Hay llamativas figuras animales adrocéfalas ibéricas como la famosa bicha de Balazote (en la imagen) hallada en Albacete que parecen más modernos que la serie de esfinges, leones o grifos antes citados, si bien son asimismo más toscas. La bicha de Balazote y, por analogía, las demás representaciones de toros se han relacionado con el dios griego Acheolús, al que se representaba con cuerpo de toro y cabeza de hombre, cornuda y barbada. En Iberia su figura se llegó a acuñar en monedas y pintar en cerámicas. Era una divinidad fluvial, protectora de fuentes, manantiales y ríos. No es de extrañar que su culto fuese tomado de los griegos o, cuanto menos, asimilado a una tradición helénica coexistente. Al parecer, este culto se extendió notablemente entre los iberos e incluso parece haberse difundido por regiones no ibéricas situadas al norte de Andalucía, influyendo especialmente en la religiosidad de los vetones, de cuyos "verracos" y toros de piedra hablaremos en otra entrada específica.
Otra característica de estas esculturas es su proximidad a fuentes acuíferas y que, en derredor, hayan sido encontrados numerosos objeos de bronce, tal vez exvotos de los piadosos visitantes de estos santuarios. La verdad es que los hallazgos aislados de bronces votivos cubren prácticamente todo el territorio ibérico, desde el Guadiana al Ebro, abundando sobremanera en las provincias de Jaén y Córdoba. Del estudio de estos bronces se puede extraer interesantísima información sobre la sociedad que los ofreció en sus creencias religiosas.
A primera vista, todas estas figuritas, algunas de las cuales se reducen a un alfiler con cabeza humana, fueron fabricadas junto a los mismos santuarios por broncistas afincados en sus proximidades (sirva de ejemplo comparativo la enorme mercadotecnia religiosa que podemos encontrar en Tierra Santa, Fátima, los alrededores del Vaticano o Santiago de Compostela). Eran fundidores expertísimos y en sus obras destaca la frontalidad de los trabajos. Tres tipos de gestos son los más repetidos: el de ofrenda, con las manos extendidas, presentando un fruto; el de libación, que adoptan las figuras femeninas y los guerreros, portando en sus manos un vaso sagrado; y el de oración, mucho más expresivo. A veces las figuras extienden los brazos con las palmas de las manos abiertas simbolizando entrega total, en otras ocasiones un brazo cuelga del cuerpo y el otro se alza implorante; los dos brazos caídos, finalmente, se interpretan como un sómbolo de la inmovilidad humana ante el poder divino.
No pensemos que estas figuras son retratos individuales. Más bien definen un tipo social. Entre las figuras masculinas destacan los jinetes (sus adornos los delatan); otro grupo lo forman individuos de cabellos tonsurados (¿sacerdotes?)... Sin entrar en demasiados detalles, las figuras femeninas suelen exponer mucho más claramente las diferencias sociales a través, lógicamente, de los signos externos de riqueza (los ornamentos, tocados, peinados...)
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Otra característica de estas esculturas es su proximidad a fuentes acuíferas y que, en derredor, hayan sido encontrados numerosos objeos de bronce, tal vez exvotos de los piadosos visitantes de estos santuarios. La verdad es que los hallazgos aislados de bronces votivos cubren prácticamente todo el territorio ibérico, desde el Guadiana al Ebro, abundando sobremanera en las provincias de Jaén y Córdoba. Del estudio de estos bronces se puede extraer interesantísima información sobre la sociedad que los ofreció en sus creencias religiosas.
A primera vista, todas estas figuritas, algunas de las cuales se reducen a un alfiler con cabeza humana, fueron fabricadas junto a los mismos santuarios por broncistas afincados en sus proximidades (sirva de ejemplo comparativo la enorme mercadotecnia religiosa que podemos encontrar en Tierra Santa, Fátima, los alrededores del Vaticano o Santiago de Compostela). Eran fundidores expertísimos y en sus obras destaca la frontalidad de los trabajos. Tres tipos de gestos son los más repetidos: el de ofrenda, con las manos extendidas, presentando un fruto; el de libación, que adoptan las figuras femeninas y los guerreros, portando en sus manos un vaso sagrado; y el de oración, mucho más expresivo. A veces las figuras extienden los brazos con las palmas de las manos abiertas simbolizando entrega total, en otras ocasiones un brazo cuelga del cuerpo y el otro se alza implorante; los dos brazos caídos, finalmente, se interpretan como un sómbolo de la inmovilidad humana ante el poder divino.
No pensemos que estas figuras son retratos individuales. Más bien definen un tipo social. Entre las figuras masculinas destacan los jinetes (sus adornos los delatan); otro grupo lo forman individuos de cabellos tonsurados (¿sacerdotes?)... Sin entrar en demasiados detalles, las figuras femeninas suelen exponer mucho más claramente las diferencias sociales a través, lógicamente, de los signos externos de riqueza (los ornamentos, tocados, peinados...)
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