Las instrucciones dieciochescas que llegaban de Madrid, la falta de agilidad, retraimiento y adustez de Labrador y el afán exlusivista de las grandes potencias, representadas por diplomáticos tan preparados y hábiles como brillantes, dejando poco margen de actuación a las potencias secundaria, componen este cuadro sobrio. Las potencias secundarias no firman, son invitadas a "acceder" a lo que planean Alejandro I, Tayllerand, Metternich, Castlereagh y Hardenberg.
España queda desplazada y resentida y no tiene otro remedio que firmar en 1817 y adherirse a la Santa Alianza.
Ni el prestigio de España como potencia mundial en el siglo anterior, ni los sacrificios del pueblo español en su Guerra de Independencia, habían podido suplir la falta de un equipo diplomático preparado. A pesar de la victoria, quedaba consumado el descenso de España a la condición de potencia secundaria.
Esta subordinación a las grandes potencias queda reflejada en la intervención militar francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823, para derribar el régimen liberal y sacarse la espina de la derrota y humillación de la década anterior.
América, la inestabilidad política y las guerras civiles acaban por colocar a España, con respecto a Europa, en una posición económica deudora. El bajón internacional de España se reflejará también en el endeudamiento exterior, al que no tiene otro remedio que acudir Fernando VII para enfrentarse a una constante crisis financiera, incapaz de paliar sin acudir a profundas reformas de base, como ya hemos expuesto anteriormente.
A partir de la revolución francesa de 1830, el occidente europeo sufre otra sacudida liberal. En España repercute en la moderación del absolutismo fernandino, que, a través de una serie de hechos, prepara el advenimiento del régimen liberal y la realización de una profunda labor revolucionaria.
Austria, Prusia y Rusia y los absolutistas peninsulares opondrán una fuerte resistencia a la España liberal. La respuesta consistirá en desligarse de la Santa Alianza y buscar una "entente cordial" con Francia, Inglaterra y Portugal y confirmar su comunión ideológica en el "Tratado de Cuádruple Alianza". El resultado de esta alianza parte de una tutoría de Madrid y Lisboa por parte de Londres y París, con lo que España queda subordinada definitivamente a las grandes potencias. Es cierto que franceses e ingleses apoyan a los liberales españoles en la guerra carlista, pero queda muy clara la descalificación de España como potencia europea. Los gobiernos españoles son desairados por el gobierno francés de Luis Felipe, negándose a desarticular la rebelión carlista y diciendo irónicamente que los intereses españoles, tan celosos de su independencia, son contrarios a toda mezcla de extranjeros en sus asuntos internos.
Pero Francia e Inglaterra sólo humillaron así el prestigio político de España. Otra prueba tuvo que aguantar el prestigio heroico de la Guerra de la Independencia. La opinión pública europea en 1840 sobre España se condensaba en esta frase: "La barbarie española". Francia e Inglaterra tuvieron que reclamar enérgicamente al gobierno español que carlistas y liberales dejasen de asesinarse y hacerse una guerra tan cruenta. Estas reclamaciones acaban por hundir el prestigio moral de España. Algunos historiadores celosos, pero sin dejar por ello de ser sinceros, señalarán en este aspecto que la barbarie europea superaría muy pronto a la española.
Resumiendo: entre 1808 y 1840 la política exterior española adquiere un abrumador carácter pasivo, queda mediatizada por parte de las grandes potencias y es reducida a potencia pequeña y secundaria.
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