se hallaba Cartago, los millonarios cartagineses poseían grandes latifundios cultivados con métodos avanzadísimos para la época que denotaban un alto grado de racionalización. Los 28 libros de agricultura en los que el escritor Magón los había compilado fueron, en su época, el non plus ultra de la ciencia agronómica. El Senado romano, tan pronto tuvo conocimiento de ellos, ordenó que fuesen traducidos a la lengua latina, y hay que reconocer que los romanos fueron capaces de añadir mucho más a lo que ya habían hecho los cartagineses.
La tierra era trabajada por esclavos, reclutados entre la población libia, que vivía sometida a los señores cartagineses como en la Edad Media europea lo estaban los siervos de la gleba con respecto a los señores feudales. El poder económico y, en consecuencia, el político, estaba, pues, en manos de un pequeño grupo de ricos terratenientes, influyentes comerciantes y poderosos industriales. Estos tres sectores eran los que conformaban la aristocracia dominante, la cual se hallaba a su vez dividida en dos grandes partidos. En primer lugar estaba el partido agrario de los terratenientes, partidarios de convertir Cartago en una potencia continental a base de extender su poderío por el territorio africano. Al mismo tiempo eran adversarios de la política de expansión ultramarina, propugnada precisamente por el partido de comerciantes e industriales.
El alma de cada uno de estos partidos la constituían unas cuantas familias que eran las que realmente gobernaban el país a su voluntad, ocultas tras las "bambalinas" de unas instituciones formalmente tan republicanas como las de Roma. A la Asamblea Popular, formada por la población libre cartaginesa, le incumbía decidir en cuestiones supremas del estado; pero de hecho solamente intervenía cuando los círculos dirigents no conseguían llegar a un acuerdo entre sí. Era enconces cuando la Asamblea inclinaba la balanza del lado de aquellos que compraban su voto al más alto precio. La corrupción estaba, pues, a la odendel día, y hay que reconocer que la asamblea popular (ahora en minúsculas, pues hemos descubierto su funcionamiento), a pesar de ser la de un pueblo de comerciantes, llevaba demasiado lejos su espíritu mercantil.
Los movimientos democráticos jamás tuvieron una fuerza decisiva en el gobierno de Cartago. La causa principal radicaba en la ausencia de una clase media de artesanos, pequeños comerciantes o pequeños propietarios agrícolas que contrapesasen las fuerzas de los grandes grupos de presión (que hoy llamaríamos lobbies).
Además de la asamblea, había un Senado compuesto por 300 miembros, todos ellos vitalicios, que constituían el supremo órgano legislativo y que asumía las funciones de elegir periódicamente los magistrados a quienes confiar las tareas normales de la administración. Anualmente se elegían dos altos magistrados, llamados jueces o sufetas, que eran los jefes supremos del ejecutivo, a quienes, además, se encomendaba el alto mando del ejército y de la flota en tiempos de guerra.
Para saber más puedes leer HISTORIA ANTIGUA DE LAS ESPAÑAS siguiendo este ENLACE (zona euro) o este otro ENLACE (resto del Mundo)
No creamos, sin embargo, que Cartago era la única potencia comercial. La agricultura tenía dentro de su economía una excepcional importancia. En la fértil llanura que riega el río Bagrad, junto a cuya desembocadura se hallaba Cartago, los millonarios cartagineses poseían grandes latifundios cultivados con métodos avanzadísimos para la época que denotaban un alto grado de racionalización. Los 28 libros de agricultura en los que el escritor Magón los había compilado fueron, en su época, el non plus ultra de la ciencia agronómica. El Senado romano, tan pronto tuvo conocimiento de ellos, ordenó que fuesen traducidos a la lengua latina, y hay que reconocer que los romanos fueron capaces de añadir mucho más a lo que ya habían hecho los cartagineses.
La tierra era trabajada por esclavos, reclutados entre la población libia, que vivía sometida a los señores cartagineses como en la Edad Media europea lo estaban los siervos de la gleba con respecto a los señores feudales. El poder económico y, en consecuencia, el político, estaba, pues, en manos de un pequeño grupo de ricos terratenientes, influyentes comerciantes y poderosos industriales. Estos tres sectores eran los que conformaban la aristocracia dominante, la cual se hallaba a su vez dividida en dos grandes partidos. En primer lugar estaba el partido agrario de los terratenientes, partidarios de convertir Cartago en una potencia continental a base de extender su poderío por el territorio africano. Al mismo tiempo eran adversarios de la política de expansión ultramarina, propugnada precisamente por el partido de comerciantes e industriales.
El alma de cada uno de estos partidos la constituían unas cuantas familias que eran las que realmente gobernaban el país a su voluntad, ocultas tras las "bambalinas" de unas instituciones formalmente tan republicanas como las de Roma. A la Asamblea Popular, formada por la población libre cartaginesa, le incumbía decidir en cuestiones supremas del estado; pero de hecho solamente intervenía cuando los círculos dirigents no conseguían llegar a un acuerdo entre sí. Era enconces cuando la Asamblea inclinaba la balanza del lado de aquellos que compraban su voto al más alto precio. La corrupción estaba, pues, a la odendel día, y hay que reconocer que la asamblea popular (ahora en minúsculas, pues hemos descubierto su funcionamiento), a pesar de ser la de un pueblo de comerciantes, llevaba demasiado lejos su espíritu mercantil.
Los movimientos democráticos jamás tuvieron una fuerza decisiva en el gobierno de Cartago. La causa principal radicaba en la ausencia de una clase media de artesanos, pequeños comerciantes o pequeños propietarios agrícolas que contrapesasen las fuerzas de los grandes grupos de presión (que hoy llamaríamos lobbies).
Además de la asamblea, había un Senado compuesto por 300 miembros, todos ellos vitalicios, que constituían el supremo órgano legislativo y que asumía las funciones de elegir periódicamente los magistrados a quienes confiar las tareas normales de la administración. Anualmente se elegían dos altos magistrados, llamados jueces o sufetas, que eran los jefes supremos del ejecutivo, a quienes, además, se encomendaba el alto mando del ejército y de la flota en tiempos de guerra.
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