Braudillart, autor indispensable para el estudio de este periodo, repite en numerosas ocasiones que el control francés de los problemas espñaoles fue vital hasta el año 1709. El embajador era la llave de Luis XIV.
La efectividad del control francés se probaría simplemente por el resentimiento que provocó entre los españoles. Se agudizaría con la caída de Gibraltar en manos inglesas en 1704 y de Barcelona en 1705, que se achacó a los franceses.
El duque de Medinaceli se quejará de que los ejércitos estén dirigidos por extranjeros, que los secretos de Estado no trascendiesen de los franceses, que la princesa de los Ursinos fuese el cerebro político y que los franceses, por el hecho de serlo, entrasen en España y se dedicasen a hacer fortuna. Tenía razón y era verdad lo que decía. Cabe añadir que debía resultar duro para un castellano, director y explotador de otros países, ser ahora explotado y dirigido por otro pueblo.
La preponderancia financiera y comercial de nuestros vecinos despierta la hostilidad de los españoles. Es toda una penetración económica francesa protegida por sus compatriotas políticos.
Francia se arroga trato y tarifas de privilegio; prohíbe importr mercancías europeas en España. Está muy claro que los franceses no obran por altruismo. Tampoco se dedican a cear una industria en España, pues sus manufacturas gozan de estupendo mercado en la Península y América. España tiene que saldar estos prejuicios a base de lingotes. La política francesa es obvia: el monopolio en exclusiva para ellos y supresión de la competencia enemiga y de la propia industria española.
Bergeyck quiso promover las manufacturas españolas, pero se encontró con una cerrada hostilidad por parte de Francia. La fábrica de Valdemoro, primera real en España, causó alarma a los franceses. A éstos se les dan instrucciones para que no monten industrias. Abundan los detalles como éste: en marzo de 1707, el ministro de la Guerra francés, Chamillart, descubre que un compatriota suyo quiere montar una manufactura en Córdoba. Escribe inmediatamente a Amelot para que frene las aspiraciones de este desaprensivo. Lo mismo ocurre con una fábrica de cristal en Gerona. Es la política supresiva y de extrema precaución que siguen los imnipotentes embajadores.
Al carecer España de marina, Francia intenta el control americano. Para ello goza de mejores jurisdicciones, exenciones y permisos que el resto de Europa. Francia entrará en las Indias como en su casa. Jamás potencia alguna había conseguido algo semejante. Son cientos de barcos con mercancías francesas los que inundan los puertos de Veracruz, Santa Marta, Cartagena, Portobelo, Campeche, La Guaira (Caracas), Santo Domingo, La Habana, El callao. Las quejas son constantes y el contrabando que lleva aparejado destruirá el monopolio sevillano. En el Caribe también son activos en estos momentos los holandeses y los ingleses.
Cabe preguntar cómo pudo conjugar Amelot las dos posturas, de por sí conflictivas, de embajador de Francia y primer ministro de España.
La hostilidad será mayor a partir de 1709, fecha en la que se rompe este compromiso de total e imprecedente libertad de comercio en la Península y en América.
El control borbónico de España trajo ante los ojos de Francia un cuadro del Nuevo Mundo abirto a la explotación, que, gracias a los administradores españoles, no fue directa.
La moneda española se mantuvo en su valor nominal durante la Guerra de Sucesión, pero esto no se debe a la llegada de los Borbones, sino que se advierte a partir de 1680. Lo cierto es que la paridad entre España y Francia habría simplificado las cosas en los aspectos financieros de la propia guerra. El resultado fue que comenzaron a entrar riadas de numerario español en el país vecino, tanto directamente como por causa del contrabando y la fuga de capitales. Se habla, a su vez, de 180 millones de libras directamente entradas en Francia desde las Indias entre 1701 y 1709.
Un recuento de los primeros quince años del siglo XVIII nos arrojaría 164 barcos salidos de España a América, con 31.524 toneladas, y 101 barcos venidos a España desde América, con 20.753 toneladas de mercancías. En estos años llega a América, aproximadamente, una cantidad de 100 millones de reales de vellón.
De estos envíos, Luis XIV recibía dos tercios de la cantidad recibida por Felipe V. Pero los gastos de vestidos, armentos, etc... hacían que el escape de plata de España fuera total.
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La efectividad del control francés se probaría simplemente por el resentimiento que provocó entre los españoles. Se agudizaría con la caída de Gibraltar en manos inglesas en 1704 y de Barcelona en 1705, que se achacó a los franceses.
El duque de Medinaceli se quejará de que los ejércitos estén dirigidos por extranjeros, que los secretos de Estado no trascendiesen de los franceses, que la princesa de los Ursinos fuese el cerebro político y que los franceses, por el hecho de serlo, entrasen en España y se dedicasen a hacer fortuna. Tenía razón y era verdad lo que decía. Cabe añadir que debía resultar duro para un castellano, director y explotador de otros países, ser ahora explotado y dirigido por otro pueblo.
La preponderancia financiera y comercial de nuestros vecinos despierta la hostilidad de los españoles. Es toda una penetración económica francesa protegida por sus compatriotas políticos.
Francia se arroga trato y tarifas de privilegio; prohíbe importr mercancías europeas en España. Está muy claro que los franceses no obran por altruismo. Tampoco se dedican a cear una industria en España, pues sus manufacturas gozan de estupendo mercado en la Península y América. España tiene que saldar estos prejuicios a base de lingotes. La política francesa es obvia: el monopolio en exclusiva para ellos y supresión de la competencia enemiga y de la propia industria española.
Bergeyck quiso promover las manufacturas españolas, pero se encontró con una cerrada hostilidad por parte de Francia. La fábrica de Valdemoro, primera real en España, causó alarma a los franceses. A éstos se les dan instrucciones para que no monten industrias. Abundan los detalles como éste: en marzo de 1707, el ministro de la Guerra francés, Chamillart, descubre que un compatriota suyo quiere montar una manufactura en Córdoba. Escribe inmediatamente a Amelot para que frene las aspiraciones de este desaprensivo. Lo mismo ocurre con una fábrica de cristal en Gerona. Es la política supresiva y de extrema precaución que siguen los imnipotentes embajadores.
Al carecer España de marina, Francia intenta el control americano. Para ello goza de mejores jurisdicciones, exenciones y permisos que el resto de Europa. Francia entrará en las Indias como en su casa. Jamás potencia alguna había conseguido algo semejante. Son cientos de barcos con mercancías francesas los que inundan los puertos de Veracruz, Santa Marta, Cartagena, Portobelo, Campeche, La Guaira (Caracas), Santo Domingo, La Habana, El callao. Las quejas son constantes y el contrabando que lleva aparejado destruirá el monopolio sevillano. En el Caribe también son activos en estos momentos los holandeses y los ingleses.
Cabe preguntar cómo pudo conjugar Amelot las dos posturas, de por sí conflictivas, de embajador de Francia y primer ministro de España.
La hostilidad será mayor a partir de 1709, fecha en la que se rompe este compromiso de total e imprecedente libertad de comercio en la Península y en América.
El control borbónico de España trajo ante los ojos de Francia un cuadro del Nuevo Mundo abirto a la explotación, que, gracias a los administradores españoles, no fue directa.
La moneda española se mantuvo en su valor nominal durante la Guerra de Sucesión, pero esto no se debe a la llegada de los Borbones, sino que se advierte a partir de 1680. Lo cierto es que la paridad entre España y Francia habría simplificado las cosas en los aspectos financieros de la propia guerra. El resultado fue que comenzaron a entrar riadas de numerario español en el país vecino, tanto directamente como por causa del contrabando y la fuga de capitales. Se habla, a su vez, de 180 millones de libras directamente entradas en Francia desde las Indias entre 1701 y 1709.
Un recuento de los primeros quince años del siglo XVIII nos arrojaría 164 barcos salidos de España a América, con 31.524 toneladas, y 101 barcos venidos a España desde América, con 20.753 toneladas de mercancías. En estos años llega a América, aproximadamente, una cantidad de 100 millones de reales de vellón.
De estos envíos, Luis XIV recibía dos tercios de la cantidad recibida por Felipe V. Pero los gastos de vestidos, armentos, etc... hacían que el escape de plata de España fuera total.
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