Nos remitiremos hoy a las palabras de Estrabón:
"... los gaditanos mencionan un oráculo que fue dado a los tirios y les mandó enviar una colonia a las columnas de Herakles. Dicen que los que se enviaron para explorar el sitio, cuando llegaron al estrecho de Calpe, creyeron que las dos peñas que formaban el estrecho eran los términos del mundo y de las hazañas de Herakles y que también eran las columnas mencionadas por el oráculo. Por eso desembarcaron en un sitio por dentro del estrecho, donde hoy está la ciudad de los exitanos (SEXI, ALMUÑÉCAR), pero al no resultar favorables los sacrificios que allí se hicieron, volvieron. Más tarde los enviados avanzaron unos 1500 estadios más allá del estrecho, hasta una isla consagrada a Herakles, junto a la ciudad de Onoba de Iberia (HUELVA). Y, creyendo que allí estarían las columnas de Herakles, hicieron sacrificios a ese dios, pero cuando aquí tampoco los pronósticos resultaron favorables, se volvieron otra vez a casa. Los que hicieron la tercera expedición fundaron Gades y edificaron el templo en la parte este de la isla, y la ciudad, en la parte oeste".Dicho esto, atendamos a una serie de conceptos fundamentales para comprender la intencionalidad que se esconde tras estas palabras. El hecho de que se atribuya la fundación de Cádiz a la intervención sobrenatural de un oráculo tiene una trascendencia fundamental para sus pobladores. Parece evidente que esta leyenda sobre la inspiración divina la inventaron los propios gaditanos. Con ello, los oportunistas fenicio-gaditanos del siglo III a. de C. justificaron su origen para desvincularse por un lado de la política cartaginesa, de la que hasta entonces habían dependido, y por otro para presentarse ante los romanos, vencedores, con títulos excepcionalmente útiles y difícilmente discutibles. El objetivo: lograr el perdón e, incluso, un trato de privilegio por parte de Roma.
Ya sabemos que Hércules, Herakles o Melkart eran los distintos apelativos que romanos, griegos y fenicios respectivamente otorgaban al mismo y descomunal personaje, especie de caballero pendenciero e incontrolable cuyos ecos recuerdan demasiado a los revueltos tiempos de la última invasión indoeuropea de Grecia.
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"... los gaditanos mencionan un oráculo que fue dado a los tirios y les mandó enviar una colonia a las columnas de Herakles. Dicen que los que se enviaron para explorar el sitio, cuando llegaron al estrecho de Calpe, creyeron que las dos peñas que formaban el estrecho eran los términos del mundo y de las hazañas de Herakles y que también eran las columnas mencionadas por el oráculo. Por eso desembarcaron en un sitio por dentro del estrecho, donde hoy está la ciudad de los exitanos (SEXI, ALMUÑÉCAR), pero al no resultar favorables los sacrificios que allí se hicieron, volvieron. Más tarde los enviados avanzaron unos 1500 estadios más allá del estrecho, hasta una isla consagrada a Herakles, junto a la ciudad de Onoba de Iberia (HUELVA). Y, creyendo que allí estarían las columnas de Herakles, hicieron sacrificios a ese dios, pero cuando aquí tampoco los pronósticos resultaron favorables, se volvieron otra vez a casa. Los que hicieron la tercera expedición fundaron Gades y edificaron el templo en la parte este de la isla, y la ciudad, en la parte oeste".Dicho esto, atendamos a una serie de conceptos fundamentales para comprender la intencionalidad que se esconde tras estas palabras. El hecho de que se atribuya la fundación de Cádiz a la intervención sobrenatural de un oráculo tiene una trascendencia fundamental para sus pobladores. Parece evidente que esta leyenda sobre la inspiración divina la inventaron los propios gaditanos. Con ello, los oportunistas fenicio-gaditanos del siglo III a. de C. justificaron su origen para desvincularse por un lado de la política cartaginesa, de la que hasta entonces habían dependido, y por otro para presentarse ante los romanos, vencedores, con títulos excepcionalmente útiles y difícilmente discutibles. El objetivo: lograr el perdón e, incluso, un trato de privilegio por parte de Roma.
Ya sabemos que Hércules, Herakles o Melkart eran los distintos apelativos que romanos, griegos y fenicios respectivamente otorgaban al mismo y descomunal personaje, especie de caballero pendenciero e incontrolable cuyos ecos recuerdan demasiado a los revueltos tiempos de la última invasión indoeuropea de Grecia.
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