7 ene 2016

HALCONES Y PALOMAS EN EL VIETNAM DE FLANDES (VI)

Entretanto, don Juan de Austria, inmovilizado en Namur, languidecía desesperadamente, sin recibir ayuda alguna de su hermano. La creencia, cada vez más firme, de que los Países Bajos habían sido para él, como para tantos otros, una trampa mortal, lo sumieron en el tormento del fracaso. Estaba en lo cierto. El tifus se declaró en su campamento. Don Juan de Austria dio entonces la medida completa de su heroísmo, atendiendo a sus soldados hasta que él mismo se sintió desfallecer. No hubo veneno en su muerte, como algunos propalaron, acusando del hecho a los rebeldes flamencos, a Antono Pérez o a la princesa de Éboli, a quien acusaron de haberle enviado unos botines "aderezados" para que los pusiera en su nombre. Los médicos que realizaron la autopsia diagnosticaron tifus y hemorroides.
Muerto don Juan de Austria, Felipe II nombra gobernador a Alejandro Farneskio y, al mismo tiempo, da órdenes para que se traigan a Madrid todos los papeles que habían pertenecido a su hermano. Entre ellos se encontraban los documentos que iban a demostrar a Felipe II el gran error a que le habían iducido Pérez: don Juan de Austria nunca le había sido traidor; pero su secretario Pérez sí que lo había sido. Felipe ordenó poner en prisión a la princesa de Éboli y a su propio secretario.
Doña Ana fue encerrada primero en la torre de Pinto y luego en la fortaleza de Santorcaz. En 1581 le permitió retirarse a su villa de Pastrana (Guadalajara), donde vivió hasta su muerte en 1591. Para Antonio Pérez la suerte fue bien diversa. El rey lo mantenía confinado, mientras se le instruían dos procesos, uno por cohecho y otro por asuntos relacionados con la muerte de Escobedo. Por extraño que nos parezca, el hecho es que Felipe mantuvo a Pérez como secretario todavía durante cinco años, durante los cuales siguió despachando los negocios de Estado como lo había venido haciendo hasta entonces. En verdad, el rey no sabía cómo actuar con aquel hombre que sabía tantas cosas y que, entre las muchas que podría declarar si le sometían a tormento, estaría la confesión de la complicidad del rey en el asunto del asesinato de Escobedo. En 1584, Felipe retira su confianza a Antonio Pérez definitivamente; a partir de esta fecha queda apartado por completo del despacho de Estado. Pero todavía no se hizo avanzar su proceso. Los años pasaban. Pérez rodaba de prisión en prisión. Once años llevaba en desgracia cuando un buen día, disfrazado con las ropas de su mujer, logró fugarse de la cárcel de Madrid y refugiarse en Aragón, donde su presencia, como veremos más adelante, desdencadenó un grave conflicto, que ya se venía gestando desde mucho tiempo atrás.
La caída de Pérez coincide cronológicamente con la época en que se llevó a cabo la anexión de Portugal. Felipe II, que había descubierto también ciertos turbios manejos de su secretario y la princesa de Éboli para poner en el trono de Portugal a una pariente de ésta, tuvo una razón de más para modificar su secretaría incorporando a otros colaboradores. Hizo venir de Italia a Granvela. La adecuada combinación de la afluencia de plata americana y de las orientaciones políticas de este antiguo colaborador de Carlos V dieron a esta época del reinado de Felipe II el tono imperialista y agresivo que ya conocemos. Granvela representaba los antiguos ideales del emeprador, donde se compaginaban el respeto a las autonomías regionales y la agrasividad contra los enemigos del exterior. En este sentido, Granvela y el partido de los federalistas presentaban obvias afinidades. Así pues, aunque los más conspicuos representantes del partido federalista habían quedado en segundo plano después de la traición de Antonio Pérez, las ideas que ellos habían propugnado seguían manteniendo su validez, y así se demostró cuando Felipe II, una vez dueño de Portugal, mantuvo la constitución propia de aquel reino sin destruir su autonomía.
Pero Granvela no se sostuvo mucho tiempo en la gracia de Felipe II. Mientras el monarca permaneció en Portugal, entre 1581 y 1583, Granvela quedó en España, trabajando por dar una solución definitiva al problema de los Países Bajos. Las diferencias entre Felipe y su ministro se ahondaron cada vez más. Finalmente, en 1583, Felipe vuelve a Madrid, dejando a sus espaldas las magníficas perspectivas que le habría ofrecido la orientción atlántica de su polítia. Granvela es apartado de la Corte. Así lo haría constar él mismo, con su implacable lenguaje:

"Los reyes tratan a los hombres como a las naranjas. Buscan el jugo y una vez las han dejado secas, las arrojan".

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