A pesar de su juventud, Aníbal había adquirido gran experiencia, primero junto a su padre Amílcar, y luego junto a su cuñado, Asdrúbal. Se cuenta que este último, partidario como era de la diplomacia, cuando tenía que actuar con dureza solía encomendar a Aníbal las misiones de castigo. Ambos se habían educado en el odio a los romanos y sobra decir que el discípulo no quedó a la zaga de los maestros.
La figura de Aníbal apareció incluso a los ojos de los romanos como la de un genio de la guerra y un maestro de la política. Los retratos literarios que nos han llegado de él son obra de romanos, pero, en verdad, al leerlos no se sabe si admirar más a la figura del retratado o la caballerosidad de los que trazaron tan encomiástica semblanza del hombre que, durante 40 años, fue la pesadilla del pueblo romano.
Veamos, a modo de ejemplo, lo que nos cuenta Tito Livio:
"Nunca el espíritu humano se adaptó de tal modo a dos deberes tan diversos: mandar y obedecer. Por eso resulta difícil saber quién lo amaba más, si el comandante supremo o los soldados. A nadie estaba Asdrúbal tan dispuesto a nombrar jefe de un grupo que debía cumplir una misión cualquiera que requiriese firmeza y audacia; pero tampoco al mando de ningún otro se mostraban los soldados tan valerosos y seguros de sí mismos. Era tan audaz para enfrentarse al peligro como cauto al encontrarse en él. Nada le cansaba físicamente ni le desmoralizaba. Con igual estoicismo soportaba el hielo y el calor sofocante; comía y bebía sólo lo necesario y no por placer; pasaba su tiempo entre la vigilia y el sueño, sin preocuparse por el día o por la noche, concediéndose reposo nada más que en aquellas horas que le quedaban libres del trabajo. No usaba camas cómodas ni buscaba la calma para adormecerse; muchas veces se le veía envuelto en un capote militar, durmiendo entre sus centinelas. Su uniforme en nada se diferenciaba del de los otros hombres de su edad; sólo era reconocible por su armamento. Anduviera a caballo o a pie, siempre dejaba atrás a los demás porque era el primero en lanzarse al tumulto y el último en abandonar el campo de batalla".Hoy día esta descripción nos evocaría a Napoleón Bonaparte, sin lugar a dudas. Pero veamos lo que nos dice el no menos admirado Polibio, historiador íntimamente relacionado con la familia de los Escipiones, de la que salieron los futuros vencedores de la definitiva guerra contra Cartago:
"¿Es acaso posible dejar de maravillarse del arte estratégico de Aníbal, de su valor y de su capacidad para llevar la vida de campamento, cuando uno arroja su mirada sobre este período en toda su duración: cuando se detiene atentamente en todas las batallas, pequeñas y grandes, en los sitios de las ciudades, en las dificultades que tuvo que resolver; si se consideran, en fin, todas las grandezas de su empresa? En dieciséis años de guerra con los romanos en Italia, Aníbal no cedió el campo ni una sola vez. Como hábil timonel, siempre mantuvo en obediencia a las tropas numerosas y heterogéneas que comandó; supo alejarlas de motines contra jefes y discordias internas. Entre sus tropas había libios, iberos, ligures, celtas, fenicios, ítalos, helenos... pueblos que no tenían nada en común, ni por su origen ni por sus leyes, ni por sus costumbres ni por su idioma. Sin embargo, la sabiduría del jefe enseñó a nacionalidades tan distintas y numerosas seguir un orden único, a someterse a una sola voluntad, en cualquier situación o circunstancia, fuese favorable o adversa".No obstante, tampoco faltaron en estos historiadores, ciertos ecos de lo que Aníbal era para la imaginación de los romanos. Volvamos a Tito Livio:
"Pero a sus altas cualidades, se unían en igual medida sus espantosos vicios. Su crueldad era inhumana y su perfidia superaba grandemente la famosa perfidia cartaginesa. Desconocía tanto la verdad como el bien; no temía a los dioses, incumplía sus juramentos y no respetaba las cosas sagradas".Pero Polibio, mucho más moderado, reconoce que no se puede esperar un juicio justo y objetivo sobre un hombre tan aborrecido por sus contemporáneos, máxime siendo consciente de que sus prácticas no eran mucho mejores que las de los propios romanos - como veremos más adelante -. Por ello decía al respecto:
"Por lo que se refiere a Aníbal y también a otros hombres de estado, no es, en general, fácil pronunciar un juicio justo (...). Sobre él influían tanto el círculo de amigos como la fuerza de las circunstancias. Baste decir que entre los cartagineses tenía fama de codicioso y que nosotros mismos lo considerábamos cruel"A mi juicio, aparte de lo que pueda deducirse de cualquier juicio literario, la figura de Aníbal se define muchísimo mejor por lo que significó, en conjunto, su agitada existencia. Toda ella fue un constante esfuerzo de su titánica voluntad por llevar a cabo la idea que impregnaba todo su ser: destruir a los romanos. Esto es lo que, según cuenta el mismo Livio, había jurado cuando todavía era un niño. Es por ello que no se me antoja muy coherente lo que afirma éste sobre su desprecio a los juramentos ante los dioses. Por otra parte no hemos de olvidar que Aníbal era un hombre cultísimo, capaz de hablar varios idiomas, entre ellos el latín. Un amigo suyo, Sosilo de Esparta, le había enseñado a escribir el griego con una corrección exquisita. Incluso aprendió, durante sus campañas en Italia, algunos dialectos de las poblaciones itálicas con las que mantuvo relaciones.
La figura de Aníbal apareció incluso a los ojos de los romanos como la de un genio de la guerra y un maestro de la política. Los retratos literarios que nos han llegado de él son obra de romanos, pero, en verdad, al leerlos no se sabe si admirar más a la figura del retratado o la caballerosidad de los que trazaron tan encomiástica semblanza del hombre que, durante 40 años, fue la pesadilla del pueblo romano.
Veamos, a modo de ejemplo, lo que nos cuenta Tito Livio:
"Nunca el espíritu humano se adaptó de tal modo a dos deberes tan diversos: mandar y obedecer. Por eso resulta difícil saber quién lo amaba más, si el comandante supremo o los soldados. A nadie estaba Asdrúbal tan dispuesto a nombrar jefe de un grupo que debía cumplir una misión cualquiera que requiriese firmeza y audacia; pero tampoco al mando de ningún otro se mostraban los soldados tan valerosos y seguros de sí mismos. Era tan audaz para enfrentarse al peligro como cauto al encontrarse en él. Nada le cansaba físicamente ni le desmoralizaba. Con igual estoicismo soportaba el hielo y el calor sofocante; comía y bebía sólo lo necesario y no por placer; pasaba su tiempo entre la vigilia y el sueño, sin preocuparse por el día o por la noche, concediéndose reposo nada más que en aquellas horas que le quedaban libres del trabajo. No usaba camas cómodas ni buscaba la calma para adormecerse; muchas veces se le veía envuelto en un capote militar, durmiendo entre sus centinelas. Su uniforme en nada se diferenciaba del de los otros hombres de su edad; sólo era reconocible por su armamento. Anduviera a caballo o a pie, siempre dejaba atrás a los demás porque era el primero en lanzarse al tumulto y el último en abandonar el campo de batalla".Hoy día esta descripción nos evocaría a Napoleón Bonaparte, sin lugar a dudas. Pero veamos lo que nos dice el no menos admirado Polibio, historiador íntimamente relacionado con la familia de los Escipiones, de la que salieron los futuros vencedores de la definitiva guerra contra Cartago:
"¿Es acaso posible dejar de maravillarse del arte estratégico de Aníbal, de su valor y de su capacidad para llevar la vida de campamento, cuando uno arroja su mirada sobre este período en toda su duración: cuando se detiene atentamente en todas las batallas, pequeñas y grandes, en los sitios de las ciudades, en las dificultades que tuvo que resolver; si se consideran, en fin, todas las grandezas de su empresa? En dieciséis años de guerra con los romanos en Italia, Aníbal no cedió el campo ni una sola vez. Como hábil timonel, siempre mantuvo en obediencia a las tropas numerosas y heterogéneas que comandó; supo alejarlas de motines contra jefes y discordias internas. Entre sus tropas había libios, iberos, ligures, celtas, fenicios, ítalos, helenos... pueblos que no tenían nada en común, ni por su origen ni por sus leyes, ni por sus costumbres ni por su idioma. Sin embargo, la sabiduría del jefe enseñó a nacionalidades tan distintas y numerosas seguir un orden único, a someterse a una sola voluntad, en cualquier situación o circunstancia, fuese favorable o adversa".No obstante, tampoco faltaron en estos historiadores, ciertos ecos de lo que Aníbal era para la imaginación de los romanos. Volvamos a Tito Livio:
"Pero a sus altas cualidades, se unían en igual medida sus espantosos vicios. Su crueldad era inhumana y su perfidia superaba grandemente la famosa perfidia cartaginesa. Desconocía tanto la verdad como el bien; no temía a los dioses, incumplía sus juramentos y no respetaba las cosas sagradas".Pero Polibio, mucho más moderado, reconoce que no se puede esperar un juicio justo y objetivo sobre un hombre tan aborrecido por sus contemporáneos, máxime siendo consciente de que sus prácticas no eran mucho mejores que las de los propios romanos - como veremos más adelante -. Por ello decía al respecto:
"Por lo que se refiere a Aníbal y también a otros hombres de estado, no es, en general, fácil pronunciar un juicio justo (...). Sobre él influían tanto el círculo de amigos como la fuerza de las circunstancias. Baste decir que entre los cartagineses tenía fama de codicioso y que nosotros mismos lo considerábamos cruel"A mi juicio, aparte de lo que pueda deducirse de cualquier juicio literario, la figura de Aníbal se define muchísimo mejor por lo que significó, en conjunto, su agitada existencia. Toda ella fue un constante esfuerzo de su titánica voluntad por llevar a cabo la idea que impregnaba todo su ser: destruir a los romanos. Esto es lo que, según cuenta el mismo Livio, había jurado cuando todavía era un niño. Es por ello que no se me antoja muy coherente lo que afirma éste sobre su desprecio a los juramentos ante los dioses. Por otra parte no hemos de olvidar que Aníbal era un hombre cultísimo, capaz de hablar varios idiomas, entre ellos el latín. Un amigo suyo, Sosilo de Esparta, le había enseñado a escribir el griego con una corrección exquisita. Incluso aprendió, durante sus campañas en Italia, algunos dialectos de las poblaciones itálicas con las que mantuvo relaciones.
1 comentario:
Admirable este Aníbal, hombre espartano en costumbres y del que se habla mal o bien, pero siempre en términos apasionados.
Es un acierto compararlo con Napoleón.
Un abrazo,
Blanca
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