
En 1709 la gente salía al campo a comer lo que agarraba; se caían muertos por las calles; los difuntos no cabían en las iglesias y había que enterrarles en los campos; en Sevilla, en dos días murieron 10 personas y otras resultaron graves por el solo hecho de apretujarse en las filas que se formaban frente al palacio arzobispal a pedir limosna. En este sentido hay que explicarse el motín de Esquilache.
Cabarrús recuerda la epidemia que diezmó La Mancha en 1786:
"La esterilidad de las cosechas se había combinado con la epidemia de las tercianas para asolar aquella infeliz Mancha, tan cruelmente angustiada por todos los géneros de opresión, que devastan como a porfía los comendadores, los grandes propietarios, la chancillería, el clero y los tributos, con la mayor desproporción entre lo que se exige de ella y lo que se le restituye. He visto entonces centenare de sus infelices moradores en el instante inmediato a las cosechas correr de lugar en lugar, y afanarse a llegar mendigando hasta Madrid: el padre y la madre cubiertos de andrajos, lívidos, con todos los síntomas de la miseria, de la enfermedad y de la muerte, y los hijos enteramente desnudos y extenuados. Muchos conseguían venir a morir en los hospitales; otros expiraban en el camino. Y me parece que estoy viendo todavía uno de esos infelices muerto al pie de un árbol, inmediato a la casa en que me hallaba. La fuerza de la enfermedad y del hambre había acallado en la madre y en los hijos los gritos de la sangre: rodeaban el cadáver yerto de su marido y padre sin lágrimas y sin ninguna de aquellas expresiones dolorosas que alivian el propio sentimiento; su actitud, su silencio anunciaban la calma horrible de la desesperación."
Los únicos que aguantaban eran los labradores fuertes, que almacenaban hasta 10 cosechas y empeñaban sus alhajas, hasta que venían las vacas flacas y entonces vendían al precio que querían. Éstos eran también los miembros del clero y la nobleza, que más que labradores eran fuertes perceptores de rentas.
Las oscilaciones de precios a quien perjudicaban era al pobre campesino, tanto si los precios subían como si se envilecían. Hubo años en que la fanega de trigo subió a 120 reales y años en que bajó a ocho. Mientras tanto, los jornales de los trabajadores agrícolas apenas se alteraron entre el año 1680 y el 1800. Oscilaron siempre entre dos y tres reales y largas jornadas de trabajo.
El problema social del campesino hay que verlo también en el municipio, donde el tándem propietario de la tierra y regidores municipales era más fuerte y efectivo que las normas sociales que se pudieran dictar desde el gobierno central. En Madrid se habla, pero en las zonas rurales no se oye o no se escucha.
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