Conforme iban llegando los pobladores cristianos a la región los problemas de convivencia con los musulmanes se agudizaban. Comienzan a crearse municipios al estilo castellano en territorio musulmán, dotados de bienes propios. Se introducen cultivos típicamente cristianos, como la vid, ya que el vino, prohibido por el Corán, no se cultivaba extensivamente entre los musulmanes. Grandes extensiones de terreno fueron cedidas a los nobles que habían participado en la conquista y la Corona también se apropió de grandes áreas de terreno.
Los moros que habían sido reducidos a la esclavitud en las fases previas a la rendición de Granada pudieron comprar su libertad y asentarse en los señoríos creados en el reino granadino, en las mismas condiciones en que vivían los demás mudéjares de los reinos de la Corona. Así muchos moros de Guadix, Baza, Almería, etc... se establecieron en la villa de Cenete, donde tenía su cabeza el mayorazgo que el cardenal Mendoza había creado para uno de sus hijos. Los habitantes de las tierras no tomadas por conquista, sino recibidas en la rendición, se encontraban en una situación distinta. Éste era, especialmente, el caso de los habitantes de la ciudad de Granada, a quienes se aseguró completa libertad. Muchos moros se hicieron pasar por ciudadanos de Granada para conseguir la libertad, pero pronto se descubrió este ardid y se le puso remedio.
Pasados los tres años de exención fiscal, también se fijaron tributos a los vencidos muchísimo más fuertes que los que gravaban a cualquier otro territorio de la Corona. La situación de los musulmanes se agravó tanto que a partir de 1495 comenzó un éxodo masivo hacia África. Las cortapisas y limitaciones que se pusieron a la salida de capitales revistieron características semejantes a las que se dieron en el caso judío. Paralelamente se forzó con esta medida el ritmo de las conversiones, si bien su carácter forzado no era garante de su sinceridad.
En 1499 los reyes, ausentes de Granada desde los días de la conquista, regresaron a la ciudad. Desde el primer momento pudieron constatar cómo Granada seguía siendo una ciudad musulmana gobernada por un puñado de cristianos enriscados en la fortaleza de la Alhambra. Era necesario actuar con más decisión y desde este momento empieza a eclipsarse la estrella de fray Hernando de Talavera.
A partir de 1499 otro hombre será quien se encargue de dirigir la conversión de los musulmanes: fray Francisco Jiménez de Cisneros, cuyos métodos, radicalmente distintos de los talaveranos, provocarán serios conflictos en el reino de Granada.
Los moros que habían sido reducidos a la esclavitud en las fases previas a la rendición de Granada pudieron comprar su libertad y asentarse en los señoríos creados en el reino granadino, en las mismas condiciones en que vivían los demás mudéjares de los reinos de la Corona. Así muchos moros de Guadix, Baza, Almería, etc... se establecieron en la villa de Cenete, donde tenía su cabeza el mayorazgo que el cardenal Mendoza había creado para uno de sus hijos. Los habitantes de las tierras no tomadas por conquista, sino recibidas en la rendición, se encontraban en una situación distinta. Éste era, especialmente, el caso de los habitantes de la ciudad de Granada, a quienes se aseguró completa libertad. Muchos moros se hicieron pasar por ciudadanos de Granada para conseguir la libertad, pero pronto se descubrió este ardid y se le puso remedio.
Pasados los tres años de exención fiscal, también se fijaron tributos a los vencidos muchísimo más fuertes que los que gravaban a cualquier otro territorio de la Corona. La situación de los musulmanes se agravó tanto que a partir de 1495 comenzó un éxodo masivo hacia África. Las cortapisas y limitaciones que se pusieron a la salida de capitales revistieron características semejantes a las que se dieron en el caso judío. Paralelamente se forzó con esta medida el ritmo de las conversiones, si bien su carácter forzado no era garante de su sinceridad.
En 1499 los reyes, ausentes de Granada desde los días de la conquista, regresaron a la ciudad. Desde el primer momento pudieron constatar cómo Granada seguía siendo una ciudad musulmana gobernada por un puñado de cristianos enriscados en la fortaleza de la Alhambra. Era necesario actuar con más decisión y desde este momento empieza a eclipsarse la estrella de fray Hernando de Talavera.
A partir de 1499 otro hombre será quien se encargue de dirigir la conversión de los musulmanes: fray Francisco Jiménez de Cisneros, cuyos métodos, radicalmente distintos de los talaveranos, provocarán serios conflictos en el reino de Granada.
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