Antes de haber llegado al acuerdo ratificado en Tordesillas ya se había enviado una segnda expedición a las Indias. Esta vez se trataba de una auténtica colonización. La organizaron, juntamente, el almirante y Juan Rodríguez de Fonseca, clérigo, dotado de grandes cualidades de administrador y organizador, de quien dijo Las Casas que "era muy capaz para mundanos negocios, señaladamente para congragar gente de guerra para armadas por la mar, que era más oficio de vizcaínos que de obispos".
En las 17 naves de la flota iban unos 1.500 hombres de todas las clases sociales. Por primera vez se enviaban eclesiásticos, entre ellos un fraile llamado Juan Pérez, a quien la tradición atribuye el haber celebrado la primera misa que se dijo en América. Llevaron también animales, plantas, semillas, herramientas, todo cuanto consideraron necesario para establecer allí toda aquella gente y organizzar la vida económica de los poblados que se fundasen.
También acompañaba a Colón su hermano Diego, hombre apocado y sencillo, que, después de haber trabajado toda su vida como tejedor, adquirió nacionalidad castellana y comenzó a instruirse con la intención de obtener algún beneficio eclesiástico.
Zarparon de Cádiz el 25 de septiembre de 1493. Después de un viaje tranquilo, llegaron al mar de las Antillas y exploraron numerosas islas nuevas, entre ellas la de San Juan de Puerto Rico. Al llegar a La Española hallaron que el Fuerte de Navidad había sido destruído por los indios y todos sus defensores habían muerto. Al parecer, el ataque había sido ordenado por Caonabó, cacique de los caribes. Estos caribes constituían un pueblo de guerreros y navegantes, aficionados a la práctica del canibalismo, que asolaban las islas de aquellos mares con sus periódicas incursiones. Poco antes de la llegada de los españoles se habían establecido en La Española, donde habían sometido a su obediencia a los caciques locales, entre ellos a Guanacagari.
Los colonos se establecieron en una ciudad de nueva planta, a la que dieron el nombre de Isabela. Surgieron en seguida graves conflictos: unos, con los indios de la isla, que culminaron con la captura de Caonabó. Otros, entre los españoles mismos. En una nueva flotilla, llegada a La Española a mediados de 1494, se presentó Bartolomé Colón, hermano del almirante, a quien igualaba en conocimientos náuticos y geográficos y a quien superaba largamente en energía. Era un hombre dado a actuar con mano dura y decidida, en contraste con su hermano Cristóbal, que prefería métodos pacíficos, y que, cuando debió usar los violentos, se pasó de los límites razonables. Al parecer, los colonos estaban profundamente disgustados, pues, según decían, entre el almirante y sus hermanos, que al fin y al cabo eran unos extranjeros, los estaban explotando. Al almirante se le acusaba además de incompetencia y se le culpaba de la estrechez y el hambre que se padecía en La Española. Algunos capitanes volvieron por su cuenta a España, dejando a sus soldados abandonados y expuestos a los ataques de los indios. Algunos frailes también se volvieron.
Los reyes enviaron gente de su confianza para que averiguasen lo que ocurría en realidad. Colón, aconsejado por los enviados reales, regresó a España para explicar personalmente a los reyes la verdad. Durante los dos años que pasó en España (1496-1498) Colón siguió a la corte, atareada entonces con las bodas de los príncipes; obtuvo la confirmación de sus cargos y privilegios y la autorización para realizar un tercer viaje a las Indias.
En las 17 naves de la flota iban unos 1.500 hombres de todas las clases sociales. Por primera vez se enviaban eclesiásticos, entre ellos un fraile llamado Juan Pérez, a quien la tradición atribuye el haber celebrado la primera misa que se dijo en América. Llevaron también animales, plantas, semillas, herramientas, todo cuanto consideraron necesario para establecer allí toda aquella gente y organizzar la vida económica de los poblados que se fundasen.
También acompañaba a Colón su hermano Diego, hombre apocado y sencillo, que, después de haber trabajado toda su vida como tejedor, adquirió nacionalidad castellana y comenzó a instruirse con la intención de obtener algún beneficio eclesiástico.
Zarparon de Cádiz el 25 de septiembre de 1493. Después de un viaje tranquilo, llegaron al mar de las Antillas y exploraron numerosas islas nuevas, entre ellas la de San Juan de Puerto Rico. Al llegar a La Española hallaron que el Fuerte de Navidad había sido destruído por los indios y todos sus defensores habían muerto. Al parecer, el ataque había sido ordenado por Caonabó, cacique de los caribes. Estos caribes constituían un pueblo de guerreros y navegantes, aficionados a la práctica del canibalismo, que asolaban las islas de aquellos mares con sus periódicas incursiones. Poco antes de la llegada de los españoles se habían establecido en La Española, donde habían sometido a su obediencia a los caciques locales, entre ellos a Guanacagari.
Los colonos se establecieron en una ciudad de nueva planta, a la que dieron el nombre de Isabela. Surgieron en seguida graves conflictos: unos, con los indios de la isla, que culminaron con la captura de Caonabó. Otros, entre los españoles mismos. En una nueva flotilla, llegada a La Española a mediados de 1494, se presentó Bartolomé Colón, hermano del almirante, a quien igualaba en conocimientos náuticos y geográficos y a quien superaba largamente en energía. Era un hombre dado a actuar con mano dura y decidida, en contraste con su hermano Cristóbal, que prefería métodos pacíficos, y que, cuando debió usar los violentos, se pasó de los límites razonables. Al parecer, los colonos estaban profundamente disgustados, pues, según decían, entre el almirante y sus hermanos, que al fin y al cabo eran unos extranjeros, los estaban explotando. Al almirante se le acusaba además de incompetencia y se le culpaba de la estrechez y el hambre que se padecía en La Española. Algunos capitanes volvieron por su cuenta a España, dejando a sus soldados abandonados y expuestos a los ataques de los indios. Algunos frailes también se volvieron.
Los reyes enviaron gente de su confianza para que averiguasen lo que ocurría en realidad. Colón, aconsejado por los enviados reales, regresó a España para explicar personalmente a los reyes la verdad. Durante los dos años que pasó en España (1496-1498) Colón siguió a la corte, atareada entonces con las bodas de los príncipes; obtuvo la confirmación de sus cargos y privilegios y la autorización para realizar un tercer viaje a las Indias.
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