En 1502 parte de España Nicolás de Ovando con una flota de 30 buques. El nuevo gobernador llevaba la misión de "poblar nuevamente" las tierras de América. Era como comenzar la tarea desde el principio. En efecto, con aquella expedición comienza realmente el Imperio español en América. Nicolás de Ovando reunía en su cargo de gobernador todos los poderes: el político, el judicial, el militar y el fiscal. Como jefe militar, le asistirían tres alcaides y un pequeño ejército; como juez, llevaba por asesor a un letrado; en cuando a jefe supremo de la Hacienda, colaborarían con él tres oficiales reales: un factor, especie de gerente encargado de atender a la colonización, el aprovisionamiento de la población y las exploraciones; un tesorero y un contador, es decir, un contable. Ellos serían los encargados de recaudar los impuestos y administrar la parte de ganancias que correspondiesen a la Corona. En España, el organismo encargado de controlar todo lo relativo a las Indias sería la Casa de Contratación, con sede en Sevilla. Al frente de este órgano administrativo y comercial figuraron Juan Rodríguez de Fonseca y Lope Conchillos. Fonseca, a quien se ha definido como una extraña mezcla de mercader y funcionario, fue el director supremo de la política americana hasta los tiempos de Carlos V. A él se debió la tarea de recortar las prerrogativas que concedían a Colón las Capitulaciones de Santa Fe. Conchillos, por su parte, se destacó como responsable de muchas de las injusticias y venalidades que ocurrieron en la época de la primera colonización.
Ovando tuvo que hacer frente en La Española a los españoles que habían quedado allá desde los días de Colón. Aprovechando la anarquía que se produjo al ser destituído el almirante, unos 300 de ellos se habían ido a vivir entre los indios, hasta convertirse en verdaderos caciques. Trabajo costó reducirlos; algunos, incluso tuvieron que ser exterminados junto con sus servidores indígenas.
Apenas restablecido el orden, se inician febrilmente las actividades económias. La fiebre del oro contagió a la mayor parte de los recién llegados. El metal precioso no tardó en fluir generosamente a las arcas reales. Entre 1503 y 1505 llegaro a Sevilla 445.226 ducados. Entre 1506 y 1510, cerca de 1.000.000. En el lustro siguiente, poco faltó para los 1.500.000 ducados.
Pero también hubo colonos que centraron su interés en el cultivo de los campos. La riqueza minera, en efecto, pronto comenzó a dar pruebas de agotamiento. La agricultura, sin embargo, seguía prosperando. El esplendor económico de La Española, no obstante, tenía unas bases muy débiles. Tanto para el trabajo en las minas como para el cultivo de los campos se contaba casi exclusivamente con la mano de obra indígena. Mas los indios, que no estaban acostumbrados a trabajar ni siquiera a ritmos normales, no pudieron resistir los esfuerzos que los españoles les obligaron a realizar. Muchos de ellos abandonaban los tajos y huían al monte para "holgazanear", como creían los españoles. Entonces se pensó en forzarles al trabajo, repartiéndolos entre los colonos, los cuales se obligaban a pagarles por su trabajo. En realidad, se establecían unas relaciones entre patronos y obreros similares a las de la servidumbre de la gleba medieval. Pronto aparece la figura del encomendero, persona a quien se encomiendan los indios que le corresponden en el repartimiento. La consecuencia inmediata fue la paulatina extinción de la población india.. De los 500.000 indios que había en La Española en 1492, sólo quedaban unos 32.000 veinte años después.
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Ovando tuvo que hacer frente en La Española a los españoles que habían quedado allá desde los días de Colón. Aprovechando la anarquía que se produjo al ser destituído el almirante, unos 300 de ellos se habían ido a vivir entre los indios, hasta convertirse en verdaderos caciques. Trabajo costó reducirlos; algunos, incluso tuvieron que ser exterminados junto con sus servidores indígenas.
Apenas restablecido el orden, se inician febrilmente las actividades económias. La fiebre del oro contagió a la mayor parte de los recién llegados. El metal precioso no tardó en fluir generosamente a las arcas reales. Entre 1503 y 1505 llegaro a Sevilla 445.226 ducados. Entre 1506 y 1510, cerca de 1.000.000. En el lustro siguiente, poco faltó para los 1.500.000 ducados.
Pero también hubo colonos que centraron su interés en el cultivo de los campos. La riqueza minera, en efecto, pronto comenzó a dar pruebas de agotamiento. La agricultura, sin embargo, seguía prosperando. El esplendor económico de La Española, no obstante, tenía unas bases muy débiles. Tanto para el trabajo en las minas como para el cultivo de los campos se contaba casi exclusivamente con la mano de obra indígena. Mas los indios, que no estaban acostumbrados a trabajar ni siquiera a ritmos normales, no pudieron resistir los esfuerzos que los españoles les obligaron a realizar. Muchos de ellos abandonaban los tajos y huían al monte para "holgazanear", como creían los españoles. Entonces se pensó en forzarles al trabajo, repartiéndolos entre los colonos, los cuales se obligaban a pagarles por su trabajo. En realidad, se establecían unas relaciones entre patronos y obreros similares a las de la servidumbre de la gleba medieval. Pronto aparece la figura del encomendero, persona a quien se encomiendan los indios que le corresponden en el repartimiento. La consecuencia inmediata fue la paulatina extinción de la población india.. De los 500.000 indios que había en La Española en 1492, sólo quedaban unos 32.000 veinte años después.
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