Vamos viendo una nobleza con escaso poder político, pero bien fundamentada económica y socialmente. Sus recursos son cuantiosos. Perciben numerosos tributos en dinero y en especie; los réditos que devengan de sus propiedades son muy variados; aprovechan el trabajo gratuito de los colonos; monopolizan la mayoría de los productos. Podría incluso ocurrir, rara vez, que un señorío resultara antieconómico. Entonces todavía cabía una posibilidad: arrendar los derechos de señorío a un particular, con lo que el que lo arrendaba se esforzaba en obtener beneficios, pero a base de un trato durísimo a los vasallos del señor.
Una serie de datos inconexos nos pueden servir para ilustrar esta exposicion de la opulencia nobiliaria:
Cuenta el viajero Rowsend, aunque es exagerado, que los duques de Osuna, Alba y Medinaceli poseían la provincia de Andalucía, y el último de estos reclamaba por herencia la mayor parte de Cataluña. El duque del Infantado tenía extensísimas tierras en La Alcarria y Guadalajara. Además de domésticos, ciertos grandes de España tenían múltiples clientes personales, como las casas de Medinaceli y Altamira, que poseán más de 300 cada una. El duque de Medinaceli empleaba 30 contables en Madrid y numerosos empleados en sus fincas, para que atendieran sus negocios. A este duque, sólo las pesquerías de atún le proporcionaban una renta de un millón de reales al año. Claro que debía a los Gendre, joyeros franceses en Madrid, 1.650.000 reales. Y es porque los grandes gastan porque no encuentran donde invertir productivamente sus enormes rentas; no comercian porque está mal visto; no prestan dinero porque la usura está sancionada por la Iglesia; las inversones rurales y urbanas dan poco; etc.
Así pues, construyen, acumulan, reparten, compran señoríos, fundan capellanías, etc. ¿En qué, sino, iba a emplear sus fabulosas rentas el duque de Alba, por ejemplo, quien percibía 500.000 ducados anuales (las mayores de España), o sus 80.000 el marqués de Santa Cruz?
El conde de Aranda percibía una renta anual de 1.600.000 reales, más lo que le proporcionaban sus cargos políticos. Ambos ingresos le invitaban a una prodigalidad extraordinaria.
El marqués de la Ensenada, por descubrirle alguna de sus cosillas, poseía:
-6.000 pesos en alhajas de oro y brillanes.
-276 cubiertos de plata con un valor de 3.312 duros, a más de otras cuberterías.
-4 uniformes de marina.
-2 uniformes de general.
-26 trajes.
-100 camisas y otras ropas.
-60 manteles.
-9 escopetas.
-3.000 libros.
-140 cuadros de Rembrandt, Teniers, Rubens, Velázquez, etc.
Incluso en una ocasión regaló a Carlos III 30 caballos andaluces y 24 escopetas.
El duque de Arcos gastó en el bautizo de la hija mayor del rey de las Dos Sicilias cuatro millones de reales.
Godoy, de su soberbia casa en la calle Nueva del Palacio, hizo que el Ayuntamiento de Madrid le comprara el palacio de Buenavista. Gastaba escandalosas sumas en fiestas que daba en su casa y en la de su amante, la condesa del Castillo. Solamente el caudal que poseía antes de su advenimiento al poder era de 40 millones de reales. Hay que pensar que este individuo había partido casi desde cero.
Una serie de datos inconexos nos pueden servir para ilustrar esta exposicion de la opulencia nobiliaria:
Cuenta el viajero Rowsend, aunque es exagerado, que los duques de Osuna, Alba y Medinaceli poseían la provincia de Andalucía, y el último de estos reclamaba por herencia la mayor parte de Cataluña. El duque del Infantado tenía extensísimas tierras en La Alcarria y Guadalajara. Además de domésticos, ciertos grandes de España tenían múltiples clientes personales, como las casas de Medinaceli y Altamira, que poseán más de 300 cada una. El duque de Medinaceli empleaba 30 contables en Madrid y numerosos empleados en sus fincas, para que atendieran sus negocios. A este duque, sólo las pesquerías de atún le proporcionaban una renta de un millón de reales al año. Claro que debía a los Gendre, joyeros franceses en Madrid, 1.650.000 reales. Y es porque los grandes gastan porque no encuentran donde invertir productivamente sus enormes rentas; no comercian porque está mal visto; no prestan dinero porque la usura está sancionada por la Iglesia; las inversones rurales y urbanas dan poco; etc.
Así pues, construyen, acumulan, reparten, compran señoríos, fundan capellanías, etc. ¿En qué, sino, iba a emplear sus fabulosas rentas el duque de Alba, por ejemplo, quien percibía 500.000 ducados anuales (las mayores de España), o sus 80.000 el marqués de Santa Cruz?
El conde de Aranda percibía una renta anual de 1.600.000 reales, más lo que le proporcionaban sus cargos políticos. Ambos ingresos le invitaban a una prodigalidad extraordinaria.
El marqués de la Ensenada, por descubrirle alguna de sus cosillas, poseía:
-6.000 pesos en alhajas de oro y brillanes.
-276 cubiertos de plata con un valor de 3.312 duros, a más de otras cuberterías.
-4 uniformes de marina.
-2 uniformes de general.
-26 trajes.
-100 camisas y otras ropas.
-60 manteles.
-9 escopetas.
-3.000 libros.
-140 cuadros de Rembrandt, Teniers, Rubens, Velázquez, etc.
Incluso en una ocasión regaló a Carlos III 30 caballos andaluces y 24 escopetas.
El duque de Arcos gastó en el bautizo de la hija mayor del rey de las Dos Sicilias cuatro millones de reales.
Godoy, de su soberbia casa en la calle Nueva del Palacio, hizo que el Ayuntamiento de Madrid le comprara el palacio de Buenavista. Gastaba escandalosas sumas en fiestas que daba en su casa y en la de su amante, la condesa del Castillo. Solamente el caudal que poseía antes de su advenimiento al poder era de 40 millones de reales. Hay que pensar que este individuo había partido casi desde cero.
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