7 dic 2012

ARQUITECTURA IBÉRICA

En principio, los íberos concentraron sus principales inquietudes artísticas en los santuarios y las necrópolis, con menor interés en los centros de habitación.  Es verdad que la información que poseemos puede estar algo sesgada por las limitaciones que tenemos al estar perdidos gran parte de los vestigios de casi todos ellos, a menudo por la continuidad de la ocupación en etapas históricas posteriores, que no son sino consecuencia de la estabilidad y capacidad de perduración de las culturas urbanas.  Los hallazgos, no obstante, como el muro de aterrazamiento en el Cabezo de San Pedro en Huelva, datable en el siglo VIII a.C., documenta una temprana presencia de obras públicas de cierta envergadura en ciudades tartésicas.  Nuevos estudios ponen de relieve que los íberos sí que tenían cierta preocupación por los espacios públicos, desde las calles hasta las plazas y edificaciones de cierta relevancia.  Cabe destacar el descubrimiento del asentamiento ibérico de la Isleta de los Baños, en el Campello (Alicante), de edificios del siglo IV a.C. de probable carácter religioso imbricados dentro de una trama urbanística plena.  Esto nos lleva a deducir, efectivamente, la presencia en las poblaciones ibéricas de templos y edificios públicos de relevancia dentro de las ciudades, lo cual aleja la idea de la existencia de templos o santuarios exclusivamente en parajes naturales.
Con eso y todo, la arquitectura sigue siendo bastante modesta, basada fundamentalmente en zócalos de piedra sin labrar, alzados de tapial o de adobe, estructuras de madera y cosas así.  A diferencia de lo que ocurre en las grandes civilizaciones mediterráneas, los íberos nunca emplearon tejas cocidas en las techumbres, ni otros elementos arquitectónicos de terracota, funcionales o decorativos, como por ejemplo fueron tan frecuentes en Etruria.  En ciudades y poblados apenas podemos hacer mención del uso de procedimientos o elementos arquitectónicos de calidad o de prestigio (columnas, capiteles, sillares, etc...).  Sólo en tiempos recientes, en la época helenística e incluso romana, con el impulso de la vida ciudadana, se advierten señales de la entrada en los poblados de ciertos elementos de alto nivel arquitectónico, fruto quizás de una sensible aculturación.  Aun así, nunca se empleó el mármol como material de construcción, cuyo uso no llegaría hasta los tiempos de la dominación romana.
En sus núcleos de habitación, los íberos volcaron su creatividad y esfuerzo en la construcción de murallas.  La importancia de la defensa y el valor emblemático como expresión de poder que conferían estas construcciones las hicieron preferentes, especialmente en centros de tradición tartésica.

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