La gestión gubernamental de José I y sus colaboradores en los cinco años pasados en España no podía ser muy brillante, si tenemos en cuenta una injerencia extranjera y un pueblo en armas. La monarquía josefina, excesivamente subordinada a París y a Napoleón, nunca pudo resolver sus problemas acuciantes. El problema financiero era insostenible; no había dinero, y Napoleón tampoco lo mandaba; ante esta carencia monetaria, cualquier actividad estaba hundida de antemano. Los otros problemas eran el de la integración territorial y el de la independencia política. Ninguno de ellos fue resuelto, ya que Napoleón anexionó a Francia la parte norte del Ebro y los generales napoleónicos se comportaron en España como auténticos virreyes , obedeciendo sólo al emperador y no permitiendo injerencias ni de José I ni de los afrancesados.
España fue una espina en la carrera napoleónica. El emperador jamás quiso comprender sus problemas; intentó olvidar una realidad que terminó hundiéndole. Para comenzar, la acogida dispensada al rey José fue decepcionante. José Bonaparte escribirá a su hermano el emperador, comunicándole que el pueblo español no le era adicto, llegando a predecirle: "Vuestra gloria se hundirá en España". Esta carta está fechada el 24 de julio de 1808. Hacía sólo cuatro días que José había llegado a Madrid.
Los primeros meses de su reinado se caracterizarán por los intentos de captar, atraerse y apaciguar a los españoles. Es una política conciliatoria a través de la cual intenta convencer a la masa de la población de las ventajas del cambio de dinastía. Los ministros del rey -Urquijo, Pedro Ceballos, Cabarrús, Azanza, Mazarredo, O'Farril, Piñuela- promueven una campaña propagandística por medio de periódicos, folletos y enviados especiales a las provincias. Posteriormente, y afrancesados los métodos conciliatorios, se pasará a exigir un juramento de fidelidad, lo que arrojó una cifra de unos dos millones de "juramentados", carentes de motivación política. Los propios ministros afrancesados intentan persuadir a sus amigos intelectuales en favor de la convivencia e integridad nacional, reformas, etc. Seleccionemos a modo de ejemplo estas breves palabras de Urquijo:
"Antes de la mitad de octubre se encontrarán en España 300.000 hombres que la arrasarán y someterán a la fuerza. Hoy se trata de escoger entre la guerra y la paz (motivo de conveniencia nacional), entre la conquista y la constitución (motivo político), entre las Indias y España (motivo histórico), pues hay que suponer que las perderemos, y, por fin,entre un rey justo y bueno y la anarquía."
Podemos suponer el esquilmamiento de un país en guerra permanente durante seis años y aguantando el peso de 500.000 soldados. La situación económica y financiera era caótica. Madrid moría de hambre. Es sintomático que cuando Wellington entra en la capital de España, el patriotismo madrileño gritará: "Viva el pan de a peseta".
La administración josefina acudirá a impuestos, empréstitos y confiscaciones, de los que debían responder los obispos, cabildos, monasterios y las personas más acomodadas de cada provincia. Cuando fracase este sistema, solicitará dinero de su hermano; mas Napoleón, carente de los efectos que pudiera acarrear una ayuda económica, se negará rotundamente, diciendo que "la guerra debe alimentar a la guerra".
Las numerosas cartas que José escribe al emperador tienen un solo denominador común; hombres y dinero. Necesitamos dinero. Hacen falta medios enormes. Sin dinero no puedo hacer frente a los múltiples obstáculos. Las provincias son pobres. La penuria es total. No entra nada en las Cajas reales...
Mientras, los generales napoleónicos se dedican a saquear España.
El antagonismo es evidente: para Napoleón el gobierno español son sus ejércitos; para los afrancesados, todo el poder debe residir en el rey José I y sus ministros. Rechazar la decisiva intervención de lo francés en la administración nacional y, al tiempo, pedir dinero y soldados a Napoleón: he ahí la esencial contradicción de la política afrancesada.
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