El emir más notable de cuantos sucedieron a Abd al-Aziz fue Abderramán I, quien, tratando de proseguir el ambicioso plan de su antecesor Alahor, lanzó sobre el territorio transpirenaico un numeroso ejército que llegó a ocupar Toulouse y Burdeos. Pero, al dirigirse a Tours, el franco Carlos Martel les salió al paso y les venció en Potiers, punto máximo, en consecuencia, de la expansión islámica en la Europa occidental.
La batalla de Tours o de Poitiers parece ser la más sangrienta que registra la Historia, pues en ella perdieron la vida unos 375.000 hombres, según cálculos aproximados. Siguen a ésta la de los Campos Cataláunicos, librada contra Atila, pues en ella sucumbieron 250.000 combatientes, y la de Borodino (Rusia), librada por Napoleón, en la que hubo cerca de 80.000 bajas.
La victoria del famoso Carlos Martel salvó a Francia del yugo sarraceno e hizo viable el nacimiento de los Estados cristianos pertenecientes a la Reconquista Pirenaica.
A partir de este instante comenzaron los musulmanes a replegarse y al cabo de dos décadas quedaron sin tierra alguna ultrapirenaica entre sus dominios: sólo imperaban en casi toda la Península Ibérica.
Por el tiempo en que España fue conquistada, reinaban en Damasco los califas pertenecientes a la familia Omeya, de la cual era rival otra familia, la de los Abbasíes, ambas descendientes del Profeta Mahoma. Poco después, Abul Abbás, jefe de los Abbasíes, logró apoderarse del trono, y pérfidamente, para evitar que los Omeyas pudiesen recuperarlo, les invitó a la reconciliación, ofreciendo a todos los miembros de dicha familia un banquete en su palacio. Pero una vez que los tuvo reunidos, los mandó acuchillar por los soldados de su guardia.
De esta matanza escapó sólo un Omeya, el joven Abd al-Rahman o Abderramán, que enterado del horrible crimen, y al saber que era perseguido por los sicarios abbasíes, huyó a Marruecos, donde se enteró de la anarquía y descomposición en que vivía la rica provincia de Al-Ándalus, desangrándose en luchas civiles y tribales entre los partidarios yemení y kaisi, árabes y sirios y, sobre todo, los berberiscos, postergados en el reparto de tierras, que se sublevaban sin cesar.
Gracias a esta confusión y a las luchas internas la Reconquista recién iniciada en el Norte avanzaba por el lado asturiano hasta avistar las márgenes del río Duero.
Desde Marruecos, rodeado por algunos partidarios, Abderramán atravesó el estrecho de Gibraltar y entró en España. Al llegar a la región bética los sirios pasaron a engrosar su ejército. Y con su ayuda logró triunfar en la batalla llamada de la Alameda, venciendo a Yúsuf al-Fehri, último de los emires dependientes del califato de Damasco y representante de los Abbasíes.
Córdoba fue a partir de este momento la capital del Califato de Occidente, aunque bien es cierto que el título de "Califa" no lo llevaron sus primeros soberanos, que sólo se denominaron Emires independientes. No obstante, la costumbre ha autorizado a que se les designe con el título de califas, aun cuando sólo desde Abderramán III se llamaron así.
Abderramán I (756-788) pasó gran parte de su reinado combatiendo insurrecciones de sus enemigos, en una de las cuales tomó parte el célebre emperador franco Carlomagno, que no consiguió entrar en Zaragoza, en ayuda de cuyo walí o gobernador había venido, y que en su retirada sufrió una gran derrota en el paso de Roncesvalles. Hablaremos en la siguiente entrada sobre este asunto.
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