En 1503, el corsario Cherim Farras desembarcó en la costa valenciana. Sus tropas arrasaron y saquearon Cullera ante la pasividad de la nobleza y la impotencia desesperada de la población valenciana, que no pudo acudir en su socorro por carecer de armamento. Los menestrales valencianos acudieron entonces a Fernando el Católico, y éste les permitió organizar milicias formadas por grupos de diez hombres, a razón de varios grupos por cada uno de los gremios existentes. De esta forma, el Rey Católico proveyó a la defensa del país, pero al mismo tiempo cuidó de que las milicias no adquiriesen una fuerza decisiva. Su decisión contribuía también a contrarrestar el poder de la nobleza valenciana.
Al venir Carlos I a España, nuevas circunstancias favorecieron el estrechamiento de las buenas relaciones entre la Corona y los menestrales de la ciudad. La nobleza se mostraba hostil a Carlos. Detenido primero en Zaragoza y después en Barcelona por la lentitud con que se desarrollaban las sesiones de Cortes tanto en Aragón como en Cataluña y apremiado por la necesidad de emprender viaje a Alemania para ser coronado emperador, Carlos había pedido a los tres estamentos de Valencia que le jurasen rey, aunque no pudiera asistir personalmente a tal acto. Los caballeros se negaron a hacerlo, alegando que tan buenos eran ellos como los aragoneses y catalanes. Molesta por la actitud de los caballeros, la Corona inició lo que se ha llamado un "especie de luna de miel" con el pueblo valenciano.
Coincidiendo con aquellas fechas, comienzan a rondar el litoral valenciano las galeotas turcas. La noblea, ahuyentada por un brote de peste que, a la sazón, se había declarado en la ciudad, se había retirado masivamente a sus posesiones del interior, temiendo el contagio. Conforme lo dispuesto en tiempos del Rey Católico, los gremios se armaron para hacer frente a los turcos. Solicitaron que al frente de cada compañía se pusiese un caballero, el cual, como militar profesional, pudiese dirigir acertadamente a la tropa, pero el gobernador de Valencia ordenó que el pueblo luchara en sus compañías gremiales y los caballeros lo hiciesen en las banderas del ejército real. La colaboración entre la nobleza y el pueblo sufría una nueva ruptura.
El pueblo decide entonces mandar sus representantes a Carlos. Aconsejados por un anciano y prudente cardador de paños, llamado Juan Lorenzo, solicitarían permiso para sustituir los antiguos grupos de diez hombres armados por otros mayores, de cien cada uno, a los que dieron el nombre de Germanías. Con ello pensaban organizar más eficazmente la defensa contra los corsarios y hacer justicia "contra los malos cristianos", es decir, contra la nobleza opresora. Los emisarios fueron recibidos en Barcelona por Chièvres, quien, molesto contra la nobleza, no sólo les permitió organizar las Germanías, sino también constituir una junta de trece síndicos, con lo que se abría a los menestrales la puerta del poder.
En el gobierno de la ciudad intervenían, además del gobernador, el baile (juez) y el racional (contador), y dos importantes instituciones: los jurados y el Consejo General.
Los jurados eran seis personas, dos procedentes de la clase noble (caballeros) y cuatro de la ciudadana, es decir, de aquel sector de la población que poseía rentas suficientes como para no tener que vivir del trabajo de sus manos. Estos seis individuos eran elegidos por sorteo de entre los nombres contenidos en una lista confeccionada por el racional y aprobada por la Corona. A los jurados correspondía el gobierno municipal. El Consejo General era un cuerpo consultivo, al servicio de los jurados, integrado por 142 miembros. Lo componían representantes de todos los estamentos. Cada gremio enviaba cuatro representantes, con lo que la participación del pueblo en el Consejo era mayoritaria. Pero dado el carácter meramente consultivo del mismo, su intervención efectiva en el gobierno de la ciudad era nula en la práctica.
Así pues, la creación de las Germanías marca un importante cambio en la vida política valenciana: el pueblo está armado. Sus propios síndicos (trece, en recuerdo de Cristo y sus doce apóstoles) lo gobiernan. La Corona cree que los nobles aceptarán prestar juramento, amenazados por el creciente poder de los menestrales. El 24 de enero de 1520, la Corona hace un último esfuerzo. Adriano de Utrech es enviado a Valencia para intentar por última vez la aquiescencia de los nobles. Pero también fracasa. En aquella ocasión, las Germanías ya están perfectamente organizadas. Ocho mil hombres armados, agrupados en cuarenta banderas, desfilan a tambor batiente ante el enviado real.
Al venir Carlos I a España, nuevas circunstancias favorecieron el estrechamiento de las buenas relaciones entre la Corona y los menestrales de la ciudad. La nobleza se mostraba hostil a Carlos. Detenido primero en Zaragoza y después en Barcelona por la lentitud con que se desarrollaban las sesiones de Cortes tanto en Aragón como en Cataluña y apremiado por la necesidad de emprender viaje a Alemania para ser coronado emperador, Carlos había pedido a los tres estamentos de Valencia que le jurasen rey, aunque no pudiera asistir personalmente a tal acto. Los caballeros se negaron a hacerlo, alegando que tan buenos eran ellos como los aragoneses y catalanes. Molesta por la actitud de los caballeros, la Corona inició lo que se ha llamado un "especie de luna de miel" con el pueblo valenciano.
Coincidiendo con aquellas fechas, comienzan a rondar el litoral valenciano las galeotas turcas. La noblea, ahuyentada por un brote de peste que, a la sazón, se había declarado en la ciudad, se había retirado masivamente a sus posesiones del interior, temiendo el contagio. Conforme lo dispuesto en tiempos del Rey Católico, los gremios se armaron para hacer frente a los turcos. Solicitaron que al frente de cada compañía se pusiese un caballero, el cual, como militar profesional, pudiese dirigir acertadamente a la tropa, pero el gobernador de Valencia ordenó que el pueblo luchara en sus compañías gremiales y los caballeros lo hiciesen en las banderas del ejército real. La colaboración entre la nobleza y el pueblo sufría una nueva ruptura.
El pueblo decide entonces mandar sus representantes a Carlos. Aconsejados por un anciano y prudente cardador de paños, llamado Juan Lorenzo, solicitarían permiso para sustituir los antiguos grupos de diez hombres armados por otros mayores, de cien cada uno, a los que dieron el nombre de Germanías. Con ello pensaban organizar más eficazmente la defensa contra los corsarios y hacer justicia "contra los malos cristianos", es decir, contra la nobleza opresora. Los emisarios fueron recibidos en Barcelona por Chièvres, quien, molesto contra la nobleza, no sólo les permitió organizar las Germanías, sino también constituir una junta de trece síndicos, con lo que se abría a los menestrales la puerta del poder.
En el gobierno de la ciudad intervenían, además del gobernador, el baile (juez) y el racional (contador), y dos importantes instituciones: los jurados y el Consejo General.
Los jurados eran seis personas, dos procedentes de la clase noble (caballeros) y cuatro de la ciudadana, es decir, de aquel sector de la población que poseía rentas suficientes como para no tener que vivir del trabajo de sus manos. Estos seis individuos eran elegidos por sorteo de entre los nombres contenidos en una lista confeccionada por el racional y aprobada por la Corona. A los jurados correspondía el gobierno municipal. El Consejo General era un cuerpo consultivo, al servicio de los jurados, integrado por 142 miembros. Lo componían representantes de todos los estamentos. Cada gremio enviaba cuatro representantes, con lo que la participación del pueblo en el Consejo era mayoritaria. Pero dado el carácter meramente consultivo del mismo, su intervención efectiva en el gobierno de la ciudad era nula en la práctica.
Así pues, la creación de las Germanías marca un importante cambio en la vida política valenciana: el pueblo está armado. Sus propios síndicos (trece, en recuerdo de Cristo y sus doce apóstoles) lo gobiernan. La Corona cree que los nobles aceptarán prestar juramento, amenazados por el creciente poder de los menestrales. El 24 de enero de 1520, la Corona hace un último esfuerzo. Adriano de Utrech es enviado a Valencia para intentar por última vez la aquiescencia de los nobles. Pero también fracasa. En aquella ocasión, las Germanías ya están perfectamente organizadas. Ocho mil hombres armados, agrupados en cuarenta banderas, desfilan a tambor batiente ante el enviado real.
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