Los primeros años de la década de los setenta coinciden con el esfuerzo naval español en el Mediterráneo, que culminó con la batalla de Lepanto. Mientras que, por entonces, el poderío español en los Países Bajos se afiana bajola dura mano del duque de Alba, la debilidad navl de Felipe II sufre nuevos golpes en los mares del norte. La ocupación de Brill y Flusinga por los "mendigos del mar" tapona para las naves españolas los accesos marítimos al puerto de Amberes a través del estuario del río Escalda. Mas no era la piratería la única vena por donde los rebeldes holandeses extraían a España sus riquezas. La escasez de cereales en la Península Ibérica había llevado a Felipe II a buscarlos en los países báltios, especialmente en polonia, donde se producía con exceso el trigo que España necesitaba. Los holandeses compraban ese trigo cada otoño, o almacenaban durante el invierno y lo vendían a España en la primavera siguiente, cuando la penuria de existencias hacía que en Castilla se elevase desmedidamente el precio del grano. Las diferencias entre el precio de compra a Polonia y el de venta a España proporcionaban a los enemigos de Felipe II grandes sumas de dinero.
Felipe intentó responder al bloqueo de Amberes con un bloqueo similar, prohiniendo el comercio con España a los holandeses. Pero ésta era una medida inviable. Llevarla a cabo significaba sembrar el hambre en toda la Península. Además, Felipe II carecía de una flota capaz de sustituir a la holandesa en el transporte del trigo báltico. Desesperado, negoció incluso con los suecos para que se encargasen de sustituir a los holandeses en el transporte de cereales; mas no lo consiguió, a pesar de los esfuerzos realizados por el embajador Franisco de Eraso ante Juan III de Suecia en 1578.
La debilidad marítima de España hizo que el conflicto naval, iniciado en la franja atlántica que baña las tierras de Europa, se extendiese por todo el Atlántico, e incluso por el Pacífico. Mientras que al principio sólo se disputó el enlace entre España y los Países Bajos, pronto se planteó la cuestión del dominio de las rutas atlánticas que unían a España con las Indias.
El país que en todo momento trató de hacer quebrar las defensas de España fue, a la sazón, Inglaterra. Como se recordará, a la muerte de la reina María Tudor subió al trono de Inglterra su hermanastra Isabel Tudor, hija de Enrique VIII y de Ana Bolena (1558). Uno de los más decisivos pasos de Isabel en la reforma del cristianismo en Inglaterra se dio en 1559, fecha en que promulgó las dos leyes conocidas como el Acta de Supremacía (se exigía a todos un juramento por el que se reconocía a la reina como autoridad suprema en los asuntos religiosos) y Acta de Uniformiad (se fijaban el dogma y la liturgia). Al principio no se urgió el cumplimiento de estas leyes. El clero y los fieles, al no encontrar apenas diferencias entre las ceremonias litúrgicas católicas y las anglicadnas, prestaron el juramento exigido sin más distingos, si bien no faltaron algunos obispos que pagaron con el ostracismo su discrepancia. A partir de 1562 comiena a exigirse con creciente rigor el cumplimiento de las mencionadas leyes. Los que no las aceptaban eran perseguidos, y es de notar que la persecución no afectó a los católicos, sino también a un amplio sector de protestantes calvinistas, que se negaban a aceptar los 39 artículos de la Iglesia anglicana porque todavía encontraban en ellos demasiados elementos católicos y resabios papistas. Estos "no conformistas", también conocidos como "puritanos", representaban el ala radical de la reforma; Isabel I, para contrapesar su influjo, mantuvo durante algunos años una actitud tolerante hacia los católicos, que terminó entre los años 1568-1570. En 1568, la reina de Escocia, María Estuardo, perseguida por sus propios súbditos, se refugia en Inglaterra, buscando la hospitalidad de la corte de su prima la reina Isabel. Pero la reina de Inglaterra, en vez de tratarla como huésped, la apresó y la metió en la cárcel. Isabel sabía que los católicos ingleses veían en María Estuardo a su legítima reina, y con este motivo organizaron varios complots para liberar a María, e incluso para asesinar a Isabel. Ésta fue endureciendo su trato para con los católicos, hasta el extremo de librarse de María, haciéndola ejecutar después de 19 años de cautiverio (1587). Un nuevo acontecimiento vino a exacerbar la persecución contra los católicos: la excomunión que el Papa Pío V lanzó contra Isabel en 1570. Al mismo tiempo, el fracasado intento de liberación que llevó a cabo el duque de Norfolk terminó de exasperar a Isabel contra los católicos. Desde 1571, pues, la inquina de la reina contra losmismos se convirtió en abiera persecución.
Felipe II, como paladín de la causa católica, no podía ver con buenos ojos el rumbo que las cosas de la religión estaban tomando en Inglaterra. De todas formas, no consideró oportuno malquitarse con los ingleses únicamente por razones religiosas. A pesar, incluso, de que la oposición inglesa también se manifestaba en los ataques corsarios a que hemos aludido, la guerra no llegó a declararse abiertamente entre Isabel y Felipe. Lo que cada vez aumentó más fue la guerra fría y sorda que ambos se hicieron, sobre todo a partir de 1568. Mientras que Isabel protegía a los protestantes del continente -en especial a los rebeldes de los Países Bajos- y a los piratas que hostigaban las comunicaciones marítimas entre España y Flandes, Felipe apoyaba a los católicos exiliados con medidas tales como la creaci´pn de seminarios ingleses (como el de Douai y el de Valladolid) e irlandeses, de los que, a finales del siglo XVI, había cuatro en España (Madrid, Valladolid, Lisboa y Sevilla). La Corona española era su principal mecenas. No obstante, en este terreno de la rivalidad religiosa, ni uno ni otro fueron demasiado lejos.
Felipe intentó responder al bloqueo de Amberes con un bloqueo similar, prohiniendo el comercio con España a los holandeses. Pero ésta era una medida inviable. Llevarla a cabo significaba sembrar el hambre en toda la Península. Además, Felipe II carecía de una flota capaz de sustituir a la holandesa en el transporte del trigo báltico. Desesperado, negoció incluso con los suecos para que se encargasen de sustituir a los holandeses en el transporte de cereales; mas no lo consiguió, a pesar de los esfuerzos realizados por el embajador Franisco de Eraso ante Juan III de Suecia en 1578.
La debilidad marítima de España hizo que el conflicto naval, iniciado en la franja atlántica que baña las tierras de Europa, se extendiese por todo el Atlántico, e incluso por el Pacífico. Mientras que al principio sólo se disputó el enlace entre España y los Países Bajos, pronto se planteó la cuestión del dominio de las rutas atlánticas que unían a España con las Indias.
El país que en todo momento trató de hacer quebrar las defensas de España fue, a la sazón, Inglaterra. Como se recordará, a la muerte de la reina María Tudor subió al trono de Inglterra su hermanastra Isabel Tudor, hija de Enrique VIII y de Ana Bolena (1558). Uno de los más decisivos pasos de Isabel en la reforma del cristianismo en Inglaterra se dio en 1559, fecha en que promulgó las dos leyes conocidas como el Acta de Supremacía (se exigía a todos un juramento por el que se reconocía a la reina como autoridad suprema en los asuntos religiosos) y Acta de Uniformiad (se fijaban el dogma y la liturgia). Al principio no se urgió el cumplimiento de estas leyes. El clero y los fieles, al no encontrar apenas diferencias entre las ceremonias litúrgicas católicas y las anglicadnas, prestaron el juramento exigido sin más distingos, si bien no faltaron algunos obispos que pagaron con el ostracismo su discrepancia. A partir de 1562 comiena a exigirse con creciente rigor el cumplimiento de las mencionadas leyes. Los que no las aceptaban eran perseguidos, y es de notar que la persecución no afectó a los católicos, sino también a un amplio sector de protestantes calvinistas, que se negaban a aceptar los 39 artículos de la Iglesia anglicana porque todavía encontraban en ellos demasiados elementos católicos y resabios papistas. Estos "no conformistas", también conocidos como "puritanos", representaban el ala radical de la reforma; Isabel I, para contrapesar su influjo, mantuvo durante algunos años una actitud tolerante hacia los católicos, que terminó entre los años 1568-1570. En 1568, la reina de Escocia, María Estuardo, perseguida por sus propios súbditos, se refugia en Inglaterra, buscando la hospitalidad de la corte de su prima la reina Isabel. Pero la reina de Inglaterra, en vez de tratarla como huésped, la apresó y la metió en la cárcel. Isabel sabía que los católicos ingleses veían en María Estuardo a su legítima reina, y con este motivo organizaron varios complots para liberar a María, e incluso para asesinar a Isabel. Ésta fue endureciendo su trato para con los católicos, hasta el extremo de librarse de María, haciéndola ejecutar después de 19 años de cautiverio (1587). Un nuevo acontecimiento vino a exacerbar la persecución contra los católicos: la excomunión que el Papa Pío V lanzó contra Isabel en 1570. Al mismo tiempo, el fracasado intento de liberación que llevó a cabo el duque de Norfolk terminó de exasperar a Isabel contra los católicos. Desde 1571, pues, la inquina de la reina contra losmismos se convirtió en abiera persecución.
Felipe II, como paladín de la causa católica, no podía ver con buenos ojos el rumbo que las cosas de la religión estaban tomando en Inglaterra. De todas formas, no consideró oportuno malquitarse con los ingleses únicamente por razones religiosas. A pesar, incluso, de que la oposición inglesa también se manifestaba en los ataques corsarios a que hemos aludido, la guerra no llegó a declararse abiertamente entre Isabel y Felipe. Lo que cada vez aumentó más fue la guerra fría y sorda que ambos se hicieron, sobre todo a partir de 1568. Mientras que Isabel protegía a los protestantes del continente -en especial a los rebeldes de los Países Bajos- y a los piratas que hostigaban las comunicaciones marítimas entre España y Flandes, Felipe apoyaba a los católicos exiliados con medidas tales como la creaci´pn de seminarios ingleses (como el de Douai y el de Valladolid) e irlandeses, de los que, a finales del siglo XVI, había cuatro en España (Madrid, Valladolid, Lisboa y Sevilla). La Corona española era su principal mecenas. No obstante, en este terreno de la rivalidad religiosa, ni uno ni otro fueron demasiado lejos.
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