Tras el motín de Esquilache surge la compañía antijesuítica dirigida o consentida por todos los miembros del gobierno: Campomanes, Aranda, Floridablanca, Tanucci, Grimaldi, Múzquiz, Fuentes, Ventura, Figueroa, Agustín de Llano, Arriaga, Ceballos... Es una campaña bien preparada. Monseñor Vicenti refleja bien estos momentos anteriores a la expulsión:
"Contra los jesuitas se oye ahora más que nunca hablar con entera libertad. Se sigue tratando de imputarles delitos enormes; se les da por autores de mil sátiras y escritos sediciosos aquí publicados contra la rigurosa prohibición que los vedaba y se da por argumento de ello que los tales papeles no salen, ya ahora, después de su expulsión. Se dice también que si ésta se hubiera diferido algo más y se hubiese esperado a que los jesuitas llegasen a sospecharla, se habría visto entonces arder todo el reino en una gran conflagración."
Se puede afirmar que el rey y los ministros no son unos imprudentes. Por supuesto, tampoco obran por odio contra la Iglesia católica. Esto miso se puede decir de los obispos de Palencia, Barcelona, Salamanca, Ávila, Córdoba de Tucumán, Tarazona y Albarracín, que, como participantes del Consejo Pleno, votan la expulsión y se felicitan por ello.
En 1769 se consultó a 56 obispos sobre el caso de la expulsión; 42 eran partidarios de ella; seis se abstuvieron y ocho votaron en contra. Esta votación queda más clara si decimos que de 40 obispos estudiados, 15 lo eran ya antes de Carlos III y 25 lo fueron después. De los 15 anteriores, 12 aplauden la expulsión y tres son contrarios. De los 25 posteriores, 20 la aplauden y cinco se oponen.
Vemos, pues, que las proporciones son parecidas entre los obispos nombrados anterior y posteriormente a Carlos III.
Hay que subrayar que votan la expulsión personajes de ideas y en situaciones muy heterogéneas, lo que prueba la opinión unánime en torno al problema debase: al lado de los generales de los agustinos y dominicos, padres Valdés y Boizadors, y de los inteligentes y virtuosos obispos de Barcelona y Salamanca, José Climent y Felipe Bertrán, tenemos a Campomanes, Aranda, Moñino, Roda...
Hasta el prudentísimo padre Flórez escrique en aquellos momentos su "Delación de la Docrtirna de los intitulados jesuitas contra el dogma y la moral".
El privncial de los escolapios de Aragón escribirá que los jesuitas se dedicaban a propagar la sedición en sus penitentes, como pretexto de dirigirles sus conciencias.
El agustino Font de Lugo calificó a la Compañía de Jesús de "árbol podrido"; a sus miembros, de "maestros de moralidad perniciosa y máximas engañosas", y a sus colegios, de "Catedrales de pestilencia".
El citado padre Vázquez les llamará "enjambre de abejas infernales" y colaborará en la extinción de la más equeña semilla de esa "raza perniciosa".
En el opúsculo titulado "Retrato de los jesuitas", el autor se pregunta: "¿Se conoce acaso cosa alguna más relajada, más corrompida y más horrible que la moralidad de estos padres?" Esta moral jesuítica separa en una misma persona al hombre del cristiano. Y concluye: "¿Quiénes de los jesuitas, Lutero o Calvino han causado más daño a la Iglesia cristiana?".
Todo esto demuestra dos cosas. En primer lugar el conflicto estudiantil entre "colegiales" y "manteístas" se soluciona con la victoria de éstos últimos. Hay una victoria también del regalismo sobre el ultramontanismo, y de la plebe y baja nobleza sobre la aristocracia hacendada. En segundo lugar, toda esta corriente unánime en contra de la Compañía de Jesús lleva a Carlos III a pedir a Roma la extinción de raíz de la orden. La petición es hecha por los obispos de Burgos, Zaragoza, Tarazona, Orihuela y Albarracín, como miembros del Consejo Pleno, en 1768. La machacona presión diplomática obligó al Papa a declarar extinguida la Compañía de Jesús en 1773.
¿Cuántos salieron? El total de expulsados pasaba de 5.000; de éstos, más de 3.000 eran sacerdotes jesuitas. Entre los émulos de Ignacio de Loyola y Francisco Javier figuraban algunos misioneros virtuosos y hombres de prestigio cultural, como Burriel, Masdeu, Eximeno, Arteaga e Isla, autor del famoso "Fray Gerundio", obra significativa para entender algunos aspectos del problema.
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