Y Escipión se puso manos a la obra metiendo en cintura a la soldadesca del campamento, comenzando por expulsar del mismo a unas 2.000 personas, entre prostitutas y mancebos que se dedicaban a solazar a sus ocupantes. También salieron despedidos los buhoneros, sacerdotes, adivinos y demás profesionales ambulantes que nada tenían que ver sino con el ocio de los militares y para nada con sus fines. El lujo se suprimió hasta en detalles que hoy consideraríamos elementales: se prohibió dormir en camas; los útiles de aseo fueron requisados: se recogieron no menos de 20.000 lotes, entre cuchillitas de afeitar, tenacillas, pinzas y depiladores; los baños de agua caliente se proscribieron; igualmente prohibió que los soldados se ayudasen mutuamente a darse masajes y cremas después del baño, etc... Sería interminable la lista de prohibiciones que dictó Escipión. El resultado fue un soldado bien distinto de las piltrafas humanas que se encontró cuando llegó a Hispania. Cada hombre llevaba sobre sí, además de todas sus armas, una escudilla, un vaso, un pincho para asar carne, un talego con trigo para todo un mes y un haz de siete palos recios para construir empalizadas. Todos debían marchar a pie, hasta los soldados de caballería. Las bestias se utilizarían para transportar heridos y enfermos y los carros, para el bagaje y un enorme arsenal de picos y palas.
Los entrenamientos y la instrucción se llevaron a cabo en los llanos de Urgel. El que flojeaba, por muy ciudadano romano que fuese, recibía una buena mano de azotes: para no violar la ley que prohibía azotar a los ciudadanos romanos con varas de mimbre, los centuriones sustituyeron sus vergajos de mimbre por otros hechos con sarmientos de vid, que serían, en adelante, el distintivo de los centuriones. Escipión, vestido con un áspero "sagum" de los celtíberos, inspeccionaba cuanto se hacía. A alguno que le preguntó por qué iba vestido con aquel negro ropaje le respondió: "Lo llevo en seal de luto por los malos soldados que me han caído en suerte".
En la primavera de aquel mismo año el ejército se puso en marcha, pero no para dirigirse directamente a Numancia, sino a aquellas regiones desde las que podrían enviarse provisiones a los arévacos. En la mente de Escipión estaba claro el propósito de rendir a los numantinos por hambre. Ebro arriba, entró en la meseta cuando el trigo estaba a punto para la siega. Escipión tomó todo el que pudo y quemó el resto. En septiembre penetró en el país de los arévacos y se presentó frente a Numancia. En una sola noche sus hombres levantaron un primer parapeto provisional que les serviría para construir la circunvalación definitiva sin ser molestados por los defensores. Esta segunda línea, que fue levantada en menos de un mes, consistía en un foso con terraplén en uno de sus lados y una empalizada sobre el terraplén. Detrás de él había una muralla de tres metros de altura, cuatro de grosor y nueve kilometros de longitud. Cada 3o metros se construyeron torres con plataformas para las máquinas. Se calculan en unas 300 las torres que se levantaron. El tren de artillería romano se calcula entre 40 y 50 piezas pesadas (los llamados "onagri", asnos salvajes) y 300 ligeras ("balistas", útiles para lanzar flechas y piedras de buen tamaño). También contaba Escipión con 12 elefantes, enviados por Micipsa. Siete campamentos jalonaban la circunvalación. En el principal de todos ellos (Castillejo) plantó Escipión su cuartel general (todavía se conservan los 7 campamentos construídos, por supuesto, en mampostería). El Duero y el Merdancho, los dos ríos que rodeaban Numancia, eran un obstáculo más para los sitiados, ya que bajaban bastante crecidos en invierno. Para impedir que salieran mensajeros o entraran provisiones por vía fluvial se tendieron maderos erizados de garfios y entrelazados con cadenas, evitando así el paso incluso de buceadores. Se adoptó además un ingenioso sistema telegráfico, en el que los tradicionales signos de humo se sustituyeron por señales con bandera para el día y con luces para la noche. Así se mantenían constantes comunicaciones entre todos los sectores del recinto.
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Los entrenamientos y la instrucción se llevaron a cabo en los llanos de Urgel. El que flojeaba, por muy ciudadano romano que fuese, recibía una buena mano de azotes: para no violar la ley que prohibía azotar a los ciudadanos romanos con varas de mimbre, los centuriones sustituyeron sus vergajos de mimbre por otros hechos con sarmientos de vid, que serían, en adelante, el distintivo de los centuriones. Escipión, vestido con un áspero "sagum" de los celtíberos, inspeccionaba cuanto se hacía. A alguno que le preguntó por qué iba vestido con aquel negro ropaje le respondió: "Lo llevo en seal de luto por los malos soldados que me han caído en suerte".
En la primavera de aquel mismo año el ejército se puso en marcha, pero no para dirigirse directamente a Numancia, sino a aquellas regiones desde las que podrían enviarse provisiones a los arévacos. En la mente de Escipión estaba claro el propósito de rendir a los numantinos por hambre. Ebro arriba, entró en la meseta cuando el trigo estaba a punto para la siega. Escipión tomó todo el que pudo y quemó el resto. En septiembre penetró en el país de los arévacos y se presentó frente a Numancia. En una sola noche sus hombres levantaron un primer parapeto provisional que les serviría para construir la circunvalación definitiva sin ser molestados por los defensores. Esta segunda línea, que fue levantada en menos de un mes, consistía en un foso con terraplén en uno de sus lados y una empalizada sobre el terraplén. Detrás de él había una muralla de tres metros de altura, cuatro de grosor y nueve kilometros de longitud. Cada 3o metros se construyeron torres con plataformas para las máquinas. Se calculan en unas 300 las torres que se levantaron. El tren de artillería romano se calcula entre 40 y 50 piezas pesadas (los llamados "onagri", asnos salvajes) y 300 ligeras ("balistas", útiles para lanzar flechas y piedras de buen tamaño). También contaba Escipión con 12 elefantes, enviados por Micipsa. Siete campamentos jalonaban la circunvalación. En el principal de todos ellos (Castillejo) plantó Escipión su cuartel general (todavía se conservan los 7 campamentos construídos, por supuesto, en mampostería). El Duero y el Merdancho, los dos ríos que rodeaban Numancia, eran un obstáculo más para los sitiados, ya que bajaban bastante crecidos en invierno. Para impedir que salieran mensajeros o entraran provisiones por vía fluvial se tendieron maderos erizados de garfios y entrelazados con cadenas, evitando así el paso incluso de buceadores. Se adoptó además un ingenioso sistema telegráfico, en el que los tradicionales signos de humo se sustituyeron por señales con bandera para el día y con luces para la noche. Así se mantenían constantes comunicaciones entre todos los sectores del recinto.
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