Los tratados arrojaban una clara hegemonía inglesa, que descansa en el sistema de poderes contrapuestos, avalados por barreras o puntos neurálgicos en las comunicaciones marítimas.
El equilibrio europeo se basa en el contrapeso de la rivalidad entre Austrias y Borbones. Austria será engrandecida con este objeto, mientras que Francia quedaba cerrada en sus fronteras, al contar muy poco España en el continente y quedar la América española casi inaccesible para los franceses.
Este equilibrio manejado por Inglaterra se completa con un equilibrio báltico y otro mediterráneo. Pero no se trata tan sólo de establecer el equilibrio; se trata de mantenerlo mediante la intervención y el arbitraje. Hay que mantener la balanza mediante un control efectivo del fiel. Se trata de crear unas barreras y de dominar unas zonas de influencia.
Estas barreras son Holanda, Saboya y los Estados del Rhin. Estas pequeñas potencias se encuntran en zonas estratégicas y están llamadas a desempeñar unas misiones internacionales superiores a sus fuerzas (son centros nerviosos destinados en última instancia a hacer posible la intervención decisiva de los ingleses, en caso de un eventual conflicto que pusiera en peligro el nuevo orden europeo).
La barrera holandesa cierra el paso de los Países Bajos a Francia, a la vez que es cabeza de puente de los ingleses. Saboya es barrera alpina para Francia y para Austria en sus intentos de querer salir al Mediterráneo. Parecido oficio desempeñan Prusia, Baviera y Colonia.
En el mar, Inglaterra hace inutilizar el puerto de Dunkerque, plaza fuerte en manos de Francia y excesivamente cercana a las islas británicas. Los ingleses logran posiciones en los estrechos daneses, lo que les sirve para competir comercialmente con lo holandeses y hanseáticos en aquellos mares. En la región del Estrecho, Inglaterra cuenta con un Portugal totalmente subordinado a la política de Londres y con la utilización de Lisboa como base de sus rutas atlánticas o mediterráneas. Gibraltar pasa a un primer plano, dado su cuádruple papel:
-Amenaza para España.
-Puesto de vigilancia sobre el Mediterráneo.
-Lugar de refugio para la escuadra inglesa.
-Clave de la eventual dislocación de la dos flotas, mediterránea y oceánica de Francia.
Menorca es otra torre de vigilancia y control del levante español, sur de Francia e Italia meridional.
El Mediterráneo oriental, en manos de Saboya, permite a Inglaterra, que aún no tiene Malte, injerirse siempre que quiera en los asuntos italianos.
Todo se ha subordinado a la fría mecánica del equilibrio entre las potencias que protagoniza Gran Bretaña. Se ha dado la espalda a la realidad geográfica y los resultados no serán, obviamente, óptimos.
Este dispositivo, montado y dirigido por los ingleses, no está en función e un ensanche territorial o de imponer su modo de vida, aspectos que algunos pueblos en sus momentos preponderantes intentaron realizar a toda costa. Inglaterra, por el contrario, monta su tinglado hegemónico para dominar con eficacia el comercio mundial. Son los comerciantes, armadores, banqueros y hombres de negocios quienes mandan y preisonan para que la política sirva a sus intereses, que no son otros que la explotaci´pon del comrcio internacional.
El Tratado de Utrecht apenas afectó territorialmente a las Indias españolas, pro su integridad económica quedó resquebrajada, y a partir de este momento dará lugar a un desarrollo gigantesco del contrabando.
Se necesitaba mano de obra esclava (negra) para las plantaciones tropicales. Como España no contaba con establecimientos africanos, tenía que conceder permisos para asentar estos contingentes en América. Esto acarreaba un contrabando, al implicar los barcos negreros en un tráfico mercantil imposible de controlar.
En esta línea debemos ver el "navío de permiso", con el que los ingleses podían introducir en la América española 500 toneladas de mercancías. Pero, en realidad, esta cifra se multiplicaba por la interpretación abusiva del "asiento" y del "navío de permiso", que pusieron en manos de los ingleses gran parte del comercio español.
El monopolio mercantilista español comenzaba a hacer aguas, pues.
El Brasil portugués era también una dependencia mercantil del Imperio Británico, con el que comercian en exclusiva, a la vez que era una base militar y un depósito de mercancías para introducir en la América espalola.
El Imperio Inglés en América, si no el más extenso, sí era el más compacto, el mejor articulado, el dotado de una mayor capacidad de iniciativa, de un más inquieto espíritu de empresa. Gozaba de unas funciones económicas y estratégicas claras. La hegemonía naval, mercantil y colonial inglesa no tenía rival; a lo sumo contaba con escoltas nada peligrosas para sus intereses. En el océano Índico ocurría lo mismo que en el Atlántico.
Holanda, que en el siglo XVII había alcanzado la cumbre de su fortuna y su pabellón ondeaba en todos los confines del mundo, cede a finales de siglo. Amsterdam y su Banca eran sustituídas por Londres y su "stock exchange". La libra esterlina desplaza al florín.
Inglaterra, con su sistema de equilibrio, no trataba de establecer un sistema pacífico, sino de ascender a primerísima potencia e imponer su dictado al resto de las potencias. Pero en seguida brotarán continuas crisis que demostrarán la inestabilidad del sistema.
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El equilibrio europeo se basa en el contrapeso de la rivalidad entre Austrias y Borbones. Austria será engrandecida con este objeto, mientras que Francia quedaba cerrada en sus fronteras, al contar muy poco España en el continente y quedar la América española casi inaccesible para los franceses.
Este equilibrio manejado por Inglaterra se completa con un equilibrio báltico y otro mediterráneo. Pero no se trata tan sólo de establecer el equilibrio; se trata de mantenerlo mediante la intervención y el arbitraje. Hay que mantener la balanza mediante un control efectivo del fiel. Se trata de crear unas barreras y de dominar unas zonas de influencia.
Estas barreras son Holanda, Saboya y los Estados del Rhin. Estas pequeñas potencias se encuntran en zonas estratégicas y están llamadas a desempeñar unas misiones internacionales superiores a sus fuerzas (son centros nerviosos destinados en última instancia a hacer posible la intervención decisiva de los ingleses, en caso de un eventual conflicto que pusiera en peligro el nuevo orden europeo).
La barrera holandesa cierra el paso de los Países Bajos a Francia, a la vez que es cabeza de puente de los ingleses. Saboya es barrera alpina para Francia y para Austria en sus intentos de querer salir al Mediterráneo. Parecido oficio desempeñan Prusia, Baviera y Colonia.
En el mar, Inglaterra hace inutilizar el puerto de Dunkerque, plaza fuerte en manos de Francia y excesivamente cercana a las islas británicas. Los ingleses logran posiciones en los estrechos daneses, lo que les sirve para competir comercialmente con lo holandeses y hanseáticos en aquellos mares. En la región del Estrecho, Inglaterra cuenta con un Portugal totalmente subordinado a la política de Londres y con la utilización de Lisboa como base de sus rutas atlánticas o mediterráneas. Gibraltar pasa a un primer plano, dado su cuádruple papel:
-Amenaza para España.
-Puesto de vigilancia sobre el Mediterráneo.
-Lugar de refugio para la escuadra inglesa.
-Clave de la eventual dislocación de la dos flotas, mediterránea y oceánica de Francia.
Menorca es otra torre de vigilancia y control del levante español, sur de Francia e Italia meridional.
El Mediterráneo oriental, en manos de Saboya, permite a Inglaterra, que aún no tiene Malte, injerirse siempre que quiera en los asuntos italianos.
Todo se ha subordinado a la fría mecánica del equilibrio entre las potencias que protagoniza Gran Bretaña. Se ha dado la espalda a la realidad geográfica y los resultados no serán, obviamente, óptimos.
Este dispositivo, montado y dirigido por los ingleses, no está en función e un ensanche territorial o de imponer su modo de vida, aspectos que algunos pueblos en sus momentos preponderantes intentaron realizar a toda costa. Inglaterra, por el contrario, monta su tinglado hegemónico para dominar con eficacia el comercio mundial. Son los comerciantes, armadores, banqueros y hombres de negocios quienes mandan y preisonan para que la política sirva a sus intereses, que no son otros que la explotaci´pon del comrcio internacional.
El Tratado de Utrecht apenas afectó territorialmente a las Indias españolas, pro su integridad económica quedó resquebrajada, y a partir de este momento dará lugar a un desarrollo gigantesco del contrabando.
Se necesitaba mano de obra esclava (negra) para las plantaciones tropicales. Como España no contaba con establecimientos africanos, tenía que conceder permisos para asentar estos contingentes en América. Esto acarreaba un contrabando, al implicar los barcos negreros en un tráfico mercantil imposible de controlar.
En esta línea debemos ver el "navío de permiso", con el que los ingleses podían introducir en la América española 500 toneladas de mercancías. Pero, en realidad, esta cifra se multiplicaba por la interpretación abusiva del "asiento" y del "navío de permiso", que pusieron en manos de los ingleses gran parte del comercio español.
El monopolio mercantilista español comenzaba a hacer aguas, pues.
El Brasil portugués era también una dependencia mercantil del Imperio Británico, con el que comercian en exclusiva, a la vez que era una base militar y un depósito de mercancías para introducir en la América espalola.
El Imperio Inglés en América, si no el más extenso, sí era el más compacto, el mejor articulado, el dotado de una mayor capacidad de iniciativa, de un más inquieto espíritu de empresa. Gozaba de unas funciones económicas y estratégicas claras. La hegemonía naval, mercantil y colonial inglesa no tenía rival; a lo sumo contaba con escoltas nada peligrosas para sus intereses. En el océano Índico ocurría lo mismo que en el Atlántico.
Holanda, que en el siglo XVII había alcanzado la cumbre de su fortuna y su pabellón ondeaba en todos los confines del mundo, cede a finales de siglo. Amsterdam y su Banca eran sustituídas por Londres y su "stock exchange". La libra esterlina desplaza al florín.
Inglaterra, con su sistema de equilibrio, no trataba de establecer un sistema pacífico, sino de ascender a primerísima potencia e imponer su dictado al resto de las potencias. Pero en seguida brotarán continuas crisis que demostrarán la inestabilidad del sistema.
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