
El horizonte era sombrío, pero se le consideraba como el último de los desastres de los siglos XVI y VII. Se pondría calor en un optimismo, en una regeneración y en un cambio de mentalidad, que suponía el trasvase de la España aburrida y senil de los Austrias (también enferma) a la joven y alegre (aunque mutilada) España de los primeros Borbones.
Antonio de Béthencourt, conocedor de esta situación, escribe:
"Un espíritu sano, optimista y regenerador, que la mayoría de los historiadores han atribuído a la nueva dinastía, brota, tan pronto la guerra de sucesión ha terminado; incluso en el transcurso de la aniquiladora contienda. Pero también debemos pensar, y particularmente lo encuentro más sensato, en un cambio de mentalidad en los españoles de la época, que podemos reducir a los siguientes rasgos: Abandono definitivo de los ideales ecuménicos. Imposibilidad de vivir encerrados en sí mismos. Análisis del potencial humano y económico de la monarquía, una vez reducida a los reinos peninsulares y al Imperio indiano. Reforma radical en la organización de la estructura administrativa, en busca de una mayor eficacia. Centralización del país. Creación de nuevas fuentes de riqueza. Importación de técnicas y métodos extranjeros. Finalmente, un sano optimismo ante el futuro".
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