Para socavar el sistema de comunciaciones hispánico, el rey de Francia, Enrique IV, había iniciado, a partir de 1600, una serie de gestiones encaminadas a cortar el paso a los españoles precisamente en el estratégico paso de La Valentina. Para ello, firmó en 1602 una alianza con la Confederación Suiza, a la que el gobernador español de Milán, conde de Fuentes, respondió construyendo una serie de fortalezas a la entrada del valle de La Valentina. Los conflictos menudearon en los años sucesivos, hasta que, finalmente, el estallido de la Guerra de los Treinta Años englobó aquel problema en otro mucho más vasto, del qeu pronto tendremos ocasión de hablar.
Al mismo tiempo, Enrique IV había maniobrado con vistas a expulsar a los españoles del mismo Milán. En 1610 firmó una alianza con Carlos Manuel I, duque de Saboya. Carlos Manuel pretendía apoderarse de las posesiones de la casa ducal de los Gonzaga, que flanqueaban estratégicamente las posesiones españolas en Milán. En efecto, Milán limitaba por el este con Mantua y por el oeste con Monferrato, posesiones ambas de los Gonzaga. Cuando en 1610 fallece el duque Francisco II Gonzaga, Carlos Manuel lanza sus tropas sobre el Monferrato y lo ocupa, al mismo tiempo qeu manifiesta sus pretensiones sobre las tierras de Mantua. Milán, de esta forma, quedaría bloqueado por Carlos Manuel y, en último término, por los franceses, que apoyaban aquella política. Pero también en 1610 desaparece Enrique IV. La prometida ayuda francesa al duque de Saboya queda en palabras. En esta coyuntura, el gobernador de Milán contraataca y vence a Carlos Manuel en Asti (1615), si bien un desventajoso tratado inutilizó su victoria sobre el saboyano.
Al año siguiente, los saboyanos son vencidos nuevamente en Apertola; mas la Paz de Pavía (1617) volvió a inutilizar los triunfos de España. Mantua y Monferrato fueron entregados a Ferrante Gonzaga, hermano del difunto duque Francisco. Carlos Manuel, a pesar de haberse visto obligado a renunciar a sus planes sobre Monferrato, no se resignó a la derrota. El duque, que se llamaba a sí mismo "capitán de Italia", se convierte en el centro de un movimiento nacionalista italiano, destinado a librara a la península de los Apeninos de sus dominadores extranjeros. La conciencia de los italianos se sintió, de momento, sacudida por aquellos acontecimientos. Tassoni, en sus "Filípicas", escribía por aquellos días: "España está vacía; las Indias, desiertas; solamente Italia los sostiene". En efecto, una culta corriente de protesta germinaba en la más florida dependencia europea de España.
Carlos Manuel, deseoso de arrojar de Italia a los españoles, firma una alianza con Venecia, que a la sazón también estaba aliada con los enemigos de España, en concreto con Holanda y con Francia. En España, el gobierno dormía entretanto su dulce sueño bajo la inexperta mano del duque de Lerma. Pero en Italia, los representantes de la Corona estaban bien despiertos. Deseosos de dar un escarmiento a los italianos y, principalmente, a la República de Venecia, los tres personajes representativos del poderío español en Italia decidieron actuar de acuerdo y al margen incluso de las directrices que venían del gobierno de Madrid. Así se forma una especie de triunvirato, integrado, como cabeza, por el virrey de Nápoles, el duque de Osuna; por el gobernador de Milán, marqués de Villafranca, y por el embajador español en Venecia, don Alfonso de la Cueva, marqués de Bedmar. El enlace entre los triunviros era el confidente de Osuna, don Francisco de Quevedo y Villegas.
La armada española venció a la veneciana en la batalla de Gravosa. Al mismo tiempo, Osuna protegió decididamente a los piratas de Croacia e Iliria, que dañaron definitivamente el comercio veneciano. Venecia, temindo que el paso siguiente de Osuna fuera apoderarse directamente de Venecia, montó el teatral golpe de la conocida Conjuración de Venecia. El pueblo veneciano, amotinado contra el marqués de Bedmar, le obligó a huir de la ciudad. Quevedo escapó deisfrazado, gracias a su perfecto conocimiento del dialecto véneto. Osuna, acusado de querer erigirse con la soberanía de Nápoles, fue removido de su cargo por las autoridades españolas. En suma, Venecia logró mantener su independencia, si bien no logró nunca recuperar su pasado esplendor (1618).
El gobierno del duque de Uceda no fue mejor que el de su padre. En los tres años escasos que duró, ninguna cosa se hizo entre las muchas que eran necesarias. España languidecía en su borrachera de grandeza, bien ajena a lo que se estaba preparando en aquellos días. En 1621, Felipe III, después de haber realizado un viaje a Portugal, durante el cual fue jurado como heredero de aquel reino su hijo el príncipe de Asturias, enfermó gravemente y falleció. Felipe IV sube al trono cuando sólo contaba dieciséis años de edad.
Al mismo tiempo, Enrique IV había maniobrado con vistas a expulsar a los españoles del mismo Milán. En 1610 firmó una alianza con Carlos Manuel I, duque de Saboya. Carlos Manuel pretendía apoderarse de las posesiones de la casa ducal de los Gonzaga, que flanqueaban estratégicamente las posesiones españolas en Milán. En efecto, Milán limitaba por el este con Mantua y por el oeste con Monferrato, posesiones ambas de los Gonzaga. Cuando en 1610 fallece el duque Francisco II Gonzaga, Carlos Manuel lanza sus tropas sobre el Monferrato y lo ocupa, al mismo tiempo qeu manifiesta sus pretensiones sobre las tierras de Mantua. Milán, de esta forma, quedaría bloqueado por Carlos Manuel y, en último término, por los franceses, que apoyaban aquella política. Pero también en 1610 desaparece Enrique IV. La prometida ayuda francesa al duque de Saboya queda en palabras. En esta coyuntura, el gobernador de Milán contraataca y vence a Carlos Manuel en Asti (1615), si bien un desventajoso tratado inutilizó su victoria sobre el saboyano.
Al año siguiente, los saboyanos son vencidos nuevamente en Apertola; mas la Paz de Pavía (1617) volvió a inutilizar los triunfos de España. Mantua y Monferrato fueron entregados a Ferrante Gonzaga, hermano del difunto duque Francisco. Carlos Manuel, a pesar de haberse visto obligado a renunciar a sus planes sobre Monferrato, no se resignó a la derrota. El duque, que se llamaba a sí mismo "capitán de Italia", se convierte en el centro de un movimiento nacionalista italiano, destinado a librara a la península de los Apeninos de sus dominadores extranjeros. La conciencia de los italianos se sintió, de momento, sacudida por aquellos acontecimientos. Tassoni, en sus "Filípicas", escribía por aquellos días: "España está vacía; las Indias, desiertas; solamente Italia los sostiene". En efecto, una culta corriente de protesta germinaba en la más florida dependencia europea de España.
Carlos Manuel, deseoso de arrojar de Italia a los españoles, firma una alianza con Venecia, que a la sazón también estaba aliada con los enemigos de España, en concreto con Holanda y con Francia. En España, el gobierno dormía entretanto su dulce sueño bajo la inexperta mano del duque de Lerma. Pero en Italia, los representantes de la Corona estaban bien despiertos. Deseosos de dar un escarmiento a los italianos y, principalmente, a la República de Venecia, los tres personajes representativos del poderío español en Italia decidieron actuar de acuerdo y al margen incluso de las directrices que venían del gobierno de Madrid. Así se forma una especie de triunvirato, integrado, como cabeza, por el virrey de Nápoles, el duque de Osuna; por el gobernador de Milán, marqués de Villafranca, y por el embajador español en Venecia, don Alfonso de la Cueva, marqués de Bedmar. El enlace entre los triunviros era el confidente de Osuna, don Francisco de Quevedo y Villegas.
La armada española venció a la veneciana en la batalla de Gravosa. Al mismo tiempo, Osuna protegió decididamente a los piratas de Croacia e Iliria, que dañaron definitivamente el comercio veneciano. Venecia, temindo que el paso siguiente de Osuna fuera apoderarse directamente de Venecia, montó el teatral golpe de la conocida Conjuración de Venecia. El pueblo veneciano, amotinado contra el marqués de Bedmar, le obligó a huir de la ciudad. Quevedo escapó deisfrazado, gracias a su perfecto conocimiento del dialecto véneto. Osuna, acusado de querer erigirse con la soberanía de Nápoles, fue removido de su cargo por las autoridades españolas. En suma, Venecia logró mantener su independencia, si bien no logró nunca recuperar su pasado esplendor (1618).
El gobierno del duque de Uceda no fue mejor que el de su padre. En los tres años escasos que duró, ninguna cosa se hizo entre las muchas que eran necesarias. España languidecía en su borrachera de grandeza, bien ajena a lo que se estaba preparando en aquellos días. En 1621, Felipe III, después de haber realizado un viaje a Portugal, durante el cual fue jurado como heredero de aquel reino su hijo el príncipe de Asturias, enfermó gravemente y falleció. Felipe IV sube al trono cuando sólo contaba dieciséis años de edad.
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