6 jul 2017

ORIGEN DEL PARTIDO CARLISTA

El futuro partido carlista empieza en estos años a tomar cuerpo, buscando como caudillo y símbolo a Carlos María Isidro de Borbón, hermano del rey, auxiliado por otros miembros de la corte.
Dada la trascendencia de Don Carlos, nos parece oportuno citar dos párrafos significativos del propio infante; en ellos se puede apreciar la postura doctrinal del futuro pretendiente.  Corresponden a esta época de los primeros carlistas, esto es, casi diez años antes de que comiencen las guerras carlistas.  Define en primer lugar la cuestión de la toma del poder por los liberales del Trienio:

"El delito fue el mayor que pudo ser, intentando y forzando a V.M. (Fernando VII) misma a mudar la forma de gobierno, despojando de hecho a V.M. de él.  Los delitos de consecuencia los reduzco a tres: delito de lesa majestad divina en su dogma y en sus ministros, delito de lesa majestad humana y delito contra los particulares en su honra, vidas y haciendas.  El primero no lo puede perdonar V.M., antes por el contrario, le debe devorar el celo del Señor, y procurar su mayor honra y gloria por todos los medios posibles; el segundo no lo puede V.M. dejar sin castigo ejemplar, porque V.M. reina por Dios y por Él tiene su dignidad, dignidad que le manda a V.M. el Señor que la conserve ilesa y sin dejar menoscabarla en lo más mínimo; el tercero no puede V.M. perdonar, sin dejar a salvo y en libertad de poder reclamar en justicia al que se crea agraviado."

Y en una segunda carta dirigida a su hermano el rey, afirma:

"Deseo que seas feliz, pero, en verdadera felicidad, que consiste únicamente en buscar el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás nos lo envía su Misericordia por añadidura, y así, lo primero, la gloria de Dios, el fomento y esplendor de su santa religión, que haya santo temor de Dios, y con esto hay buenas costumbres, virtudes, paz, tranquilidad, alegría y todo.  Conseguido esto, que no debes dudarlo un instante de la infinita bondad y misericordia divina, haciendo por tu parte cuando puedas, verás qué vida tan dulce, tan tranquila y tan larga te concede el Divino Maestro; todo esto se lo pido todos los días y te lo deseo de todo corazón."

Los textos no tienen desperdicio y los apostólicos no se contentarán con estos "excesos verbales", sino que se rebelerán contra la autoridad absoluta de Fernando VII.  Tales son los casos de Canapé y de Bessières, movido secretamente por don Carlos y su camarilla, quien se sublevó bajo pretexto de que el rey estaba dominado por los liberales disfrazados de moderados.
Sin embargo, la suavización será un hecho desde 1826.  Fernando VII prefiere gobernar dictatorialmente, deseoso de no depender de ninguno de los dos grupos extremos, apoyándose en los moderados, quienes desde sus puestos de gobierno y administración abogan por una etapa de transición.  Constituyen una burocracia más o menos oportunista e ilustrada, pero con posibilidades de maniobra y relación con banqueros, industriales y comerciantes.  El sistema de Fernando VII era el del despotismo ministerial, y los ministros eran portavoces de la voluntad real.  Como en otras circunstancias históricas, tal poder omnímodo, que conduce a la autocracia, es condenado por las potencias extranjeras.  Esto obligará a crear una serie de organismos para que jueguen un papel activo en la tarea de gobernar.  También se hacen consultas políticas a hombres más o menos progresistas o moderados ilustrados.  Por supuesto, cualquier pretensión reformista chocaría con los estamentos privilegiados.  La contradicción está en que por una parte existen intentos de reforma, pero la realidad es la existencia de unos temas intocables, tales como la cuestión agraria, el régimen señorial, vínculos y mayorazgos, deuda pública, diezmos, reforma eclesiástica, etcétera.


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