El Consejo de Castilla acepta la propuesta del fiscal Campomanes, por la cual se hacía realidad la proposición hecha por el cocronel bávaro Thurriegel, que ofrecía 6.000 colonos alemanes. Rápidamente se aprueba el proyecto y se publican las condiciones estipuladas con Thurriegel y se otorga el Fuero y la Instrucción de las Nuevas Poblaciones. Campomanes es el más interesado en esta reforma y Olavide el director de la empresa.
Se eligen como sitios estratégicos las zonas más despobladas y peligrosas para el tráfico camino Madrid-Cádiz, que son tres: el despoblado de Sierra Morena, entre el Viso y Bailén; el desierto de la Parrilla, entre Córdoba y Écija, y el desierto de la Moncloa, entre Écija y Carmona.
En Sierra Morena la capital era La Carolina, como homenaje a Carlos III; e torno a este núcleo se poblaron aldeas, muchas todavía existentes: Fernandina, Isabela, Navas de tolosa, Carboneros, Escolástica, Guarromán, Rumblar, Arquillos, Santa Elena, Almuradiel, Montizón, etc...
La zona cordobesa tenía por capital La Carlota, con los núcleos de San Sebastián de los Ballesteros, Fuente Palmera, La Luisiana, etc...
En estas zonas brillaría la sociedad ideal, tal como la concebían los economistas del grupo de Campomanes y Aranda; sin mayorazgos, vinculaciones ni manos muertas; con escuelas primarias de asistencia obligatoria; sin Mesta privilegiada; sin ganaderos que no fueran labradores, ni labradores que no fueran ganaderos; con viviendas diseminadas por los campos; con los pastos de común aprovechamiento; con dehesas hoyales para las yuntas de labor; con molinos, hornos y tierras para patrimonio de propios; prestación vecinal; tierras inacumulables, no estando permitido juntar, ni aun por matrimonio, dos o más haciendas.
Para comenzar (1767), no se cumplieron las condiciones estipuladas con Thurriegel y tampoco se realizó la selección de los colonos, ya que muchos de estos no eran ni alemanes ni flamencos, sino saboyanos, y además enfermos, evejecidos y, los más, verdaderos mendigos profesionales que no traían consigo ninguna clase de equipaje.
Pese a las dificultades, Olavide siguió firme y a los enfermos se les colocó en colegios de jesuitas, libres por su expulsión; los sanos fueron establecidos provisionalmente en tiendas y comenzaron los trabajos agrícolas en las parcelas previamente cuadriculadas y numeradas. Recibieron ganado, semillas, aperos, alimentos y dinero.
En 1775 las 15 nuevas poblaciones con sus 26 aldeas y casas albergaban 2.500 familias de labradores y artesanos, alcanzando cierta prosperidad.
La dificultad general con que tropezaban era la oposición del impresionante bloque social, que monopolizaba el poder económico y se sentía intranquilo ante estas reformas y experiencias, que, en su opinión, no debían progresar. No se podía atentar contra el "su orden" establecido. A esto hay que sumar la desilusión de algunos extranjeros incultos, desanimados ante los primeros contratiempos, y el cinturón de hostilidad rodeando las colonias y que incluso tenía representantes hostiles en Madrid.
El intendente y alma celosa de las colonias era Olavide, que, como sabemos, manifestaba sus pensamientos sin disimulo, lo mismo en asuntos filantrópicos que religiosos. Los capuchinos alemanes que tenían a su cargo la cura de almas le denuncian a la Inquisición en 1775. Preso y juzgado fue condenado a ocho años de reclusión.
Este "affaire" puso en peligro la vida de las nuevas poblaciones, ya que sembró el recelo entre los colonos, temerosos de ser desposeídos de sus tierras. El final y los motivos de la anulación de las reformas de Olavide hay que buscarlos en toda una concatenación de circunstancias: Aranda dejó el Gobierno; la intervención decisiva del confesor del Rey; la influencia de los perjudicados de la Mesta; las intrigas de Yauch; las denuncias de fray Romualdo y sus compañeros los capuchinos; los descontentos de las colonias; los vecinos de los pueblso qeu se veían perjudicados; los partidarios del esplendor pasado del Santo Oficio... Todos éstos son factores que influyen de uno u otro modo.
En 1776 se había encargado la dirección de estas colonias a Miguel Ondeano, consiguiéndose mejoras importantes y aumentando considerablemente la siembra de los cereales. Ya en 1782, Ondeano creía conveniente suprimir los privilegios de que gozaban los colonos; pero subsisten todavía durante el periodo en que fueron intendentes González Carvajal, Llanderal y Polo de Alcocer, hasta que en 1835 se firma el Fuero de abolición.
Sierra Morena fue un símbolo de reforma agraria que no se generalizó en el país. Aparte las deficiencias técnico-económicas y los vicios originales del proyecto, los ilustrados querían cambiar la estructura agraria sin acudir a la reforma a fondo del propio sistema: la de la organización social y económica en conjunto.
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Se eligen como sitios estratégicos las zonas más despobladas y peligrosas para el tráfico camino Madrid-Cádiz, que son tres: el despoblado de Sierra Morena, entre el Viso y Bailén; el desierto de la Parrilla, entre Córdoba y Écija, y el desierto de la Moncloa, entre Écija y Carmona.
En Sierra Morena la capital era La Carolina, como homenaje a Carlos III; e torno a este núcleo se poblaron aldeas, muchas todavía existentes: Fernandina, Isabela, Navas de tolosa, Carboneros, Escolástica, Guarromán, Rumblar, Arquillos, Santa Elena, Almuradiel, Montizón, etc...
La zona cordobesa tenía por capital La Carlota, con los núcleos de San Sebastián de los Ballesteros, Fuente Palmera, La Luisiana, etc...
En estas zonas brillaría la sociedad ideal, tal como la concebían los economistas del grupo de Campomanes y Aranda; sin mayorazgos, vinculaciones ni manos muertas; con escuelas primarias de asistencia obligatoria; sin Mesta privilegiada; sin ganaderos que no fueran labradores, ni labradores que no fueran ganaderos; con viviendas diseminadas por los campos; con los pastos de común aprovechamiento; con dehesas hoyales para las yuntas de labor; con molinos, hornos y tierras para patrimonio de propios; prestación vecinal; tierras inacumulables, no estando permitido juntar, ni aun por matrimonio, dos o más haciendas.
Para comenzar (1767), no se cumplieron las condiciones estipuladas con Thurriegel y tampoco se realizó la selección de los colonos, ya que muchos de estos no eran ni alemanes ni flamencos, sino saboyanos, y además enfermos, evejecidos y, los más, verdaderos mendigos profesionales que no traían consigo ninguna clase de equipaje.
Pese a las dificultades, Olavide siguió firme y a los enfermos se les colocó en colegios de jesuitas, libres por su expulsión; los sanos fueron establecidos provisionalmente en tiendas y comenzaron los trabajos agrícolas en las parcelas previamente cuadriculadas y numeradas. Recibieron ganado, semillas, aperos, alimentos y dinero.
En 1775 las 15 nuevas poblaciones con sus 26 aldeas y casas albergaban 2.500 familias de labradores y artesanos, alcanzando cierta prosperidad.
La dificultad general con que tropezaban era la oposición del impresionante bloque social, que monopolizaba el poder económico y se sentía intranquilo ante estas reformas y experiencias, que, en su opinión, no debían progresar. No se podía atentar contra el "su orden" establecido. A esto hay que sumar la desilusión de algunos extranjeros incultos, desanimados ante los primeros contratiempos, y el cinturón de hostilidad rodeando las colonias y que incluso tenía representantes hostiles en Madrid.
El intendente y alma celosa de las colonias era Olavide, que, como sabemos, manifestaba sus pensamientos sin disimulo, lo mismo en asuntos filantrópicos que religiosos. Los capuchinos alemanes que tenían a su cargo la cura de almas le denuncian a la Inquisición en 1775. Preso y juzgado fue condenado a ocho años de reclusión.
Este "affaire" puso en peligro la vida de las nuevas poblaciones, ya que sembró el recelo entre los colonos, temerosos de ser desposeídos de sus tierras. El final y los motivos de la anulación de las reformas de Olavide hay que buscarlos en toda una concatenación de circunstancias: Aranda dejó el Gobierno; la intervención decisiva del confesor del Rey; la influencia de los perjudicados de la Mesta; las intrigas de Yauch; las denuncias de fray Romualdo y sus compañeros los capuchinos; los descontentos de las colonias; los vecinos de los pueblso qeu se veían perjudicados; los partidarios del esplendor pasado del Santo Oficio... Todos éstos son factores que influyen de uno u otro modo.
En 1776 se había encargado la dirección de estas colonias a Miguel Ondeano, consiguiéndose mejoras importantes y aumentando considerablemente la siembra de los cereales. Ya en 1782, Ondeano creía conveniente suprimir los privilegios de que gozaban los colonos; pero subsisten todavía durante el periodo en que fueron intendentes González Carvajal, Llanderal y Polo de Alcocer, hasta que en 1835 se firma el Fuero de abolición.
Sierra Morena fue un símbolo de reforma agraria que no se generalizó en el país. Aparte las deficiencias técnico-económicas y los vicios originales del proyecto, los ilustrados querían cambiar la estructura agraria sin acudir a la reforma a fondo del propio sistema: la de la organización social y económica en conjunto.
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