
En julio de 1521, las tropas del virrey se enfrentaron en Gandía a las milicias agermanadas. Bajo las bandera reales militaban, no obstante, muchos traidores. Al llegar el momento decisivo, la artillería real y muchos de los castellanos que iban con el rey se pasaron al enemigo. Las Germanías, dirigidas por Vicente Peris, derrotaron al marqués de Mélito en Gandía. Casi todo el sur del reino de Valencia cayó en sus manos. En seguida se reorganizaron para lanzar un segundo ataque contra la región norte, donde los caballeros habían armado a los moriscos y se habían adueñado de Castellón de la Plana. Al mismo tiempo, el conflicto comenzó a extenderse a las islas Baleares, donde los agermanados constituyeron una junta de los Trece en Palma de Mallorca.
En estas circunstancias surgió la división en el seno de las Germanías, fomentada por parte de los ciudadanos que, alarmados por la violencia de los hechos, ofrecieron su apoyo a un hermano del virrey para que dominase la situación. La acción conjunta de las tropas de la nobleza, de las que se enviaron desde Castilla al virrey y de las que controlaba su hermano en Valencia misma dieron a traste con la rebelión de las Germanías. Sólo resistieron algunos focos, entre ellos Alzira, donde Vicente Peris dominaba la situación. Su atrevimiento le llevó a entrar en Valencia; pero las tropas reales pusieron fuego a su casa y Peris murió en el tumulto. En Játiva resistió un misterioso individuo, llamado "El Encubierto", que decía ser el príncipe don Juan, primogénito de los Reyes Católicos. Las autoridades pusieron precio a su cabeza y el Encubierto fue asesinado por dos cazadores de recompensas. Cuando Carlos volvió de Alemania, la guerra de las Germanías a había terminado. El virrey, contra todo lo que se esperaba, se mostró sumamente generoso con los culpables; pero Carlos, aconsejado por la nobleza del reino, decidió un cambio completo de actitud. La desobediencia mostrada al virrey al comienzo de los tumultos la sintió el monarca como una ofensa personal. En consecuencia, nombró nuevos virreyes en las personas de doña Germana de Foix y de su nuevo esposo, el marqués de Brandemburgo, a quien se nombró capitán general del reino. La represión fue implacable. La persecución afectó a cuantos habían formado parte de las juntas de los Trece y también a los principales cabecillas populares. Mas de 800 fueron los ejecutados, muchos de ellos por descuartizamiento. Las multas fueron también numerosísimas y afectaron a las principales ciudades agermanadas, a los gremios y a algunos personajes complicados, como mosén Monfort, que debió pagar 12.000 ducados para evitar que lo descuartizasen. Las pérdidas humanas fueron enormes. La peste se llevó por delante no menos de 20.000 personas. En la guerra, entre moriscos y cristianos perecieron cerca de 12.000 más.
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