Los godos, como pueblo germánico, en quien el sentimiento de libertad era tan profundo, no dieron a sus reyes autoridad omnímoda:antes se la restringían y condicionaban con esta fórmula de juramento, conservada por los aragoneses:
"Rex eris, si recte facias, si non facias, non eris"
La proclamación del rey se hacía levantándole sobre un pavés o escudo, a que se seguía la ceremonia de la consagración. eran los nobles y el clero quienes verificaban la elección del monarca, no quedando al pueblo otra intervención que el asentimiento a los hechos consumados.
Sabido es que la monarquía visigoda tuvo carácter absoluto, aunque moderaban su poder el elemento militar y el eclesiástico. La corona fue electiva entre los magnates godos, propendiendo en los últimos tiempos a la fórmula hereditaria.
Las jerarquías eclesiásticas eran desde Recaredo las de la época romana y se proveían por elección popular. Por entonces la Iglesia gozaba de una gran libertad aunque no de absoluta independencia, gobernándose por sus concilios, en particular los toledanos, que, siendo en su origen asambleas puramente eclesiásticas, desde Recaredo revestían también carácter político, pues los reyes los consultaban sobre asuntos civiles. Tal vez por esto creen algunos que nuestros concilios eran verdaderas cortes o asambleas populares al mismo tiempo que religiosas. Los concilios de Toledo fueron dieciocho, y entre los más importantes pueden citarse el VIII, en el que el rey Sisebuto propuso las leyes contra los judíos, y el XI en el que Wamba hizo discutir y elaborar nuevas normas militares.
En España había siete sedes metropolitanas, que residían en Braga, Mérida, Sevilla, Tarragona, Narbona, Cartagena y Toledo, de las cuales dependían ochenta sufragáneas. Seguían jerárquicamente a los obispos los presbíteros, diáconos, subdiáconos, lectores, salmistas, exorcistas, acólitos y ostiarios. En el siglo VI se crearon los arciprestes arcedianos y los primicieros. El clero fue secular y regular, pues consta que desde principios del siglo VII había ya monasterios o conventos de ambos sexos. Los más antiguos y famosos fueron:
El Servitano, que erigió San Donato en el reino de Valencia; el Bracarense o Dumiense, fundado por San Martín en Dumio, cerca de Braga; el de San Millán, en La Rioja; el Biclarense, en Cataluña; el de San Pedro de Cardeña, y el de Pampliega, en la provincia de Burgos.
Además de los monjes y monjas que hacían vida conventual, había eremitas o solitarios, y las religiosas que, ya en la casa paterna o ya en la episcopal, observaban los votos monásticos, llevando como distintivo un velo, que para las doncellas era blanco, y negro para las viudas.
Al obispo Osio deben su origen las famosas ermitas de Córdoba, cantadas por el poeta Grilo, y que todavía hoy están pobladas por anacoretas. Los monasterios o asilos de monjes fueron al principio humildes ermitas en las que vivían algunos solitarios. Cuando su número aumentaba, las ermitas se denominaron monasterios, y los monjes los ermitaños.
El nombre de fraile, aunque vulgarmente se confunda con el de monje, sólo es propio de ciertas órdenes religiosas que se fundaron en época posterior a la visigoda. El culto era especial o diferente del que e usaba en Roma, habiendo sido unificado por San Isidoro. A causa de esto se le designa con los nombres de rito gótico, nacional e isirodiano. Lego se le denominó también mozárabe por haberle conservado los cristianos que permanecieron en poblaciones dominadas por los árabes. La iglesia arriana tuvo organización análoga, pero el rey nombraba y deponía a los obispos y alto clero.
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