Junto a su irreprimible lascivia, hay, como dijimos, en la personalidad de Felipe IV otro aspecto que denuncia su absoluta carencia de voluntad. Nos referimos a su no menos incoercible inclinación a descargar en otros la responsabilidad de las decisiones que él no era capaz de tomar. No tardó en descubrir esta flaqueza de la regia personalidad el avispado don Gaspar de Guzmán, su gentilhombre de cámara, que vio en ella su mejor oportunidad para llevar a cabo sus personales ambiciones. Aunque al principio no fue grande la simpatía que el entonces príncipe de Asturias sentía por don Gaspar, éste consiguió triunfar plenamente sobre él, hasta el punto de que, apenas muerto Felipe III, se convirtió en el valido del nuevo monarca.
Es posible que al principio el rey delegase en el favorito advirtiendo el interés de la aristocracia castellana por mantener en su propio círculo los resortes del poder. Es posible también que el rey reconociese en don Gaspar al único noble capaz de hacer frente a las responsabilidades del gobierno, máxime cuando él mismo carecía de experiencia suficiente. Éstas serían al menos las excusas con que Felipe IV trató más adelante de justificar el valimiento de don Gaspar. Mas en el fondo, Felipe no quiso tra cosa qeu seguir durmiendo, mientras don Gaspar le sacaba las castañas del fuego. Precisamente Quevedo, que tan jubilosamente había saludado al nuevo rey, no perdería posteriormente ocasión de criticar a Felipe por su abandono con las más mordaces sátiras, de las que puede servir de ejemplo la siguiente:
Don Gaspar fue el primer valido de Felipe IV. Por herencia, era conde de Olivares. El rey, además, le concedió el ducado de Sanlúcar la Mayor; de ahí que sea conocido generalmente coo el conde-duque de Olivares. Su privanza sobre Felipe IV duró hasta el año 1643, es decir, hasta la mitad del reinado del monarca, que con sus cuarenta y cuatro años de duración viene a ser el más largo reinado que se conoce en la historia de España.
El conde-duque no padecía sed de riquezas como su predecesor, el duque de Lerma. Ni siquiera le atraía el prestigio que podría acarrearle el fomento del patronazgo a una escala como la practicada por el mismo Lerma. Olivares era más bien un megalómano arrebatao por una profunda y torrencial pasión de mando, puesta al servicio de unos ideales nuevos. Los tomó y los encontró, y trató de llevarlos a la práctica con nuevo vigor y renovado impulso. Nada mejor que sus propias palabras para definir las miras de su política:
"Casi todos los reyes y príncipes de Europa son émulos de la grandeza de V.M. Es el principal apoyo y defensa de la Religión Católica; y por esto ha roto la guerra con los holandeses y con los demás enemigos de la Iglesia que los asisten; y la principal obligación de V.M. es defenderse y ofenderlos".
Es posible que al principio el rey delegase en el favorito advirtiendo el interés de la aristocracia castellana por mantener en su propio círculo los resortes del poder. Es posible también que el rey reconociese en don Gaspar al único noble capaz de hacer frente a las responsabilidades del gobierno, máxime cuando él mismo carecía de experiencia suficiente. Éstas serían al menos las excusas con que Felipe IV trató más adelante de justificar el valimiento de don Gaspar. Mas en el fondo, Felipe no quiso tra cosa qeu seguir durmiendo, mientras don Gaspar le sacaba las castañas del fuego. Precisamente Quevedo, que tan jubilosamente había saludado al nuevo rey, no perdería posteriormente ocasión de criticar a Felipe por su abandono con las más mordaces sátiras, de las que puede servir de ejemplo la siguiente:
Filipo, que el mundo aclama
Rey del Infiel tan temido,
Despierta, que por dormido,
Nadie te teme ni te ama.
Rey del Infiel tan temido,
Despierta, que por dormido,
Nadie te teme ni te ama.
Don Gaspar fue el primer valido de Felipe IV. Por herencia, era conde de Olivares. El rey, además, le concedió el ducado de Sanlúcar la Mayor; de ahí que sea conocido generalmente coo el conde-duque de Olivares. Su privanza sobre Felipe IV duró hasta el año 1643, es decir, hasta la mitad del reinado del monarca, que con sus cuarenta y cuatro años de duración viene a ser el más largo reinado que se conoce en la historia de España.
El conde-duque no padecía sed de riquezas como su predecesor, el duque de Lerma. Ni siquiera le atraía el prestigio que podría acarrearle el fomento del patronazgo a una escala como la practicada por el mismo Lerma. Olivares era más bien un megalómano arrebatao por una profunda y torrencial pasión de mando, puesta al servicio de unos ideales nuevos. Los tomó y los encontró, y trató de llevarlos a la práctica con nuevo vigor y renovado impulso. Nada mejor que sus propias palabras para definir las miras de su política:
"Casi todos los reyes y príncipes de Europa son émulos de la grandeza de V.M. Es el principal apoyo y defensa de la Religión Católica; y por esto ha roto la guerra con los holandeses y con los demás enemigos de la Iglesia que los asisten; y la principal obligación de V.M. es defenderse y ofenderlos".
Olivares pretendía, pues, defender las posiciones que España ocupaba en el mudo contra los envites de sus tradicionales adversarios. Su obsesión fue la de mantener en pie la grandeza de una España que caminaba abiertamente hacia el ocaso. Toda su política estuvo inspirada, en último término, por este ideal.
En los primeros años del reinado de Felipe IV, el conde-duque trató de mantenerse entre bastidores, actuando a la sombra de su tío don Baltasar de Zúñiga, que oficialmente fue ministro de Felipe hasta su muerte, en 1622. Una vez que desapareció esta pantalla, Olivares entra en escena, dispuesto a llevar a cabo un amplio plan de reformas, encaminadas todas ellas a hacer realidad sus ideales políticos. Estaba firmemente persuadido de que España sólo podía permanecer fiel a sí misma si permanecía fiel a su tradición imperial y, en consecuencia, despreciaba la política derrotista que la había llevado, según su opinión, al miserable estado en que entonces yacía.
En los primeros años del reinado de Felipe IV, el conde-duque trató de mantenerse entre bastidores, actuando a la sombra de su tío don Baltasar de Zúñiga, que oficialmente fue ministro de Felipe hasta su muerte, en 1622. Una vez que desapareció esta pantalla, Olivares entra en escena, dispuesto a llevar a cabo un amplio plan de reformas, encaminadas todas ellas a hacer realidad sus ideales políticos. Estaba firmemente persuadido de que España sólo podía permanecer fiel a sí misma si permanecía fiel a su tradición imperial y, en consecuencia, despreciaba la política derrotista que la había llevado, según su opinión, al miserable estado en que entonces yacía.
1 comentario:
Leí bastante acerca de este conde en la novela de Rosa Ribas: El pintor de Flandes; uno de los personajes era él.
También aparece Gaspar y Guzmán, por eso al leer tu entrada he saboreado esta parte de la historia como si ya la hubiera vivido.
Besos,
Blanca
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