Durante un mes, el castillo de La Goleta fue asediado por el ejército del emperador. El verano se echó encima con sus asfixiantes calores. Era necesario acelerar las operaciones. El asalto final puso en manos d eCarlos la fortaleza, las 80 naves que el enemigo tenía bloqueadas en el puerto y unas 200 piezas de artillería. A los pocos días se dio orden de marcha sobre Túnez. El agobiante calor de la estación hizo extremadamente penosa la marcha a lo largo de los 10 kilómetros que los separaban de Túnez. Barbarroja trató de evitar que ocuparan lso pocos que había a mitad de camino, pero no lo logró. Cuando regresaba a Túnez dispuesto a dirigir la defensa, un gran motín estalló dentro de la ciudad. Los 20.000 cautivos cristianos que había encerrados en las cárceles de la ciudad lograron evadirse. Haradín huyó, y Carlos penetró con sus tropas en la ciudad. La victoria, como de costumbre, fue seguida del inevitable saqueo. Cuenta Santa Cruz que "se hizo una gran matanza de los moros y moras que se hallaron dentro". Los incendios, matanzas y violaciones fueron el triste complemento de la victoria obtenida.
Una vez más, Carlos no supo, no pudo o no quiso aprovechar la victoria. Aquél habría sido el momento oportuno para apoderarse de Argel; pero Carlos prefirió retirarse a Italia. La misma emperatriz le había instado a proseguir a fondo con la expedició africana:
"Lo que acá deseamos es que se acabase de destruir ese corsario, y se le tomase a Argel, pues yendo tan desbaratado paresce que se podría hacer agora con más facilidad que en otro tiempo, demás de acabar de limpiar la mar de las galeras que le quedaron y otras fustas que andan haciendo daño por estas costas. Lo cual se podrá bien efectuar sin poner V.M. en ellos su imperial persona"
A primeros de septiembre, Barbarroja mismo puso una sangrienta rúbrica a la carta de la emperatriz. Como represalia por la derrota de Túnez, cayó con sus piratas sobre Menorca y arrasó la isla. La alegría por la victoria de Carlos se convirtió en profunda desesperación. La conquista de Túnez sólo favorecía a los italianos. España tendría que seguir pagando su doloroso tributo a los piratas y a la grandeza imperial. Una vez más, la emperatriz sería la que diese testimonio del estado de ánimo de los españoles después de lo ocurrido en Menorca:
"...de que me ha desplacido cuanto es razón, asó por el daño que podría recibir de aquellos enemigos como por ser en tal coyuntura; lo cual se ha sentido en el reino mucho, porque comolas victorias que Nuestro Señor ha dado a V.M. en la empresa de Túne han gozado más particularmente los reinos de Nápoles y Sicilia y toda Italia, por haberles echado de allí tan mal vecino, así en el daño que se hace en éstos por este enemigo se siente más agora que en otro tiempo. Y de manera que no se habla de otra cosa".
En otras palabras; todo el esfuerzo castellano, el dinero del Perú y del reino gastado, la sangre vertida, aquel magno esfuerzo que tan particularmente había recaído sobre los hombres de Castilla, sólo había servido, en definitiva, para arrojar a Barbarroja sobre las costas del Mediterráneo hispano, alejándole de las riberas italianas. Extraña forma de mostrar Carlos V la preferencia que sentía por las tierras castellanas.
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