Tres meses se emplearon en la redacción del documento conocido como Capitulaciones de Santa Fe. En él los reyes aceptaban generosamente todas las condiciones de Colón, las cuales podemos resumir en los cinco puntos siguientes:
1. Don Cristóbal Colón y sus descendientes serían almirantes vitalicios de los mares, islas y continentes que se descubriesen.
2. Sería nombrado virrey de las mismas, con facultad para proponer a los reyes ternas donde éstos pudiesen elegir a las personas que debieran ejercer algún cargo de gobierno.
3. Colón y sus descendientes percibirían la décima parte de todas las ganancias que produjesen las tierras por descubrir.
4. Él o sus representantes serían los únicos jueces en los pleitos comerciales que se entablasen.
5. Además, se reservaba el derecho de contribuir con la octava prte a las inversiones que se realizaran para esta primera u otras sucesivas expediciones, y, en consecuencia, le correspondería también la octava parte de las ganancias, además de la décima parte antedicha.
El 30 de abril de 1492 los reyes firmaron el documento, estampando, además, la siguiente añadidura:
"... e séades nuestro Almirante, e Visorrey, e Gobernador en ellas, e vos podades dende en adelante llamar e intitular Don Cristóbal Colón, e así vuestros hijos e sucesores en el dicho oficio e cargo se puedan llamar Don, e Almirante, e Visorrey, e Gobernador de las dichas Islas e Tierra firme, que así descubriéredes e ganáredes por vos e por vuestros lugartenientes"
A continuación se allegaron los fondos necesarios para la empresa. La octava parte con que Colón pensaba contribuir le fue prestada por los hermanos Pinzones y por algunos amigos del almirante, entre los que figuraban algunos ricos comerciantes florentinos y genoveses. La reina, contra lo que la romántica leyenda cuenta, no empeñó sus joyas para financiar la empresa, ni tampoco es cierto que Luis Santángel le prestara la cantidad que necesitaba. En realidad, el gasto no pareció excesivo, como se lee en un memorial que, años después, se presentó a Carlos I en el que se decía:
"También sabrá vuestra magestat que ovo otra duda muy grande quando se yntentó la pasada para descubrir las Yndias, porque ninguna certinidad abía más de lo que el Colón decía, y al fin, con un poco de gasto que para ello se hizo, se descubrió cosa por donde la fee fuese magnifestada por todo el mundo, y su hubiesen tantos y tan grandes provechos que escrivir ni dezir se pueden"
El detalle de la cantidad aportada se encuentra en los libros de cuentas de la Santa Hermandad, cuyos fondos, como sabemos, procedían de los tres estamentos del reino. Por tanto se puede asegurar con toda legitimidad que el verdadero financiador de Colón fue el pueblo castellano. Esta cantidad se debía entregar a fray Hernando de Talavera para que la pusiera en manos del almirante . Efectivamente, en sus libros de cuentas vuelve a registrarse; pero sin que haya forma de aclarar lo ocurrido, en el asiento de entrada figuran solamente 1.400.000 maravedís, mientras que la cantidad registrada en los libros de la Santa Hermandad era la de 1.517.100. De los 117.100 maravedís que faltan, nada más se supo.
Al mismo tiempo, la secretaría real redactaba incesantemente todas las cédulas y cartas necesarias para activar la empresa. Una de las cartas iba dirigida al Gran Khan, a quien Colón estaba seguro de encontrar al otro lado del océano. Las cédulas iban dirigidas a las autoridades locales de la costa, para que proporcionasen a Colón de todo lo necesario a precios razonables. Otras daban seguro a los que se enrolasen como tripulantes, para que, en caso de haber cometido algún tipo de delito, no se les dañase ni en su persona ni en sus bienes, ni por parte de la justicia ni por la de los particulares, desde la fecha de la cédula hasta dos meses después de su regreso. Una mala interpretación de esta cédula hizo creer que la gente de mar que acompañó a Colón eran un puñado de facinerosos. Los únicos que se aprovecharon del seguro real fueron tres hombres que habían acogido en su casa a otro, a quien se imputaba haber dado muerte a alguien en una riña.
En otra de las cédulas los reyes se dirigían al alcalde de la villa de Palos. Los vecinos de la villa debían pagar a la Corona ciertas cantidades correspondientes a una gabela que allí existía. Al no hacerlo, se les habían embargado dos carabelas. Se pedía, pues, que estas naves u otras dos equivalentes se pusieran a disposición del almirante.
Los duques de Medinacelli y Medina-Sidonia, así como fray Juan Pérez y Martín Alonso Pinzón, acreditaron a Colón ante las gentes de aquellos lugares, y así fue posible abrir las listas de triulantes el día 23 de junio.
Colón ya estaba a punto de realizar su sueño, por tanto tiempo perseguido. El 2 de agosto, día de la Virgen de la Rábida, se dio la orden de embarque. El 3, de mañana, cuando faltaba media hora para salir el sol, soltaron amarras, desplegaron las velas y enfilaron la barrera de Saltés, camino del océano.
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1. Don Cristóbal Colón y sus descendientes serían almirantes vitalicios de los mares, islas y continentes que se descubriesen.
2. Sería nombrado virrey de las mismas, con facultad para proponer a los reyes ternas donde éstos pudiesen elegir a las personas que debieran ejercer algún cargo de gobierno.
3. Colón y sus descendientes percibirían la décima parte de todas las ganancias que produjesen las tierras por descubrir.
4. Él o sus representantes serían los únicos jueces en los pleitos comerciales que se entablasen.
5. Además, se reservaba el derecho de contribuir con la octava prte a las inversiones que se realizaran para esta primera u otras sucesivas expediciones, y, en consecuencia, le correspondería también la octava parte de las ganancias, además de la décima parte antedicha.
El 30 de abril de 1492 los reyes firmaron el documento, estampando, además, la siguiente añadidura:
"... e séades nuestro Almirante, e Visorrey, e Gobernador en ellas, e vos podades dende en adelante llamar e intitular Don Cristóbal Colón, e así vuestros hijos e sucesores en el dicho oficio e cargo se puedan llamar Don, e Almirante, e Visorrey, e Gobernador de las dichas Islas e Tierra firme, que así descubriéredes e ganáredes por vos e por vuestros lugartenientes"
A continuación se allegaron los fondos necesarios para la empresa. La octava parte con que Colón pensaba contribuir le fue prestada por los hermanos Pinzones y por algunos amigos del almirante, entre los que figuraban algunos ricos comerciantes florentinos y genoveses. La reina, contra lo que la romántica leyenda cuenta, no empeñó sus joyas para financiar la empresa, ni tampoco es cierto que Luis Santángel le prestara la cantidad que necesitaba. En realidad, el gasto no pareció excesivo, como se lee en un memorial que, años después, se presentó a Carlos I en el que se decía:
"También sabrá vuestra magestat que ovo otra duda muy grande quando se yntentó la pasada para descubrir las Yndias, porque ninguna certinidad abía más de lo que el Colón decía, y al fin, con un poco de gasto que para ello se hizo, se descubrió cosa por donde la fee fuese magnifestada por todo el mundo, y su hubiesen tantos y tan grandes provechos que escrivir ni dezir se pueden"
El detalle de la cantidad aportada se encuentra en los libros de cuentas de la Santa Hermandad, cuyos fondos, como sabemos, procedían de los tres estamentos del reino. Por tanto se puede asegurar con toda legitimidad que el verdadero financiador de Colón fue el pueblo castellano. Esta cantidad se debía entregar a fray Hernando de Talavera para que la pusiera en manos del almirante . Efectivamente, en sus libros de cuentas vuelve a registrarse; pero sin que haya forma de aclarar lo ocurrido, en el asiento de entrada figuran solamente 1.400.000 maravedís, mientras que la cantidad registrada en los libros de la Santa Hermandad era la de 1.517.100. De los 117.100 maravedís que faltan, nada más se supo.
Al mismo tiempo, la secretaría real redactaba incesantemente todas las cédulas y cartas necesarias para activar la empresa. Una de las cartas iba dirigida al Gran Khan, a quien Colón estaba seguro de encontrar al otro lado del océano. Las cédulas iban dirigidas a las autoridades locales de la costa, para que proporcionasen a Colón de todo lo necesario a precios razonables. Otras daban seguro a los que se enrolasen como tripulantes, para que, en caso de haber cometido algún tipo de delito, no se les dañase ni en su persona ni en sus bienes, ni por parte de la justicia ni por la de los particulares, desde la fecha de la cédula hasta dos meses después de su regreso. Una mala interpretación de esta cédula hizo creer que la gente de mar que acompañó a Colón eran un puñado de facinerosos. Los únicos que se aprovecharon del seguro real fueron tres hombres que habían acogido en su casa a otro, a quien se imputaba haber dado muerte a alguien en una riña.
En otra de las cédulas los reyes se dirigían al alcalde de la villa de Palos. Los vecinos de la villa debían pagar a la Corona ciertas cantidades correspondientes a una gabela que allí existía. Al no hacerlo, se les habían embargado dos carabelas. Se pedía, pues, que estas naves u otras dos equivalentes se pusieran a disposición del almirante.
Los duques de Medinacelli y Medina-Sidonia, así como fray Juan Pérez y Martín Alonso Pinzón, acreditaron a Colón ante las gentes de aquellos lugares, y así fue posible abrir las listas de triulantes el día 23 de junio.
Colón ya estaba a punto de realizar su sueño, por tanto tiempo perseguido. El 2 de agosto, día de la Virgen de la Rábida, se dio la orden de embarque. El 3, de mañana, cuando faltaba media hora para salir el sol, soltaron amarras, desplegaron las velas y enfilaron la barrera de Saltés, camino del océano.
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