10 feb 2016

LA QUIEBRA DEL IMPERIALISMO DE LOS AUSTRIAS (I)

Desde los días de la Dieta de Augsburgo, en 1555, fecha en que los protestantes y los católicos habían llegado a un forzado armisticio, la situación de los problemas planteados había sufrido una larga evolución. Los protestantes se habían escindido en varios grupos rivales: los moderado (melanctonianos) y los luteranos radicales (flacistas), se habían convertido en dos partidos irreconciliablemente opuestos. Al mismo tiempo, los calvinistas habían extendido sus doctrinas por la cuenca del Rin, donde consiguieron un gran triunfo con la conversión al calvinismo del elector del Palatinado, Federico III Pío (1559-1576). Los luteranos, alarmados ante los progresos del calvinismo, lo declararon enemigo del Estado. Entretanto, los católicos, aprovechando la división interna de sus adversarios, trataron de extender su influencia a costa de sus rivales.
Los llamados a dirigir la ofensiva antiprotestante bien pudieron ser, en teoría, los Habsburgo de Austria. Desde la abdicación de Carlos V, en 1556, su hermano Fernando I había quedado como emperador de Alemania. Su política se orientó a unir a los católicos y los protestantes en un frente común contra el poderío turco, que amenazaba constantemente las fronteras orientales del Imperio. Antes de morir, Fernando I cometió el error de repartir Austria entre sus hijos. El archiduque Carlos recibió Estiria, Carintia y Carniola (casa de Austris-Estiria); Federico se quedó con Austria anterior y el Tirol; Maximiliano II, el primogénito, heredó Austria propia y las coronas de Bohemia y Hungría, y recibió también el título de emperador, dignidad que, en realidad, no pasó de ser un mero título, por cuanto resultaron vanas todas sus tentativas para reagrupar las fuerzas católicas y protestantes del Imperio contra los turcos. El interés de Maximiliano II y sus sucesores se centró, en consecuencia, en afianzar su autoridad sobre los reinos de Bohemia y Hungría, no sin la oposición de aquellos súbditos que se resistían a renunciar a sus privilegios seculares.
En estas circunstancias, quien toma el mando de las fuerzas católicas alemanas, preparadas para el asalto militar e ideolótivo del Imperio, es el ducado de Baviera, donde Alberto V convirtió sus estados patrimoniales en reducto ofensivo del catolicismo. Munich, la capital de Baviera, se convirtió en el centro de irradiación de la contrarreforma alemana. La universidad de Ingolstadt pasó a ser el cerebro del neocatolicismo alemán, y la Compaññia de Jesús uno de sus más eficaces instrumentos.
Aprovechando la simultánea debilidad delos protestantes, el catolicismo se afianza en Colonia, obteniendo la devolución de los bienes secularizados por los protestantes en amplios y estratégicos territorios, y la herejía desaparece en Estiria, Carniola y Carintia. Los protestantes, conscientes de que su división era la causa de su debilidad, se alían en la llamada Unión Protestante o Unión Evangélica, para la que buscan apoyo en Francia, Holanda e Inglaterra. Los católicos responden con la creación de la Luga Católica o Liga Santa, patrocinada por el nuevo duque de Baviera, Maximiliano, y apoyada en la rama española de los Habsburgo (1608-1609). Enrique IV de Francia trató de aprovechar por aquellos días la alianza mencionada para dar un golpe decisivo al poderío español; pero su inesperada y violenta muerte lo hizo imposible (1610).

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