Si el objetivo revolucionario era enterrar el régimen absoluto y la Iglesia lo defendía con todas sus fuerzas, no es extraño que la revolución intentara destruirla para poder continuar su camino. Esta tenacidad del clero en situarse siempre contra la Historia será la causa de las sucesivas olas de anticlericalismo y, más profundamente, de desalienación religiosa, sobre las cuales camina hasta nuestros días, el movimiento revolucionario.
Este anticlericalismo radical se percibe con la sola comparación del artículo 12 de la Constitución de 1812 en el que se declara que "la religión es y será perpetuamente católica", y se prohíbe el ejercicio de cualquier otra. Sin embargo, el artículo 11 de la Constitución de 1837, se limita a reconocer la religión católica como "la que profesan los españoles".
El gobierno de Martínez de la Rosa presentaba la dimisión al no recibir la cooperación convenida de la "cuádruple alianza" para luchar contra los carlistas. Tampoco sus métodos políticos de llevar la guerra habían dado resultado, sobre todo por la oposición de los radicales, para quienes la victoria sobre los carlistas se realizaría haciendo un llamamiento al patriotismo popular, como en 1808.
El corto ministerio del conde de Toreno (8 de junio a 14 de septiembre de 1835) tampoco tuvo éxito al aglutinar todas las fuerzas liberales, pese a sus ataques a la propiedad eclesiástica, a sus éxitos militares contra los carlistas, a recibir ayuda militar de Francia, Inglaterra y Portugal y haber traído al ministerio de Hacienda a Mendizábal, quien llevaba doce años exiliado en Londres. Las revoluciones provinciales obligaron a Toreno a dimitir, sucediéndole Juan Álvarez Mendizábal. Venía éste precedido de una gran reputación de revolucionario y hacendista, justo lo que necesitaba en ese momento el país.
La revolución había llevado a Mendizábal al poder. Contenta a los entusiastas distribuyéndoles cargos locales y les apacigua manteniendo la capacidad revolucionaria de las juntas, encauzada en las diputaciones provinciales.
El sueño de Mendizábal, como el de otros políticos de la época, era mantener la armonía en el seno de la familia liberal a base de un único partido. Para ello había que revisar el Estatuto Real dando cabida a algunas exigencias radicales. El intento resultó imposible, por cuanto los moderados se aliaron con la Corona para derribar a Mendizábal. El hacendista y hombre de negocios se vio obligado a dar el paso hacia la izquierda, formando la llave del partido progresista al lado del patriota radical Calatrava y de los exaltados.
Mendizábal era un judío gaditano, corpulento, elegante y de gran estatura física. Vivió en su juventud en el Cádiz revolucionario, donde estuvo preso, a punto de ser fusilado, confiscado y condenado a muerte. En Londres aumentó sus conocimientos mercantiles y financió al liberalismo portugués de don Pedro en Brasil y de su hija María en contra del absolutista don Miguel. A los ojos de los radicales Mendizábal era un dictador revolucionario, el Júpiter de la reforma cuyo sistema había de salvar al país y cuyo nombre sería venerado en las más humildes aldeas españolas; en definitiva vemos la importancia del populismo para los radicales revolucionarios (ayer, hoy y siempre). Los liberales conservadores veían en él una mezcla de Law y Cromwell, de Cagliostro y Roberpierre. En realidad fue el primero de los cirujanos de hierro que, con panaceas extranjeras, habían de salvar un país que había perdido la confianza en su capacidad de salvarse a sí mismo.
Adquirió carta blanca para llevar a cabo su plan: consistía en conseguir un crédito inglés que reportara el dinero suficiente para organizar un ejército efectivo (aun a costa de perjudicar a los comerciantes y a la industria textil española, incapaz de competir con las manufacturas inglesas). Publicó un decreto llamado de la "Quinta de los cien mil hombres", por el cual todos los solteros entre 18 y 45 años serían llamados a las armas si no pagaban al tesoro 4.000 reales. La redención produjo 25 millones de pesetas y el ejército aumentó en unos 75.000 soldados (todos ellos, obviamente, de los estratos más humildes de la población) Pese a eso, su plan distó mucho de ser un éxito. Donde alcanzó fama y logros de trascendentales consecuencias fue en sus acometidas contra las propiedades eclesiásticas y en las reformas agrarias a base de la amortización.
El fracaso del empréstito inglés, condicionado a la firma de un tratado comercial que la industria algodonera catalana consideró perjudicial, y la fuerte oposición de los moderados desde el Estamento de Próceres, alentados por la reina, los grandes y algunos militares decidieron a María Cristina a destituir a Mendizábal y encargar la formación de un nuevo gabinete moderado a Istúriz.
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