
La ascensión de los validos supuso la simultánea pérdida de importancia de los secretarios reales. En adelante, quedaron reducidos a simples burócratas. A los secretarios, como escribió el mencionado Bermúdez de Pedraza, "les quedó el nombre y la pluma, privados de la acción principal de negociar y resolver a boca con Su Majestad las cosas más graves".
Pero aún había otro factor que influyó en la aparición del valido: el creciente interés de la clase aristocrática por participar en las tareas políticas. Como en tantas otras ocasiones se ha apuntado, la aristocracia peninsular había sido apartada del gobierno desde los tiempos de los Reyes Católicos, de modo que tanto bajo Carlos V como bajo Felipe II no habían tenido poder decisorio en la orientación de la política de la Corona. Su poder económico, sin embargo, no sólo no se había restringido, sino que había ido en aumento. Las mismas dificultades económicas por las que habían atravesado los mencionados soberanos habían dado ocasión a la nobleza a enriquecerse más y más por diversos caminos. La venta de cargos, la compra de tierras a los campesinos arruinados, las múltiples maniobras de que en otros lugares se ha hecho mención, acrecentaron más y más las riquezas de la aristocracia. Paralelamente a este aumento de su poder económico, aparece en los albores del siglo XVII la disposición de la aristocracia a hacer frente a las directas responsabilidades del gobierno, cuando la realeza, por apatía, le dejó la puerta abierta.
La aparición del valido marca la victoria de la aristocracia en su intento de monopolizar la corona. El valido se convierte en la cumbre de un sistema en el que la aristocracia que se agrupa en torno a él domina sobre el resto de la población, donde las clases medias tienen cada vez menos importancia, una sociedad donde los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. A la sombra del valido prolifera un amplio grupo de clientes, protegidos y paniaguados. Cuantos desean prosperar en España acuden al valido en demanda de lo que no pueden conseguir directamente del rey. El valido les atiende, para ganarse el apoyo de un sector que, a su vez, impedirá su caída y permitirá su permanencia en el valimiento. Los clientes se convierten en validos del valido, en favoritos del favorito, y así detrás de cada valido se arracimaron cuantos intentan hacerse valer en el favor del rey. La misma realeza llega a convertirse en un nuevo espectador de lo que en torno suyo realizan sus validos. En tiempos de Felipe II, el favor real, dispensado simultáneamente a varios personajes, había permitido al rey mantenerse independiente, mientras sus ministros luchaban entre sí por predominar. A partir de Felipe III, y bajo los reinados de sus sucesores, los reyes se convierten en las víctimas de sus validos y, últimamente, en juguetes de las facciones aristocráticas que luchaban por alcanzar el valimiento. Los aristócratas, en efecto, abandonan sus retiros campestres, en los que les había recluido la política de los primeros Austrias, y asaltan la corte, aglomerándose en torno al rey para disputarse su benevolencia. Las diversas facciones lchann por desbancar al favorito de turno e instalar a su propio candidato en el corazón del monarca y en el centro de la dirección de la monarquía. Como observó fray Antonio de Guevara, éste sería el máximo interés político de los cortesanos de su época:
"Veo que la mayoría de los cortesanos juran, blasfeman, murmuran y gruñen sobre los males y los malvados de la corte. Pero estoy seguro de que su descontento no procede de los vicios que practican, sino del simple hecho de que sus rivales prosperan en el favor del rey y ellos no"
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