En el siglo XVIII, siglo de regeneración española, desaparecen las pestes, "el más cruel de todos los males y el mayor enemigo del linaje humano". Recuérdese que entre 1507 y 1681 se habían escrito, al menos, 60 tratados sobre la peste. Es todo un símbolo obsesivo que, al decir de los médicos, carecía de remedio:
Mi consejo y parecer
es que el quiera librarse
de la peste, salga luego,
vaya lejos, vuelva tarde.
En el siglo XVIII la viruela es el cáncer. Se trata de pronunciarse a favor o en contra de la inoculación. Esta práctica, conocida en Turquía, se introdujo en Inglaterra y Occidente a partir de 1721. Se trata de inocular las viruelas cuando el individuo se halla en condiciones óptimas para soportarlas. ¿Cómo? "El modo es abrir algunas viruelas el día doze de la enfermedad, tomar un poco de la materia saniosa y, haviendo purgado y dispuesto al sugeto que quiere tenerlas, escoriarle el cutis en cualquier parte, y introducir el sanies por el lugar escoriado. Síguese a esto comenzar la enfermedad después de tres días, y al séptimo de la plantación, o inoculación, que llaman aparecer benignamente las viruelas, que son sumamente benignas".
Surge una controversia entre los partidarios y los antiinoculadores, que sostienen que no es verdad que todo el mundo debe pasar las viruelas y que, por tanto, inocular es propagar el mal. En España, la inoculación se usaba en Lugo desde época inmemorial "habiéndola aprendido de los celtas"; también en Jadraque se inoculó, cuarenta años antes de que Jenner empezase a hacerlo en Inglaterra. Pero no se propaga entre nosotros esta práctica hasta el año 1771. La polémica sigue enconada y responde a los dos sectores ilustrados y antiilustrados. Están preparando el camino del auténtico remedio: la vacuna.
La inoculación acabó cediendo ante la vacunación. Se extendió con rapidez y de acuerdo con el grado de ilustración de las sociedades receptoras. En España se practicaba a finales del 1800 en Puigcerdá con virus recibido de París, por el doctor Francesc Piguillem. A partir de ese año, el gobierno se preocupa porque se generalice la vacuna. Sin embargo, la guerra de 1808, como en otros tiempos, tendrá el efecto desastroso de retroceso en las iniciativas médicas de prevención.
Si la viruela sucede a la peste, el cólera viene tras la viruela. La fiebre amarilla, transmitida por el mosquito Aedes Aegiptus, según el médico cubano descubridor, Carlos Finlay, es una enfermedad de los países cálidos y de las zonas marítimas. Por ello, en España se localiza en los puertos andaluces de temperaturas más elevadas y de contactos más estrechos con la América de los trópicos. Cádiz registrará siete brotes en el siglo XVIII. Sólo por citar un ejemplo, en el año 1804, la fiebre amarilla se llevó, en Andalucía y Levante, a 45.882 personas. Si bien el porcentaje es muy bajo comparado con las pestes bubónicas, tuvo unos efectos catastróficos sobre los centros mercantiles andaluces.
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de la peste, salga luego,
vaya lejos, vuelva tarde.
En el siglo XVIII la viruela es el cáncer. Se trata de pronunciarse a favor o en contra de la inoculación. Esta práctica, conocida en Turquía, se introdujo en Inglaterra y Occidente a partir de 1721. Se trata de inocular las viruelas cuando el individuo se halla en condiciones óptimas para soportarlas. ¿Cómo? "El modo es abrir algunas viruelas el día doze de la enfermedad, tomar un poco de la materia saniosa y, haviendo purgado y dispuesto al sugeto que quiere tenerlas, escoriarle el cutis en cualquier parte, y introducir el sanies por el lugar escoriado. Síguese a esto comenzar la enfermedad después de tres días, y al séptimo de la plantación, o inoculación, que llaman aparecer benignamente las viruelas, que son sumamente benignas".
Surge una controversia entre los partidarios y los antiinoculadores, que sostienen que no es verdad que todo el mundo debe pasar las viruelas y que, por tanto, inocular es propagar el mal. En España, la inoculación se usaba en Lugo desde época inmemorial "habiéndola aprendido de los celtas"; también en Jadraque se inoculó, cuarenta años antes de que Jenner empezase a hacerlo en Inglaterra. Pero no se propaga entre nosotros esta práctica hasta el año 1771. La polémica sigue enconada y responde a los dos sectores ilustrados y antiilustrados. Están preparando el camino del auténtico remedio: la vacuna.
La inoculación acabó cediendo ante la vacunación. Se extendió con rapidez y de acuerdo con el grado de ilustración de las sociedades receptoras. En España se practicaba a finales del 1800 en Puigcerdá con virus recibido de París, por el doctor Francesc Piguillem. A partir de ese año, el gobierno se preocupa porque se generalice la vacuna. Sin embargo, la guerra de 1808, como en otros tiempos, tendrá el efecto desastroso de retroceso en las iniciativas médicas de prevención.
Si la viruela sucede a la peste, el cólera viene tras la viruela. La fiebre amarilla, transmitida por el mosquito Aedes Aegiptus, según el médico cubano descubridor, Carlos Finlay, es una enfermedad de los países cálidos y de las zonas marítimas. Por ello, en España se localiza en los puertos andaluces de temperaturas más elevadas y de contactos más estrechos con la América de los trópicos. Cádiz registrará siete brotes en el siglo XVIII. Sólo por citar un ejemplo, en el año 1804, la fiebre amarilla se llevó, en Andalucía y Levante, a 45.882 personas. Si bien el porcentaje es muy bajo comparado con las pestes bubónicas, tuvo unos efectos catastróficos sobre los centros mercantiles andaluces.
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