Pero tampoco la desaparición de Olivares significó la recuperación de España. Felipe IV prometió no tomar nuevo valido; por algún tiempo trtó de hacerse cargo por sí mismo de los negocios del Estado; pero no era posible que aquel hombre, acostumbrado a vivir de espaldas a los graves problemas de España, pudiera improvisar de la noche a la mañana una experiencia que había descuidado adquirir. En cuanto se vio solo, buscó nuevos apoyos. Su consejera secreta fue la monja de Ágreda, mujer de la más santa intención, pero que no podía estar al tanto de lo que en el país era necesario hacer. En el gobierno, tomó como colaborador y, en el fondo, como valido, a un sobrino del conde-duque, don Luis Méndez de Haro, marqués de El Carpio, cuya privanza duró desde 1643 hasta 1661, año de la muerte de Felipe IV. Gracias a su afabilidad, buenas maneras, discrección y modestia, don Luis de Haro consiguió hacerse perdonar su encumbramiento. Haro no era ni siquiera un buen político; sin embargo, su mediocridad sirvió por lo menos para abandonar los sueños de iniciar nuevas aventuras; mas bien sirvió para liquidar toda la política de su antecesor y para poner término a las interminables guerras que desangraban España.
Empantanado a la vez en la Guerra de los Treinta Años y en sus reflejos catalanes y portugueses, Haro comenzó a hacer gestiones para llegar a una paz honrosa. El mismo año de su ascenso a la privanza trajo para las armas españoloas el mayor desastre de su historia. Después de la victoria española de Honnecour (1642), los franceses reaccionaron tomando la iniciativa en la campaña de 1643. Don Francisco de Melo, nombrado gobernador de Flandes a la muerte del cardenal-infante, puso sitio a Rocroy. Un ejército francés, guiado por un general de veintidós años (el duque de Enghien, a quien luego se conocería con el sobrenombre de príncipe de Condé), acudió a socorrer la plaza. Melo y sus tropas fueron derrotados en toda la línea. España perdió casi todo su ejército, su artillería y cerca de 300 banderas y estandartes. El camino de Flandes quedó abierto para los ejércitos de Francia. El prestigio español se hundió definitivamente tras la btalla de Rocroy. Si alguna fecha ha sido significativa para la historia de un Estado, la de 1643 lo es indiscutiblemente para España.
Así se llega al año 1648, año en que se firmó la Paz de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años. España, abandonada por la rama alemana de los Habsburgo, tuvo que renunciar a la lucha contra el protestantismo. Ahora no le quedó otro remedio que firmar la paz con Holanda para poder continuar contra Francia una lucha sin cuartel en defensa de su propia integridad. Entre España y Francia la guerra se prolongó todavía durante otros once años, hasta que en 1659 se firmó la Paz de los Pirineos.
La Paz de Westfalia significó el final de la concepción medieval de Europa. La antigua concepción de un Imperio multinacional dejó paso a la fragmentación nacional que todavía hoy rige nuestro territorio común. A la instancia superior del papado en los conflictos internacionales, siguió la ausencia de un poder superior que los regulara. Bajo el espíritu de Westfalia, Europa se configuró como una serie de estados nacionales laicos, relacionados por vínculos políticos y económicos. En el orden religioso, Westfalia significa el triunfo de la tolerancia religiosa, la extensión inevitable de la libertad de conciencia.
Francia, nación en que la política de Richelieu venía siendo continuada ahora por su sucesor, el cardenal Mazarino, camina abiertamente hacia la centralización y el absolutismo. La muerte de Luis XIII y la minoridad de edad de Luis XIV dan ocasión a que las fuerzas opuestas a la referida política absolutissta manifiesten su disconformidad. La guerra de la Fronda fue su expresión violenta; y este conflicto interno permitió a España un respiro en su lucha contra Francia para tratar de reorganizar sus propios dominios y salir al paso de su disgregación.
Empantanado a la vez en la Guerra de los Treinta Años y en sus reflejos catalanes y portugueses, Haro comenzó a hacer gestiones para llegar a una paz honrosa. El mismo año de su ascenso a la privanza trajo para las armas españoloas el mayor desastre de su historia. Después de la victoria española de Honnecour (1642), los franceses reaccionaron tomando la iniciativa en la campaña de 1643. Don Francisco de Melo, nombrado gobernador de Flandes a la muerte del cardenal-infante, puso sitio a Rocroy. Un ejército francés, guiado por un general de veintidós años (el duque de Enghien, a quien luego se conocería con el sobrenombre de príncipe de Condé), acudió a socorrer la plaza. Melo y sus tropas fueron derrotados en toda la línea. España perdió casi todo su ejército, su artillería y cerca de 300 banderas y estandartes. El camino de Flandes quedó abierto para los ejércitos de Francia. El prestigio español se hundió definitivamente tras la btalla de Rocroy. Si alguna fecha ha sido significativa para la historia de un Estado, la de 1643 lo es indiscutiblemente para España.
Así se llega al año 1648, año en que se firmó la Paz de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años. España, abandonada por la rama alemana de los Habsburgo, tuvo que renunciar a la lucha contra el protestantismo. Ahora no le quedó otro remedio que firmar la paz con Holanda para poder continuar contra Francia una lucha sin cuartel en defensa de su propia integridad. Entre España y Francia la guerra se prolongó todavía durante otros once años, hasta que en 1659 se firmó la Paz de los Pirineos.
La Paz de Westfalia significó el final de la concepción medieval de Europa. La antigua concepción de un Imperio multinacional dejó paso a la fragmentación nacional que todavía hoy rige nuestro territorio común. A la instancia superior del papado en los conflictos internacionales, siguió la ausencia de un poder superior que los regulara. Bajo el espíritu de Westfalia, Europa se configuró como una serie de estados nacionales laicos, relacionados por vínculos políticos y económicos. En el orden religioso, Westfalia significa el triunfo de la tolerancia religiosa, la extensión inevitable de la libertad de conciencia.
Francia, nación en que la política de Richelieu venía siendo continuada ahora por su sucesor, el cardenal Mazarino, camina abiertamente hacia la centralización y el absolutismo. La muerte de Luis XIII y la minoridad de edad de Luis XIV dan ocasión a que las fuerzas opuestas a la referida política absolutissta manifiesten su disconformidad. La guerra de la Fronda fue su expresión violenta; y este conflicto interno permitió a España un respiro en su lucha contra Francia para tratar de reorganizar sus propios dominios y salir al paso de su disgregación.
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