Fuera de los poblados, en las necrópolis y los santuarios, encontramos la más refinada arquitectura ibérica conocida. El mausoleo de Pozo Moro es ejemplo de la arquitectura más antigua y de más alto nivel en el ámbito ibérico, con perfectos sistemas de sillería trabada con grapas y ricos complementos decorativos. Es el mejor exponente, sin duda, de un tipo turriforme de sepulcro monumental relativamente abundante, depositario de preocupaciones arquitectónicas que se ven también reflejadas en monumentos funerarios de otros tipos, como las cámaras bajo túmulo (Tútugi, en Galera, Granada), subterráneas (Tugia, en Troya, Jaén) o en tumbas con arquitecturas externas del tipo de los llamados pilares-estela. En estos monumentos, amén del uso de cuidados paramentos de sillares, son frecuentes los capiteles y demás complementos arquitectónicos de importancia en el arco mediterráneo, si bien con un estilo propio reflejado en el gusto por los motivos abstractos.
Las esculturas tienen igualmente sus focos de proliferación fuera de las ciudades, en necrópolis y santuarios. En lo que se refiere a materiales empleados, el principal es la piedra, concretamente arenisca y calizas blandas, que lo son, sobre todo, cuando son extraídas de la cantera y con la hidratación natural de origen. Es un material poco exigente desde el punto de vista técnico y, por lo tanto, muy fácil de trabajar.
No se conocen esculturas en mármol u otras piedras duras; tampooc de bronce, que se reservó para la confección de pequeñas figuritas, fundidas con la técnica de la cera perdida, y que entroncan con el gusto tartésico por estas piezas, generalmente votivas. El barro cocido como material escultórico tampoco recibió otra atención que la de la elaboración de pequeñas figuras y objetos votivos, a menudo con moldes.
Tenemos pues, una predilección por las piedras blandas y unas técnicas de acabado en las que se emplea el uso de métodos abrasivos para ofrecer una terminación homogénea de las superficies, así como el empleo de colores bastante vivos, como otras escuelas escultóricas mediterráneas, entre ellas la griega. Los pigmentos se aplicaban directamente sobre la piedra o sobre una imprimación previa, como en el enlucido que lleva la Dama de Baza. También hay indicios -aunque no restos- del uso de la madera.
En cuanto a las denominadas artes menores, los íberos siguieron en esto la rica tradición tartésica orientalizante, aunque no mantuvieran el alto nivel que entonces se otorgó a los trabajos de refinada orfebrería que encumbraron a dicho pueblo. No obstante, tanto las fuentes como los restos acreditan el gusto por los adornos y objetos suntuarios y de prestigio. Las esculturas ibéricas, que reproducen minuciosamente los recargados adornos y tocados de las mujeres son prueba de ello. Numerosos hallazgos muestran el gusto por las vajillas rituales y de mesa, fabricadas en plata, adornadas con relieves y técnicas de joyería (platos de plata de Abengibre, en Albacete; recipientes de Tivissa, en Tarragona). La evolución temporal de estos hallazgos parecen indicar una demanda creciente de estas producciones de lujo.
En la alfarería es donde tal vez los íberos alcanzaron el grado máximo de identidad artística. La cerámica es un escaparate privilegiado con el que asomarnos a su cultura. Dominada la técnica de la alfarería, sus producciones se prestaban a unas posibilidades decorativas y expresivas que el artista no podía desaprovechar.
La sobria decoración de motivos geométricos sabiamente dispuestos en los vasos, influjo de una época orientalizante, dio paso en tiempos recientes a escuelas alfareras de acusada personalidad. El gusto por el ornato, por el adorno, el sentido simbolista y trascendente, está presente en la alfarería ibérica por doquier. Incluso detectamos cierto afán narrativo que convierte a muchos vasos en modernas viñetas que reflejan historias, eventos o sucesos relevantes de su cultura.
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