El comercio español, durante la guerra colonial anglo-francesa, estaba sufriendo serios perjuicios. España reclamó por estos ataques a su marina mercante. El gobierno francés atendió estas quejas; no así el inglés, quien se mostraba deliberadamente tolerante con sus corsarios.
La declaración de que el pabellón cubre la mercancía, para eliminar la disculpa que los corsarios solían aducir de que los barcos españoles transportaban géneros franceses, era ineficaz.
Más grave era que los ingleses violasen la neutralidad del rey de España, capturando barcos franceses en aguas peninsulares, o dando muerte a merineros españoles a manos de corsarios ingleses, como ocurrió varias veces. El ministro inglés Pitt reconoció las reclamaciones españolas, ante la pasividad de los tribunales de Inglaterra; pero no puso los medios para evitar que los atropellos siguieran y aumentaran durante el reinado de Carlos III.
Enumerando quejas, podemos señalar que España era desplazada de la pesquerías de Terranova, donde tenía derechos de pesca. El bacalao allí pescado era necesario para el consumo nacional; además era una buena escuela de prácticas para los marinos españoles. Pese a no renunciar a este derecho, los baros del Cantábrico eran apresados y les impedían violentamente el ejercicio de dicho derecho, reconocido en 1721.
Otro motivo de roce era el establecimiento inglés en el golfo de Honduras, donde se habían refugiado los corsarios de palo de tinte o campeche, sirviéndose de los indios mosquitos, rebeldes a las autoridades españolas. Los ingleses habían prometido abandonar estas posesiones, ante un peligro bélico, en 1752; mas lo que hicieron fue construir fortalezas y artillarlas. Las argucias de Pitt indignaron a Fernando VI.
En 1759 y 1760 los ingleses seguían haciendo presas de barcos españoles, y no sólo sus corsarios, sino también la propia marina real. Francia, cabe suponer, trataba de irritar al gobierno español, presentándole estos enojos y el peligro inglés.
Carlos III envía a Londres al embajador conde de Fuentes para que arregle estas diferencias territoriales y comerciales y, si no, para que amenace con la entrada de España en la guerra. Pitt no parecía temer a España; alarga las conversaciones, y no cede en nada. El peligro inglés en Centroamérica era grave, y se estaba demostrando que el atónico aislamiento de Fernando VI no daba buenos resultados frente al imperialismo británico. el sentir oficial español a finales de 1760 era éste: "Acabadas las palabras, quedaba únicamente el recurso de las obras".
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