Ya en el trono de Castilla los nuevos soberanos, Felipe el Hermoso reclamó para sí solo el gobierno y comenzó a repartir mercedes entre los nobles castellanos que le eran parciales y también entre sus camaradas flamencos. Reunió Cortes en Valladolid, a las que propuso reclusión para su esposa doña Juana, que empezaba a dar muestras de enajenación mental; pero las Cortes se negaron a aceptar tal propuesta.
La anarquía y el desorden comenzaban a desarrollarse en Castilla cuando inesperadamente murió don Felipe en 1507. Se dice que su muerte fue ocasionada por un vaso de agua fría que bebió el malogrado príncipe, hallándose sudando de jugar a la pelota (teoría que, obviamente, no se cree nadie hoy en día).
Agravada por este motivo la locura de doña Juana, se hizo necesario la constitución de un Consejo de Regencia, presidido por el cardenal Cisneros, cuyo primer acuerdo fue solicitar a don Fernando el Católico que se hallaba a la sazón en Italia, viniese con urgencia a hacerse cargo del gobierno de Castilla.
Varios motivos habían llevado a don Fernando a la península italiana: la organización del reino de Nápoles, donde gobernaba el Gran Capitán y donde hizo proclamar heredera a su hija doña Juana. En segundo lugar, pactar con varios soberanos interesados en una alianza contra la poderosa república de Venecia, que cada vez detentaba mayores territorios en Italia.
Así como el diplomático rey de Aragón consiguió la formación de la Liga de Cambray (1508), en la que entraron el Papa Julio II, el emperador Maximiliano de Alemania y el rey de Francia Luis XII (es decir, un pariente natural, un consuegro y un suegro). Vencidos los venecianos por los franceses en Agnadel, cada confederado obtuvo lo que se proponía, ocupando los españoles varias ciudades en la ribera del Adriático.
Pero la victoria de Agnadel llenó de orgullo a los franceses, y entonces todos sus antiguos aliados se unieron en su contra en la llamada Liga Santa. Este suceso fue aprovechado hábilmente por don Fernando para anexionarse Navarra y culminar la Unidad Nacional.
El reino de Navarra , que comprendía entonces, además de la Navarra española, territorios del otro lado de los Pirineos, estaba regido por la reina Catalina y su esposo Juan de Albrit, que e comprometieron con Francia en guerra con la Liga Santa, de la que formaba parte España, a impedir el paso por su reino de los ejércitos españoles.
Enterado don Fernando el Católico del acuerdo, a pesar de su secreto, exigió a Navarra que dejara paso a sus soldados, y ante la esperada negativa, un ejército español, comandado por el duque de Alba, ayudado por los navarros partidarios de España, ocupó el país en 1512, rindiéndose Pamplona casi sin lucha.
Se ha discutido mucho acerca de las Bulas de excomunión del Papa Julio II contra los reyes de Navarra, suponiendo que fueron invocadas por el rey Católico don Fernando para apoderarse de Navarra. Las bulas existieron, pero el rey aragonés no hizo uso de ellas, y los hechos ocurrieron tal y como se relatan aquí.
Los esfuerzos de la casa de Albrit, que, apoyada por Francia, intentó repetidas veces recobrar su reino, no tuvieron resultado y Navarra desde entonces quedó incorporada a España, completándose de este modo la Unidad Nacional.
En 1516 murió don Fernando el Católico, dejando heredera de sus estados a su hija doña Juana la Loca, y en atención a su estado mental nombraba regente de Castilla al cardenal Cisneros, y de Aragón al arzobispo de Zaragoza hasta que su nieto el príncipe Carlos de Austria fuera mayor de edad.
Al finalizar el reinado de los Reyes Católicos quedó, pues venturosamente realizada la Unidad Nacional, y abierto el camino a las conquistas de América y África, que iban a fundar el colosal Imperio español, aquel donde nunca se pondría el sol (hasta que se pusiese).
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