La dualidad absolutista será la características política de esta década ominosa. La voluntad real no será aceptada unánimemente por los absolutistas. Mientras unos buscan un gobierno ilustrado y conciliador, los otros se niegan a toda transacción con las ideas del silgo. y desean la eliminación física de los liberales, siguiendo con sus normas resueltamente terroristas.
El "Edicto de proscripción general", los decretos de depuraciones, las "Juntas de Fe", las "Comisiones militares ejecutivas y permanentes" siguen haciendo estragos (en veinte días se ahorcaron 112 personas) entre los constitucionales, toleradas y excitadas por el rey y sus cortesanos.
La presión de las potencias extranjeras destituirá el ministerio universal del canónigo Sáez, siendo sustituido por miembros más moderados y transigentes: Casa Irujo, Ofalia, Cruz, Salazar, López Ballesteros. Este ministerio y un ultimátum del gobierno francés obligan al monarca español a firmar, de mala gana, el decreto de amnistía del 1º de mayo de 1824. Debemos matizar que tal decreto sólo en apariencia llevaba un perdón general a los liberales. Fernando VII, obligado a ceder so pena de quedarse sin el apoyo del ejército francés, interpretará con dureza este decreto de amnistía. He aquí algunos de sus comentarios ordenancistas:
"Ya es tiempo de coger a Ballesteros y despachar al otro mundo a Chaleco y el Empeciado." "...quiero y mando que inmediatamente se ejecuten las prisiones sin pretexto ni excusa alguna, aunque se arda todo el mundo y aunque rabien los ministros, que bien lo merecen."
La amnistía, además, es neutralizada con la salida del gobierno de algunos ministros moderados y la publicación de otros decretos que daban al poder un cariz netamente reaccionario:
"...serían condenados a muerte los que... gritasen muera el rey, viva Riego, viva la Constitucíón, mueran los serviles, mueran los tiranos, viva la libertad."
Simultáneamente, las autoridades locales llevaban a cabo la campaña del Terror Blanco, y la Iglesia, con sus Juntas de Fe, remedo del Santo Oficio, procesaba o condenaba a muerte, sin pararse a consideraciones, como en el caso del maestro Antonio Ripoll.
Estas medidas aún parecen insuficientes a la facción apostólica del absolutismo. Presentan en todo momento la postura política de mayor radicalismo e intransigencia. Son apoyados estos apostólicos por la Iglesia en su intento de cerrar filas y de defender a la "cristiandad hispánica" de todo contagio exterior. Su postura intenta amasar la verdad, el poder de Dios y los privilegios económicos como punta de una "reacción clerical desenfrenada".
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