No poseemos datos exactos sobre la proporción de conversos y desterrados. Los conversos debieron ser muchos, pues, un siglo más tarde, cuando la expulsión definitiva de los moriscos, eran todavía 200.000. Su rápida y obligada conversión los hizo cristianos de nombre, pero en realidad siguieron fieles a sus creencias musulmanas y a sus costumbres ancestrales. La Inquisición, a pesar de conocer este hecho, lo toleró, o al menos hizo la vista gorda. En realidad no era justo exigir demasiado a unas gentes que habían tenido que convertirse precipitada e improvisadamente. No obstante, los verdaderos motivos de esta tolerancia deben buscarse por otro camino. Probablemente, la nobleza que ostentaba los señoríos granadinos se opuso a vere privada de un laborioso campesinado morisco que, de ser expulsado o molestado, dejaría sin cultivar grandes posesiones, máxime cuando no era posible sustituirlos con campesinos cristianos.
El problema de los moriscos se mantuvo latente bajo los reinados de los primeros monarcas de la casa de Austria, tiempos en los que el conflicto saldría de nuevo a la superficie y culminaría con la expulsión definitiva.
Así consiguieron los Reyes Católicos la unidad religiosa global de España. Las convicciones religiosas de Isabel, de las que participó hondamente toda su familia, contribuyeron en parte a dar esta desmesurada solución al problema religioso. Pero bien claro está, al mismo tiempo, que otros muchos factores (económicos, sociológicos, políticos, militares, etc...) contribuyeron a seleccionar, entre todas las soluciones posibles, precisamente esta, la más violenta, la menos cristiana y la menos humana.
Las tensiones interconfesionales pasaron desde entonces a un campo distinto: el de las tensiones entre cristianos viejos y cristianos nuevos (especialmente los procedentes del judaísmo), que cristalizaron en los "estatutos de limpieza de sangre". El temor a que los criptojudíos, en especial, pudieran introducirse en las filas de la Iglesia, la administración o la nobleza, obligó a tomar medidas, como las de probar la veteranía del propio catolicismo a cuantos aspiraban a alguno de estos sectores. Las consecuencias de esta actitud y de la legislación en que se expresó provocaron la aparición de muchas características típicas del español de la época. Así, los descendientes de los judíos llegaron, en ocasiones, a la afirmación exasperada de la ortodoxia del catolicismo. A la misma preocupación por "la limpieza de sangre" debe atribuirse la exagerada atención de los españoles a las cuestiones de honor y reputación; a ella también, el interés por los estudios bíblicos en España, mucho antes de que apareciesen los primeros biblistas. El nacimiento de la Inquisición y su popularidad, así como otros muchos fenómenos más o menos tangibles, de entre los que caracterizaron la sociedad española del Siglo de Oro, tienen su origen aquí.
La intolerancia religiosa, que toma cuerpo en la Península por obra de los Reyes Católicos, se proyectaría muy pront sobre los campos de Europa, donde España sería, frente a la escisión protestante, el portaestandarte de la unidad religiosa de la cristiandad. Las inacabables guerras de religión que pronto darían comienzo no tuvieron términi hasta que en el año 1648 la Paz de Westfalia, recogiendo el sentir de los pueblos, estableció la tolerancia religiosa como base necesaria para la convivencia pacífica.
Como se verá en su momento, España, sin embargo, no asimiló estos principios de libertad, por entonces; un sondeo de la opinión pública , un estudio de nuestras vivencias y costumbres... podría poner de manifiesto la pervivencia de algunas de las citadas actitudes todavía en nuestro tiempo.
Para saber más puedes leer HISTORIA MEDIEVAL DE LAS ESPAÑAS II haciendo click AQUÍ
El problema de los moriscos se mantuvo latente bajo los reinados de los primeros monarcas de la casa de Austria, tiempos en los que el conflicto saldría de nuevo a la superficie y culminaría con la expulsión definitiva.
Así consiguieron los Reyes Católicos la unidad religiosa global de España. Las convicciones religiosas de Isabel, de las que participó hondamente toda su familia, contribuyeron en parte a dar esta desmesurada solución al problema religioso. Pero bien claro está, al mismo tiempo, que otros muchos factores (económicos, sociológicos, políticos, militares, etc...) contribuyeron a seleccionar, entre todas las soluciones posibles, precisamente esta, la más violenta, la menos cristiana y la menos humana.
Las tensiones interconfesionales pasaron desde entonces a un campo distinto: el de las tensiones entre cristianos viejos y cristianos nuevos (especialmente los procedentes del judaísmo), que cristalizaron en los "estatutos de limpieza de sangre". El temor a que los criptojudíos, en especial, pudieran introducirse en las filas de la Iglesia, la administración o la nobleza, obligó a tomar medidas, como las de probar la veteranía del propio catolicismo a cuantos aspiraban a alguno de estos sectores. Las consecuencias de esta actitud y de la legislación en que se expresó provocaron la aparición de muchas características típicas del español de la época. Así, los descendientes de los judíos llegaron, en ocasiones, a la afirmación exasperada de la ortodoxia del catolicismo. A la misma preocupación por "la limpieza de sangre" debe atribuirse la exagerada atención de los españoles a las cuestiones de honor y reputación; a ella también, el interés por los estudios bíblicos en España, mucho antes de que apareciesen los primeros biblistas. El nacimiento de la Inquisición y su popularidad, así como otros muchos fenómenos más o menos tangibles, de entre los que caracterizaron la sociedad española del Siglo de Oro, tienen su origen aquí.
La intolerancia religiosa, que toma cuerpo en la Península por obra de los Reyes Católicos, se proyectaría muy pront sobre los campos de Europa, donde España sería, frente a la escisión protestante, el portaestandarte de la unidad religiosa de la cristiandad. Las inacabables guerras de religión que pronto darían comienzo no tuvieron términi hasta que en el año 1648 la Paz de Westfalia, recogiendo el sentir de los pueblos, estableció la tolerancia religiosa como base necesaria para la convivencia pacífica.
Como se verá en su momento, España, sin embargo, no asimiló estos principios de libertad, por entonces; un sondeo de la opinión pública , un estudio de nuestras vivencias y costumbres... podría poner de manifiesto la pervivencia de algunas de las citadas actitudes todavía en nuestro tiempo.
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