España entera era un hervidero de sediciones, motines y pronunciamientos que fracasaban constantemente. Una de esas tentativas fue la que le costó la vida al general Manso Zúñiga, que mandaba en Aragón. La primera tentativa que hizo Prim, sublevando en Aranjuez algunas fuerzas de caballería, sólo fue secundada por otras de infantería de Ávila, fracasando el movimiento y refugiándose todos los sublevados junto con su jefe en Portugal.
Los amigos y parientes de Juan Prim le recomendaron que se comportase con prudencia, pero él, un soldado de gran temeridad y arrojo, les contestaba:
-¡O faja o caja!
Con esta expresión quería significar su férrea voluntad de ceñir la faja de general o perecer en combate. En 1867 las calles de Madrid se ensangrentaban con una formidable insurrección militar, promovida, como todas las anteriores, por el general Prim, jefe en ese momento del partido progresista.
El jefe de la Unión Liberal, que pudo sofocar la rebelión, tuvo sin embargo que ceder el puesto a los moderados. Y, resentido por ello, formó junto con los progresistas y demócratas una coalición para destronar a la reina.
Así fue como tuvo lugar el origen de la Revolución de Septiembre, llamada así porque en dicho mes de 1868 la escuadra surta en la bahía de Cádiz inició el movimiento insurreccional, preparado y dirigido por el brigadier Topete.
La cidad de Cádiz abrió entonces sus puertas a Prim, que se encontraba en uno de los barcos rebeldes.
Inmediatamente, los caudillos de la revolución publicaron un célebre manifiesto redactado por el poeta Adelardo López de Ayala, en el que se pedía una España con honra, y donde se exponían los motivo y el programa del alzamiento nacional.
El final del reinado de Isabel II estaba ya muy cerca. Durante una sesión se discutía en el Parlamento el reconocimiento del reino de Italia. Se oponían las derechas a tener cualquier contacto con el gobierno italiano. Aparisi y Guijarro, en un inspirado párrafo de su intervención en el debate, pronunció estas frases que causaron enorme sensación en la Cámara, refiriéndose a Isabel II:
-Adiós, mujer de York, reina de los tristes destinos...
Tan gran resonancia produjeron estas palabras que un diputado liberal auguró:
-Este discurso pudiera decirse que es la última profecía.
Y como profecía se reconoció en la historia del parlamentarismo español. Poco antes había vaticinado lo mismo el célebre Donoso Cortés:
-El destino de los Borbones parece ser alentar a la revolución y morir a sus manos... ¡Ministros de Isabel II, yo os pido que liberéis a mi reina y vuestra reina del anatema que pesa sobre su raza!
Pocos días después, el general Serrano, duque de la Torre, sucesor de O'Donnell en la jefatura de partido unionista, que vino de Canarias donde estaba desterrado, derrotó en Alcolea a las tropas del gobierno presidido por González Bravo desde la muerte de Narváez, las cuales iban manchadas por el marques de Novaliches.
Antes de verificarse el encuentro de Alcolea, que ocurrió el día 28 de septiembre de 1868, mediaron cartas caballerescas entre los generales Serrano y Novaliches. Aunque el general Prim no tomó parte en la contienda, el pueblo le adjudicó la victoria.
Mientras se celebraba la batalla de Alcolea, muy cerca de Córdoba, la reina Isabel II se encontraba veraneando cerca de San Sebastián. Al día siguiente de la terminación de la contienda, viendo que la nación estaba alzada contra ella, abandonó el territorio español y se refugió en Francia.
-Creía tener más hondas raíces en este país -dijo.
Y así terminó su reinado.
Poco después, Isabel II abdicaba la Corona en su hijo el príncipe Alfonso, que, por ser menor de edad, quedaría bajo tutela de un regente.
Pero España conocería antes otros acontecimientos tan chapuceros como el segundo advenimiento de los Borbones.
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