Cuando la unidad de los reinos ibéricos está alcanzando su punto culminante y va a ser punto de partida para una política exterior de muy amplios vuelos, cabe preguntarse cuáles son los fundamentos sobre los que descansará la población de éstos.
Se ha calculado que el número de habitantes de la Península (excluyendo Portugal) en el tránsito del siglo XVI rondaría como mucho la cifra de diez millones de personas, siete millones en el reino castellano-leonés. Es de advertir el considerable impulso demográfico en comparación con las cifras conocidas para este mismo territorio en torno a los años finales del siglo XIII. Para la Corona de Aragón la población de ha cifrado en torno al millón de habitantes. A diferencia de su vecina, el estancamiento aquí es notorio. el número de habitantes viene a ser el mismo que para la primera mitad del siglo XIV. Éstos se repartirían de la siguiente manera: 300.000 para Valencia, otros tantos para Cataluña; 250.000 para Aragón; 80.000 para Baleares, y 50.000 para los territorios del Rosellón y la Cerdaña.
La recién incorporada Granada arrojaría una cifra aproximada de 700.000 almas. Navarra, en vísperas de su incorporación, no superaría los 100.000 habitantes.
Los movimientos migratorios se irán produciendo a medida que la política religiosa de los Reyes Católicos adquiera caracteres más rígidos (expulsión de los judíos y musulmanes), las relaciones internacionales experimenten un creciente impulso (emigración aragonesa a Nápoles) y la política descubridora adquiera nuevos vuelos (primeros núcleos de colonización en América).
Resulta difícil fijar unas líneas precisas que nos indiquen cuál es la estructura en la que se encuadran estos contingentes humanos. En general se ha hablado de algo más de 100.000 miembros pertenecientes a los grupos aristocráticos, unas 255.000 personas que se integrarían en las clases medias y acomodadas, y el resto se repartiría entre los grupos populares de menestrales, jornaleros urbanos y campesinos, componiendo estos últimos una masa superior a los seis millones de habitantes.
La alta aristocracia -elemento prepotente- se agrupa en unos cuarenta linajes aproximadamente. Su fuerza social contrasta con su escaso poder político. Entre la pequeña nobleza se encuentran aquellas personas cuyo denominador común sería su condición de hidalgos. La milicia será uno de sus campos de acción. El clero, en la transición al siglo XVI, no es un estamento homogéneo, ya que al lado de la aristocracia eclesiástica es necesario colocar a la masa del bajo clero, uno de los objetivos principales de la política reformadora del cardenal Cisneros. El único elemento que hace solidarios a estos dos grupos viene dado por las exenciones tributarias.
Dentro de los grupos de población urbana se encuentran a la cabeza la burguesía del patriciado urbano aragonés y los ciudadanos honrados y caballeros castellanos, aunque estos últimos estén todavía muy vinculados al medio rural.
Entre las clases medias y modestas de las ciudades se encuentran mercaderes, artistas, etc... que vienen a cosntituir las cuatro quintas partes de los contingentes humanos en sus respectivos núcleos de población. Entre ellos se sigue manteniendo como timbre de honor el ser "cristiano viejo".
El campesinado constituye un mundo un tanto heterogéneo, cuyo nivel de vida y status jurídico oscila entre el de los campesinos vastos, acomodados y con gran semejanza a una pequeña nobleza rural, y los moriscos de la Corona de Aragón, en muy precaria situación. El pertenecer a un lugar de señorío o de realengo no parece que constituya una razón determinante para el mejor o peor desenvolvimiento de las condiciones de vida.
Las fuentes de ingresos dependen esencialmente de rentas de la tierra. Éstas, sin embargo, están controladas en su inmensa mayoría por los elementos aristocráticos; no más de un 5% son percibidas por personas no ligadas a la nobleza. Solamente en casos excepcionales, puertos de Valencia o Sevilla, a título de ejemplo, las rentas no proceden de la tierra.
En definitiva, todo este cúmulo de circunstancias, que vienen a consolidar una estructura social profundamente aristocratizante, habrían de constituir un lastre notorio en la evolución histórica de los reinos hispánicos en vísperas de las grandes transformaciones que se avecinan al iniciarse los tiempos modernos.
Se ha calculado que el número de habitantes de la Península (excluyendo Portugal) en el tránsito del siglo XVI rondaría como mucho la cifra de diez millones de personas, siete millones en el reino castellano-leonés. Es de advertir el considerable impulso demográfico en comparación con las cifras conocidas para este mismo territorio en torno a los años finales del siglo XIII. Para la Corona de Aragón la población de ha cifrado en torno al millón de habitantes. A diferencia de su vecina, el estancamiento aquí es notorio. el número de habitantes viene a ser el mismo que para la primera mitad del siglo XIV. Éstos se repartirían de la siguiente manera: 300.000 para Valencia, otros tantos para Cataluña; 250.000 para Aragón; 80.000 para Baleares, y 50.000 para los territorios del Rosellón y la Cerdaña.
La recién incorporada Granada arrojaría una cifra aproximada de 700.000 almas. Navarra, en vísperas de su incorporación, no superaría los 100.000 habitantes.
Los movimientos migratorios se irán produciendo a medida que la política religiosa de los Reyes Católicos adquiera caracteres más rígidos (expulsión de los judíos y musulmanes), las relaciones internacionales experimenten un creciente impulso (emigración aragonesa a Nápoles) y la política descubridora adquiera nuevos vuelos (primeros núcleos de colonización en América).
Resulta difícil fijar unas líneas precisas que nos indiquen cuál es la estructura en la que se encuadran estos contingentes humanos. En general se ha hablado de algo más de 100.000 miembros pertenecientes a los grupos aristocráticos, unas 255.000 personas que se integrarían en las clases medias y acomodadas, y el resto se repartiría entre los grupos populares de menestrales, jornaleros urbanos y campesinos, componiendo estos últimos una masa superior a los seis millones de habitantes.
La alta aristocracia -elemento prepotente- se agrupa en unos cuarenta linajes aproximadamente. Su fuerza social contrasta con su escaso poder político. Entre la pequeña nobleza se encuentran aquellas personas cuyo denominador común sería su condición de hidalgos. La milicia será uno de sus campos de acción. El clero, en la transición al siglo XVI, no es un estamento homogéneo, ya que al lado de la aristocracia eclesiástica es necesario colocar a la masa del bajo clero, uno de los objetivos principales de la política reformadora del cardenal Cisneros. El único elemento que hace solidarios a estos dos grupos viene dado por las exenciones tributarias.
Dentro de los grupos de población urbana se encuentran a la cabeza la burguesía del patriciado urbano aragonés y los ciudadanos honrados y caballeros castellanos, aunque estos últimos estén todavía muy vinculados al medio rural.
Entre las clases medias y modestas de las ciudades se encuentran mercaderes, artistas, etc... que vienen a cosntituir las cuatro quintas partes de los contingentes humanos en sus respectivos núcleos de población. Entre ellos se sigue manteniendo como timbre de honor el ser "cristiano viejo".
El campesinado constituye un mundo un tanto heterogéneo, cuyo nivel de vida y status jurídico oscila entre el de los campesinos vastos, acomodados y con gran semejanza a una pequeña nobleza rural, y los moriscos de la Corona de Aragón, en muy precaria situación. El pertenecer a un lugar de señorío o de realengo no parece que constituya una razón determinante para el mejor o peor desenvolvimiento de las condiciones de vida.
Las fuentes de ingresos dependen esencialmente de rentas de la tierra. Éstas, sin embargo, están controladas en su inmensa mayoría por los elementos aristocráticos; no más de un 5% son percibidas por personas no ligadas a la nobleza. Solamente en casos excepcionales, puertos de Valencia o Sevilla, a título de ejemplo, las rentas no proceden de la tierra.
En definitiva, todo este cúmulo de circunstancias, que vienen a consolidar una estructura social profundamente aristocratizante, habrían de constituir un lastre notorio en la evolución histórica de los reinos hispánicos en vísperas de las grandes transformaciones que se avecinan al iniciarse los tiempos modernos.
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