21 nov 2015

LAS GUERRAS DE RELIGIÓN (I)

La Iglesia Reformada era el movimiento que había llevado a Francia y a España a firmar el Tratado de Cateau-Cambresis; ésta era la amenaza por la que ambos contendientes habían olvidado momentáneamente sus rencillas para tratar de contener la revolución que, sobre todo en Francia, estaba preparando la avalancha calvinista.
La muerte de Enrique II y las minorías de sus hijos dejaron a la Corona francesa en una situación extremadamente vulnerable. La reina madre, Catalina de Médicis, trató de impedir que la dominasen los tres partidos que se lanzaron al asalto del poder al amparo de aquella situación. Cada uno de éstos estaba encabezado por una de las tres familias más poderosas de Francia. Los Guisa, oriundos de Lorena, tenían por jefe al duque Francisco, hombre que gozaba de gran popularidad desde que había arrebatado Calais a los ingleses. Se confesaban partidarios decididos del catolicismo y enemigos de toda innovación religiosa. Un hermano del duque Francisco de Guisa, el cardenal de Lorena, además de sus convicciones religiosas, tenía otros poderosos motivos para inclinar hacia el catolicismo la política de todo su clan: las cuantiosas rentas que le proporcionaban lo doce obispados de que era titular. Los Borbón, otra de las tres principales familias, tenían por jefe a Antonio de Borbón, pariente lejano de los Valois y, por tanto, posible heredero de la Corona francesa. Antonio estaba casado con Juana de Albret y, como tal, era rey de la Navarra francesa y aspirante a la recuperación de la Navarra española, incorporada a Castilla desde los días de Fernando el Católico. Los Borbón contaban también con otro cardenal, Carlos, hermano de Antonio. Un tercer hermano, Enrique, era príncipe de Condé. Esta familia dudaba entre inclinarse del lado de los católicos o de los reformados. Finalmente, los Montmorency tenían gran influencia en la corte desde los días en que el duque de Montmorency había luchado contra Carlos V cuando éste invadió la Provenza. El duque tenía cuatro hijos y tres sobrinos, entre ellos el almirante Gaspar de Coligny, estos últimos calvinistas declarados.
Al morir Enrique, Catalina de Médicis, temiendo que los Guisa gobernasen el reino, favoreció a los calvinistas, que ya habían sido perseguidos en tiempos de Enrique II. Al mismo tiempo apoyó a los Borbón para contrarrestar la fuerza del partido de los Guisa. La lucha por el poder se confundió con la lucha ideológic entre católicos y protestantes. Felipe II, en su calidad de tutor delos hijos de Enrique II y defensor de la causa católica, se dispuso a intervenir. Catalina de Médicis, con extraordinaria habilidad, logró detener a Felipe, quien, al parecer, estaba dispuesto a tomar parte activa en los acontecimientos franceses. En 1565, la reina madre, rodeada de sus consejeros, se entrevistó en Bayona con la esposa de Felipe, Isabel de Valois (hija a su vez de Catalina de Médicis), y con los principales colaboradores del rey de España. De lo acordado en aquella entrevista es poco lo que se sabe. Al parecer, Catalina logró calmar la indignación de Felipe con la promesa de hacer efectivos en Francia los acuerdos del Concilio de Trento y de reprimir a los herejes.
Para estas fechas, Francia ya ardía en las llamadas "guerras de religión". Los atropellos que cometieron los católicos contra los calvinistas, como la matanza de Vassy y las masacres de París, Tours y otras ciudades, determinaron el estallido sucesivo de una serie de conflictos: nada menos que ocho guerras entre los años 1589 y 1595. Los católicos recibían ayuda económica y militar de España y de los papas. Los calvinistas, a quienes en Francia se daba el nombre de "hugonotes", la recibían de sus correligionarios de Alemania y Suiza. Entre todos los sucesos que cabría destacar en este periodo, alcanzó triste fama el conocido como "matanza de la Noche de San Bartolomé"; Catalina de Médicis, que veía cómo uno de los principales jefes hugonotes, Coligny, había conseguido de Carlos IX que la apartase por completo de los negocios de Estado, urdió un atentado contra el calvinista, que tuvo lugar el 22 de agosto de 1572. Coligny se libró del golpe; pero Catalina, temiendo la reacción de los calvinistas, acudió a los Guisa, cuyo jefe era entonces Francisco de Guisa, llamado Enrique. No le fue difícil convencer a Enrique para conseguir sus propósitos, pues éste deseaba ardientemente vengar a su padre, asesinado por los calvinistas. Así pues, después de conseguir la aprobación de Carlos IX de sus pérfidos proyectos, ordenó una matanza general, que comenzó el 24 de agosto, día de San Bartolomé, a las dos de la mañana, y que se prolongó durante muchos días, primero en Parí y luego en otras muchas ciudades del reino.

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