29 abr 2016

LOS NÚCLEOS LITORALES EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII

Ya hemos visto que la periferia no había conocido la concentración de tierras y rentas típicas del interior. Registraba un aumento de producción y del número de hombres más alto que el castellano. La baratura del trigo en la costa coincide con la intensidad de este crecimiento. Un comportamiento similar, aunque con diferencias, se percibe en Cataluña, costa levantina, Málaga, Cádiz, Galicia, Asturas, Santander, Vizcaya y Guipúzcoa.
No hay duda de que los ahorros del campo pasaron a las ciudades por medio de transferencias regulares y directas en espcie y en dinero. Las ciudades y los puertos toman el relevo, lanzándose sus burguesías a aventuras mercantiles por el Mediterráneo, Europa y América.
Hablemos de los catalanes. Veamos lo que Larruga dice de ellos:

"Los que aman la pereza, los que se avienen con la desidia y los que quieren hacerse ricos con poco trabajo a costa del descuido de sus convecinos, no se avienen bien con los establecimientos que hacen los catalanes fuera de su principado; pero las gentes sensatas aprecian a estos hombres, a quienes miran como hermanos y buenos españoles".

Ésta es una de las muchas pruebas de que los catalanes penetraron en Castilla, drenando y articulando la economía interna. Hay catalanes en toda España y no hay quienes les hagan seria competencia. En Galicia habrá unos 17.000 catalanes, quienes darían nacimiento a la industria de la elaboración de conservas pesqueras gallegas.
Entre el año 1730 y 1760, Cataluña supo aprovecharse del alza general de los precios e invertir en las explotaciones agrarias, las transacciones locales, el comercio internacional y la industria. En las épocas siguientes, Cataluña pasó a las realizaciones, capitalizando los recursos del país. A finales del XVIII, los salarios pagados en Barcelona duplicaban a los de Madrid.
Barcelona, Vich, Olot, Reus, Mataró, Ripoll, Solsona... tenían las bases de lo que será el triunfo del sistema fabril y de la producción en gran escala. En 1792 se habla de 80.000 trabajadores en la industria algodonera catalana y de 200 millones de reales como valor de las manufacturas algodoneras exportadas a América. Todos los informes de los viajeros que pisan la ciudad Condal hablan econmiásticamente del trabajo, de los artefactos maquinistas, del industrialismo de la zona. Las actividades mercantiles van a la par, como lo demuestran las instituciones comerciales y financieras y las numerosas sociedades de seguros que surgen en el siglo XVIII.

En cuanto a Valencia, la industria sedera la convertirá en un centro floreciente. Contaban con 800 telares de seda en el año 1718; en 1789 ascendían a 5.000, más 300 máquinas de hacer medias. Achantarán a la industria sedera francesa, con epicentro en Lyon, y terminarán haciéndola decaer a partir de 1770. En Valencia ocurre también un fenómeno bastante normal: los comerciantes dominan a los artífices de la seda, ya que son los primeros quienes proporcionan la seda a los segundos.

En Bilbao la burguesía terminará eclipasndo a la nobleza y los comerciantes también se impondrán sobre los industriales metalúrgicos, en franca expansión. Guiard nos hablá así del Bilbao de finales del siglo XVIII:

"La dependencia en que tenía el tráfico de hierro con el suyo que labraba y el que se le añadía de los pueblos del señorío, el próspero comercio de las lanas, el trato con las Indias, ahora más facilitado, y la explotación de sus pesquerías, mantuvieron suficientemente la pujanza mercantil de la Villa: la posición de nuevas industrias en su territorio, principalmente las construcciones marítimas, tenerías y el crecimiento de su comercio con los puertos extranjeros, dieron aún mayor resonancia a la negociación de la Villa, la cual ascendió en importancia, de manera que, al final del siglo, se tenía en mayor estimación que se había conseguido".

Contribuían también en esta rica región el gobierno autónomo y su próspera agricultura.

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