La diplomacia de los Reyes Católicos tuvo uno de sus puntales más firmes en una inteligente política matrimonial con la que trataron de hacer de todas las casas reinantes en Europa una gran familia cuyas relaciones de sangre serían la mejor garantía de paz y concordia entre sus reinos. A la mentalidad moderna le resulta difícil admitir las ideas que en aquellos tiempos anteponían las razones de estado a los sentimientos personales de los príncipes y princesas casaderos, manejados como simples figuras de ajedrez en el tablero de la política internacional. Isabel misma había sufrido manejos semejantes hasta que contrajo matrimonio con Fernando de Aragón. Sin embargo, no supo, no pudo o no quiso sustraerse a la tentación de hacer con sus propios hijos lo que había tratado de evitar que se hiciese con ella misma. Situándonos, no obstante, en el punto de vista común a los gobernantes de aquella época, hay que reconocer la gran envergadura de la política matrimonial que los Reyes Católicos desplegaron.
En la historia de sus proyectos matrimoniales pueden distinguirse claramente dos períodos separados por la fecha del Tratado de Barcelona (1493). En el primero, todo su interés se volcó en lograr la unidad de los reinos peninsulares mediante una serie de combinaciones que, a pesar de los múltiples obstáculos que se interpusieron, fructificaron plenamente al unirse los reinos de España y Portugal, en 1581, en la persona de Felipe II.
En el segundo, el objetivo que persiguieron fue el de crear un bloque unido de aliados y neutrales, capaz de garantizar la paz en Europa mediante el bloqueo del expansionismo francés hacia Italia. Los lazos diplomáticos se reforzaron así mediante los lazos de sangre.
Sin embargo, no hay que olvidar tampoco el lado oscuro y trágico de esta política. Como veremos, la fortuna no acompañó tan fielmente a los hijos de los Reyes Católicos como había acopañado a sus padres. Una dolorosa serie de muertes prematuras desbarataron muchos de sus sueños y amargaron, en especial, los últimos años de la reina Isabel. Además, al hacer emparentar entre sí a casi todas las casas reinantes en Europa aumentó la frecuencia de matrimonios cosanguíneos entre los descendientes de aquellos linajes reales, con los naturales perjuicios biológicos para muchos de los frutos nacidos.
Por otra parte, el prestigio que Aragón y Castila alcanzaron hizo que los reyes extranjeros buscasen, más que la felicidad de los príncipes o la concordia entre los reinos, el mayor provecho económico y las mejores promesas de ayuda política y militar. Así, mientrass que al dotar a sus hijas se hicieron tacaños, al exigir dotes para las esposas de sus hijos trataron de exprimir todo lo posible las arcas de los Reyes Católicos, que imaginaban repletas. Finalmente, la política matrimonial de los Reyes Católicos se vio abocada a un desenlace imprevisto: el de vincular España a las vicisitudes políticas de Europa, donde el país se vería obligado a volcar riadas de sangre y oro para defender lejanos intereses y para terminar perdiendo su carácter de primera potencia mundial. Pero todas estas cuestiones se irán desarrollando conforme les llegue el turno. Por ahora, haremos un breve resumen de lo que fue la política matrimonial de los Reyes Católicos.
Del matrimonio nacieron cinco hijos: Isabel (1470), Juan (1478), Juana (1479), María (1482) y Catalina (1485). La mayor, Isabel, la que más se parecía a su madre en todos los sentidos, casó con Alfonso, primogénito de Juan II de Portugal, en 1490. No habían pasado ocho meses cuando Alfonso murió al caer de un caballo. La joven viuda regresó al lado de sus padres. A Juan II le sucedió don Manuel, cuyo amor por Isabel sirvió de base a románticas leyendas. Isabel aceptó contraer de nuevo matrimonio y volvió como reina de Portugal en 1496. Poco después, su hermano Juan, príncipe de Asturias, murió, por lo que Isabel y Manuel fueron jurados como Príncipes de Asturias en 1498. Pero aquel mismo año falleció Isabel al dar a luz a su hijo Miguel. Sobre este niño recaían los derechos a las coronas de Portugal, Aragón y Castilla. Su abuela Isabel, encariñada con el pequeño, en el que había puesto todas sus esperanzas, consiguió que lo dejaran a su lado para educarle. Las Cortes, reunidas en Ocaña, lo juraron como heredero. Mas el niño tampoco sobrevivió: murió en Granada cuando todavía no había cumplido los dos años de edad.
El rey Manuel de Portugal volvió a casarse, más adelante, con otra hija de los Reyes Católicos, María, la menos agraciada de todas y, sin embargo, la más favorecida por la fortuna. Vivió hasta 1517, fecha en que murió de sobreparto, después de dar a Manuel numerosos hijos, entre los que destacaría Isabel, la misma que, andando el tiempo, llegaría a ser la esposa del emperador Carlos V.
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En la historia de sus proyectos matrimoniales pueden distinguirse claramente dos períodos separados por la fecha del Tratado de Barcelona (1493). En el primero, todo su interés se volcó en lograr la unidad de los reinos peninsulares mediante una serie de combinaciones que, a pesar de los múltiples obstáculos que se interpusieron, fructificaron plenamente al unirse los reinos de España y Portugal, en 1581, en la persona de Felipe II.
En el segundo, el objetivo que persiguieron fue el de crear un bloque unido de aliados y neutrales, capaz de garantizar la paz en Europa mediante el bloqueo del expansionismo francés hacia Italia. Los lazos diplomáticos se reforzaron así mediante los lazos de sangre.
Sin embargo, no hay que olvidar tampoco el lado oscuro y trágico de esta política. Como veremos, la fortuna no acompañó tan fielmente a los hijos de los Reyes Católicos como había acopañado a sus padres. Una dolorosa serie de muertes prematuras desbarataron muchos de sus sueños y amargaron, en especial, los últimos años de la reina Isabel. Además, al hacer emparentar entre sí a casi todas las casas reinantes en Europa aumentó la frecuencia de matrimonios cosanguíneos entre los descendientes de aquellos linajes reales, con los naturales perjuicios biológicos para muchos de los frutos nacidos.
Por otra parte, el prestigio que Aragón y Castila alcanzaron hizo que los reyes extranjeros buscasen, más que la felicidad de los príncipes o la concordia entre los reinos, el mayor provecho económico y las mejores promesas de ayuda política y militar. Así, mientrass que al dotar a sus hijas se hicieron tacaños, al exigir dotes para las esposas de sus hijos trataron de exprimir todo lo posible las arcas de los Reyes Católicos, que imaginaban repletas. Finalmente, la política matrimonial de los Reyes Católicos se vio abocada a un desenlace imprevisto: el de vincular España a las vicisitudes políticas de Europa, donde el país se vería obligado a volcar riadas de sangre y oro para defender lejanos intereses y para terminar perdiendo su carácter de primera potencia mundial. Pero todas estas cuestiones se irán desarrollando conforme les llegue el turno. Por ahora, haremos un breve resumen de lo que fue la política matrimonial de los Reyes Católicos.
Del matrimonio nacieron cinco hijos: Isabel (1470), Juan (1478), Juana (1479), María (1482) y Catalina (1485). La mayor, Isabel, la que más se parecía a su madre en todos los sentidos, casó con Alfonso, primogénito de Juan II de Portugal, en 1490. No habían pasado ocho meses cuando Alfonso murió al caer de un caballo. La joven viuda regresó al lado de sus padres. A Juan II le sucedió don Manuel, cuyo amor por Isabel sirvió de base a románticas leyendas. Isabel aceptó contraer de nuevo matrimonio y volvió como reina de Portugal en 1496. Poco después, su hermano Juan, príncipe de Asturias, murió, por lo que Isabel y Manuel fueron jurados como Príncipes de Asturias en 1498. Pero aquel mismo año falleció Isabel al dar a luz a su hijo Miguel. Sobre este niño recaían los derechos a las coronas de Portugal, Aragón y Castilla. Su abuela Isabel, encariñada con el pequeño, en el que había puesto todas sus esperanzas, consiguió que lo dejaran a su lado para educarle. Las Cortes, reunidas en Ocaña, lo juraron como heredero. Mas el niño tampoco sobrevivió: murió en Granada cuando todavía no había cumplido los dos años de edad.
El rey Manuel de Portugal volvió a casarse, más adelante, con otra hija de los Reyes Católicos, María, la menos agraciada de todas y, sin embargo, la más favorecida por la fortuna. Vivió hasta 1517, fecha en que murió de sobreparto, después de dar a Manuel numerosos hijos, entre los que destacaría Isabel, la misma que, andando el tiempo, llegaría a ser la esposa del emperador Carlos V.
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