Después de la primera rebelión de las Alpujarras, los moriscos habían sido obligados a recibir el bautismo o a expatriarse. Como dijimos al tratar este tema, muchos de ellos quedaron en el país, amparados por una conversión que nadie podía creer realmente sincera. A partir de 1508, se habían publicado numerosos decretos porhibiéndoles usar vestidos moros y practicar sus costumbres tradicionales; pero la verdad es que nadie había pensado seriamente en ponerlos en vigor, por lo que los moriscos continuaban anclados en su pasado islámico. "Eran pocos los que hablaban otra lengua que no fuese el árabe. "Seguían llevando su vestimenta tradicional; empleaban gran parte de su riqueza, como siempre lo habían hecho, en comprar sedas y joyas para sus mujeres; se negaban a abandonar prácticas como la de bañarse con regularidad, que los españoles consideraban como una simple tapadera para los ritos mahometanos y la promiscuidad sexual; y seguían practicando, con la ferocidad de costumbres, sus "vendettas" familiares, aunque lso intentos de represión de las autoridades españolas obligaban a los que estaban complicados en ellas a buscar refugio en el norte de ÁFrica o a echarse al monte y ponerse fuera de la ley" (J.H.Elliot).
Al mismo tiempo se había producido en Granada una peculiar situación de equilibrio que, indirectamente, había favorecido a los moriscos. La población morisca constituía una inestimable fuente de riquea para los señores que habían participado en la conquista d Graada y, en premio, habían recibido tierras y vasallos moriscos. Éstos, excelentes agricultores, eran protegidos por sus señores, los aristócratas cristianos, quienes también se beneficiaban con otras actividades económicas de los moriscos no menos importantes. Nos referimos a la producción y elaboración de la seda. La intrincada orografía de las Alpujarras, si bien no permitía cultivos similares a los que se hacían en la vega granadina, poseían las mejores condiciones para la cría de la morera, con cuyas hojas se alimentaban los gusanos de seda. Los capullos, gracias a su poco peso, podían ser transportados fácilmente por las ásperas serranías y llegar a los pocos puertos donde se les embarcaba rumbo a las sederías italianas. También había industrias en Granada, Almería y Málaga, sin contar con los numerosos telares, que no faltaban en ninguna aldea donde se labraban los más finos tejidos de seda.
La Corona también había metido mano en la riqueza de los moriscos, gravando los cultivos, los productos y las exportaciones sin miramientos. Las exhaustas finanzas del emperdor se habían visto aligeradas periódicamente, gracias a las contribuciones de los moriscos. En 1526, precisamente cuando Carlos pasaba en Granada su luna de miel, consiguieó de ellos un tributo extraordinario de 80.000 ducados, otorgados para impedir que la Inquisición se metiera con ellos. La propaganda oficial habló de la clemencia del emperador como causa de su tolerancia.
El equilibrio de poder, favorable a los moriscos, al que nos referíamos, se dba entre estas dos fuerzas: de una parte estaba el grupo aristocrático, encabezado por la poderosa familia de los Mendoza, una de cuyas ramas, la de los marqueses de Mondéjar, venían herecando, desde su creación, el cargo de capitanes generales de Granada. Frente a sus intereses se alzaban las exigencias de las instituciones afectas a la Corona, especialmente la Audiencia de Granada, y, además, la Iglesia y la Inquisición. Entre 1540 yu 1560 decae la influencia de los Mondéjar en la corte, a pesar de contar en ella con el apoyo del secretario Juan Vázquez de Molina. Sus principales enemigos, los miembros de la casa rival de los Fajardo, habían logrado minar su hasta entonces sólida posición.
A partir de 1550, especialmente, sufre importantes alteraciones la tranquilidad de que venían gozando los moriscos al amparo de las rencillas entre la capitanía general, protectora suya, y la audiencia, partidaria de aprovechar sus recursos en beneficio de la Corona, y no de los nobles. En 1559, el poder central ordenó una revisión de todos los títulos de propiedad, con el fin de recuperar las tierras que, siendo de la Corona, habían sido usurpadas por los particulares. Se esperaba, y así sucedió. que los moriscos no tuviesen en su poder los documentos necesarios para demostrar sus derechos. Así pues, los que no pudieron pagar la tasa que la Corona les exigió a cambio de las tierras que ocupaban, tuvieron que entregarlas a los agentes reales. En 1561, los impuestos se elevaron una vez más.
Al mismo tiempo se había producido en Granada una peculiar situación de equilibrio que, indirectamente, había favorecido a los moriscos. La población morisca constituía una inestimable fuente de riquea para los señores que habían participado en la conquista d Graada y, en premio, habían recibido tierras y vasallos moriscos. Éstos, excelentes agricultores, eran protegidos por sus señores, los aristócratas cristianos, quienes también se beneficiaban con otras actividades económicas de los moriscos no menos importantes. Nos referimos a la producción y elaboración de la seda. La intrincada orografía de las Alpujarras, si bien no permitía cultivos similares a los que se hacían en la vega granadina, poseían las mejores condiciones para la cría de la morera, con cuyas hojas se alimentaban los gusanos de seda. Los capullos, gracias a su poco peso, podían ser transportados fácilmente por las ásperas serranías y llegar a los pocos puertos donde se les embarcaba rumbo a las sederías italianas. También había industrias en Granada, Almería y Málaga, sin contar con los numerosos telares, que no faltaban en ninguna aldea donde se labraban los más finos tejidos de seda.
La Corona también había metido mano en la riqueza de los moriscos, gravando los cultivos, los productos y las exportaciones sin miramientos. Las exhaustas finanzas del emperdor se habían visto aligeradas periódicamente, gracias a las contribuciones de los moriscos. En 1526, precisamente cuando Carlos pasaba en Granada su luna de miel, consiguieó de ellos un tributo extraordinario de 80.000 ducados, otorgados para impedir que la Inquisición se metiera con ellos. La propaganda oficial habló de la clemencia del emperador como causa de su tolerancia.
El equilibrio de poder, favorable a los moriscos, al que nos referíamos, se dba entre estas dos fuerzas: de una parte estaba el grupo aristocrático, encabezado por la poderosa familia de los Mendoza, una de cuyas ramas, la de los marqueses de Mondéjar, venían herecando, desde su creación, el cargo de capitanes generales de Granada. Frente a sus intereses se alzaban las exigencias de las instituciones afectas a la Corona, especialmente la Audiencia de Granada, y, además, la Iglesia y la Inquisición. Entre 1540 yu 1560 decae la influencia de los Mondéjar en la corte, a pesar de contar en ella con el apoyo del secretario Juan Vázquez de Molina. Sus principales enemigos, los miembros de la casa rival de los Fajardo, habían logrado minar su hasta entonces sólida posición.
A partir de 1550, especialmente, sufre importantes alteraciones la tranquilidad de que venían gozando los moriscos al amparo de las rencillas entre la capitanía general, protectora suya, y la audiencia, partidaria de aprovechar sus recursos en beneficio de la Corona, y no de los nobles. En 1559, el poder central ordenó una revisión de todos los títulos de propiedad, con el fin de recuperar las tierras que, siendo de la Corona, habían sido usurpadas por los particulares. Se esperaba, y así sucedió. que los moriscos no tuviesen en su poder los documentos necesarios para demostrar sus derechos. Así pues, los que no pudieron pagar la tasa que la Corona les exigió a cambio de las tierras que ocupaban, tuvieron que entregarlas a los agentes reales. En 1561, los impuestos se elevaron una vez más.
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