18 ene 2013

EL CARTAGENERO SAN ISIDORO DE SEVILLA

La invasión de los bárbaros produjo la casi total desaparición de la cultura romana, cuyos últimos vestigios se guardaron en las iglesias y monasterios cristianos.  A pesar de ello los godos no conservaron mucho tiempo su propio idioma, pues adoptaron el latín, al menos para los usos oficiales, según se dijo, pero dejando en el vocabulario latino gran número de voces góticas (tales como bandera, batalla, trompa, guerra, cama, riqueza... y otras que acabaron enriqueciendo nuestro fascinante español), que, juntamente con las de origen celtíbero, aún usadas por el pueblo (camisia, mantelia, burgos, aldeas, círculos, cuchillos...), contribuyeron, como decimos, a la formación de la rica lengua castellana.
Durante la dominación arriana fue imposible que el clero católico hiciera gala de su saber, pero después sus miembros escribieron algunas obras, principalmente morales y teológicas, que no pueden ser ninguneadas por los estudiosos de la historia.
A la época de la invasión pertenecen los cronistas Paulo Orosio (nacido en Tarragona a principios del sigo VI), Idacio (nacido en Lamego) y Juan de Bíclara (nacido en Santarén y obispo de Gerona a finales del siglo VI).  Pero la cultura propiamente visigoda comienza durante el reinado de Leovigildo, con San Leandro, metropolitano de Sevilla, que tanto contribuyó a la conversión de los arrianos al catolicismo y de quien se conservan algunos escritos morales y dogmáticos.
Sin embargo, fue San Isidoro (570-636), hermano de San Leandro y sucesor suyo en el arzobispado de Sevilla, el gran organizador de la Iglesia española de esta época.  San Isidoro presidió el IV Concilio de Toledo, y fue además historiador y músico notable.  Escribió la "Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum" y el "Liber de viris ilstribus", a través del cual han podido conocerse los caracteres de los personajes famosos de este período.
Mas su fama inmortal se debe, sobre todo, a su grandiosa obra titulada "Etimologías", que escribió para la enseñanza, y en la que se resume todo el saber de los antiguos, que de este modo, a través de sus veinte libros, fue conocido en la Edad Media.
A la escuela isidoriana pertenecen los arzobispos de Zaragoza, San Braulio y Tajón.  Célebres son también los metropolitanos de Toledo, San Ildefonso y San Julián, teólogo y poeta insigne el primero e historiador de gran mérito el segundo.
San Isidoro constituye la figura central de toda la cultura hispanovisigoda y especialmente llena el siglo VI.  De una portentosa erudición no se limitó, sin embargo, a cultivar la ciencia en numerosas ramas del saber, sino que fue, además, hombre de gran influencia en la sociedad de su tiempo.  Su grandeza no la hallamos sólo en sus obras, con ser muchas, sino también en la  forma como procedió al frente de su silla episcopal hispalense y en su misma muerte que, relatada por un clérigo contemporáneo, nos da en cierto modo la medida de esta grandeza del santo y del sabio.
Al sentirse morir, rogó San Isidoro ser llevado a la basílica de San Vicente y allí, rodeado de otros dos obispos, de monjes, clero, magnates y enorme muchedumbre, en el día del Sábado Santo cubrió de ceniza su cabeza, púsose un cilicio, hizo confesión pública, recibió la Eucaristía y dando el ósculo paterno expiró en la paz del Señor.
Repetimos que San Isidoro fue muy fecundo escritor y sus obras, innumerables, puede clasificarse en seis grupos: filosóficas, históricas, gramaticales, literarias, teológicas y enciclopédicas.  De entre todas sobresalen las "Etimologías" con cuya obra, según se dijo antes, se propuso hacer una enciclopedia de todas las ciencias, ilustrando cada rama del saber de su época.
San Isidoro representa en el siglo VII lo que otros grandes sabios representaron en la Francia de Carlomagno, en el siglo VIII, o en la Alemania del siglo IX o en la Gran Bretaña del citado siglo VII.

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