16 ago 2016

EL MOTIN DE ESQUILACHE (V)

Dediquémosle unos párrafos a comparar los hechos acaecidos durante el motín con los que luego sucedieron durante la revolución francesa de 1789.
En primer lugar hubo una acción de masas en todo el sentido de la palabra, con las calles ocupadas por la multitud y enfrentamientos con la guardia valona.  Hubo asimismo una marcha sobre el Palacio Real, sitiándole, humillando al rey y obligándole a firmar, una por una, las propuestas populares.  El monarca huye secretamente por los subterráneos del Palacio Real y se dirige a Aranjuez con su familia y Esquilache (políticamente el motín había ganado).
El programa de los sublevados fue presentado al rey por este orden: exilio de Esquilache y de los suyos; supresión de la comisión de subsistencias; bajada de los precios en cuatro cuartos; mantenimiento del traje tradicional; hispanización del ministerio; retirada de los guardias valones; vuelta del gobernador del Consejo, Rojas, a su obispado.
No se puede ni se debe pensar que el motín fuese organizado por los propios reformadores ni tampoco por los contrarrevolucionarios, entre otras cosas porque si el motín era de inspiración antirreformista y clerical, su victoria fue de la talla de Aranda, Roda, etc, expulsores de los jesuitas.  Esto dice mucho.  Por otra parte no se necesita buscar intrigadores políticos por el hecho de que estos movimientos tengan repercusiones políticas.
Estos motines de 1766 constituyen un episodio más de la revolución burguesa, con típicas características españolas y madrileñas, motines que a veces son aprovechados por los reformadores y a veces por los reaccionarios.  Debemos añadir que si la revolución burguesa, bajo la forma de despotismo ilustrado, fue verdaderamente atacada en marzo de 1760, se defendió bien, a base de sanciones y de toda una serie de precauciones.
Los motines de provincias -y se dan por docenas casi simultáneamente- tienen un carácter mucho más económico, y por tanto, mucho más social, lo cual, a su vez, explica que los amotinados sufrieran ejecuciones más anónimas pero más masivas.
Los amotinados -claro está- no atacan en las provincias a los ministros ni a los representantes políticos, sino a los responsables económicos: intendentes y grandes comerciantes, considerados como acaparadores de granos.
Cabe pensar que, como en Madrid, las libertades eclesiásticas, permitiendo las concentraciones de hambrientos y justificando sus quejas, crearon un buen terreno de agitación social.  Pero esto no significa complot.
En los motines de provincias, repetimos, se ataca a la autoridad económica, por considerarla cómplice y responsable de su miseria.  El castigo a los urureros es su objetivo, y queda documentado en numerosas frases como éstas:

"Quemar a los usureros, saquearlo todo, pues tenemos derecho los pobres."
"La usura es el robo del pueblo."

El hijo del intendente de Zaragoza se ofrece como víctima, pero los amotinados contestan:

"No queremos la vida, que es de Dios, queremos lo que es nuestro."

Podríamos calificar de extraña e ingenua la actitud de los amotinados para con el gobernador, mientras sguen quemando y destrozando los objetos de las casas del intendente y de los usureros, como en Zaragoza.  Aquí, el que dirige el motín es un estudiante, quien pide al representante del rey, en nombre del pueblo, castigo para los usureros, imposición de la tasa del pan, que éste se venda a horas fijas, etc.  La autoridad cede a estas reivindicaciones, aunque luego colgará a más de una docena de cabecillas. Los que ponen en movimiento las grandes máquinas de estas agitaciones son las débiles mujeres y los niños, que suelen tener un influjo electrizante.
Nada de complot por tanto.  Son motines de subsistencia, lo mismo en Zaragoza que en más de 50 ciudades y pueblos grandes de toda España.
Ésta es la imagen de la lucha de clases en la España de las Luces.  En la base, en las estructuras profundas, sigue existiendo la contradicción fundamental entre el campesino y el señor, el campesino y el diezmero, el campesino y el usurero.  A cada crisis de subsistencias -y no son escasas-, el campesino pobre se hace vagabundo, engrosa las masas urbanas, se convierte en fermento revolucionario.  Pero esto es tan frecuente, tan habitual, que los remedios no son menos clásicos que las causas: caridad del clero, reglamentación autoritaria de los precios y la "horca" para los "cabecillas" a modo ejemplarizante.

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