7 may 2015

CISNEROS, EL REFORMADOR (I)

En 1436 nació, en una familia de hidalgos avecinada en Torrelaguna (Madrid) un niño al que pusieron por nombre Gonzalo. Aprendió las primeras letras en Roa y, luego, protegido por don Beltrán de la Cueva y su esposa, señores de aquellas tierras, estudió en Cuéllar y Salamanca artes, algo de teología y derecho civil y eclesiástico, disciplina en la que obtuvo el grado de bachiller.
El joven, inteligente, enérgico y ambicioso, marchó a Roma, donde ejerció como abogado en la Curia Romana y se ordenó sacerdote. Sin embargo, su carrera curial se vio truncada repentinamente: su padre había muerto en España y Gonzalo tuvo que regresar para hacerse cargo de su madre y sus hermanos. Para asegurar su porvenir se trajo de Roma unas letras expectativas, es decir, un documento expedido por la Curia Romana por el que, a cambio de cierta cantidad de dinero, obtenía el derecho a ocupar la primera vacante que se produjese en la diócesis de Toledo, sin que el obispo de la misma pudiera oponerse a ello. La costumbre de conceder tales expectativas, severamente condenada por el tercer Concilio de Letrán en 1179 como verdaderamente inmoral, persistía por obra de los mismos papas que tenían en ellas una rica fuente de ingresos y un medio seguro de recortar los derechos de los obispos.
Gonzalo se enteró de que el acipreste de Uceda había caído en excomunión y que, en consecuencia, debía ser despojado de su cargo. Ésta era su oportunidad; denunció el hecho y exhibió sus expectativas, exigiendo que le entregaran a él el arciprestazgo. El arzobispo Carrillo, que a la sazón lo era de Toledo, no era de la misma opinión: aquel puesto lo tenía reservado un pariente suyo. El choque entre aquellas dos tercas personalidades fue épico. El arzobispo hizo prender al clérigo y lo encarceló primero en la fortaleza de Uceda y luego en el castillo de Santorcaz.
En las mazmorras de la prisión tuvo Gonzalo ocasión de estudiar, orar y reflexionar sobre la orientación que debía dar a su vida futura, y así cuando al cabo de unos años Carrillo se acordó de que existía e inexplicablemente le ofreció el cargo al que aspiraba, Gonzalo cambió de diócesis, acogiéndose a la de Sigüenza, donde su obispo, el cardenal don Pedro González de Mendoza, le nobró vicario general. Esto ocurría por los años en que empezaban a reinar los Reyes Católicos.
La carrera de Gonzalo ofrecía brillantes perspectivas cuando, en 1484, lo abandonó todo y pidió ser admitido como novicio en el convento de San Juan de los Reyes, de Toledo, encomendado por los reyes a los franciscanos observantes. Al año siguiente hizo su profesión religiosa, cambiando su nombre de pila por el de fray Francisco Jiménez de Cisneros, con el que sería conocido en adelante. Es casi un tópico el retrto que de él nos presentan algunos historiadores coetáneos: "Hombre de pocas palabras, da carácter llano y sencillo, pero un poco áspero, inflexible, enérgico, emprendedor, serenamente intrépido y con el alma llena de altísimos ideales". Desde luego, la fuerza de aquel temperamento que se había enfrentado con Carrillo no había disminuído con los años, los desengaños ni el nuevo régimen de vida que se había impuesto. Solamente se encauzó por derroteros distintos de los iniciales, por los que avanzaría con no menos decisión que en los primeros.
Durante siete años Cisneros vivió entregado por completo a la vida de los más estrictos observantes franciscanos, primero en Castañar (Toledo) y más adelante en La Salceda (Guadalajara), en cuyo convento de Scalacaeli, fray Pedro de Villacreces había iniciado años antes la reforma franciscana. Cisneros fue elegido guardián de La Salceda y allí se dedicó a la oración y al estudio de las Sagradas Escrituras, llevando como sus hermanos religiosos una vida austerísima en aquellos solitarios lugares (no comían carne ni bebían vino, andaban descalzos y dormían vestidos...).
Al conquistarse Granada, la reina, como se ha dicho, nombró arzobispo de la misma a su confesor, fray Hernando de Talavera, y pidió consejo al cardenal Mendoza para que le ayudase a buscar un sustituto. Mendoza propuso a Cisneros, que se negó al principio y sólo aceptó bajo la condición de que no se le obligara a residir en la corte, sino en el convento más cercano al lugar donde estuviese la misma. Aquí comienza la carrera de Cisneros, que de humilde fraile mendicante llegó a gobernar el reino de Castilla.

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