Como norma general, la acción y la ascética de San Juan de la Cruz, Santa Teresa, San Ignacio, San Pedro de Alcántara, y otros muchos de siglos anteriores, casi ha desaparecido. El dominico padre Labat dirá de los conventos gaditanos, incluso de los capuchinos, que tocaban la noche a maitines para que oyera el pueblo su sacrificada vida y se edificaran, pero los muy astutos se quedaban en la cama y luego, además, se echaban la siesta.
Pero la peor parte que infecta al clero es quizá la de los abates que se dedicaban a administradores, a maestros, tratantes; hacen compras y recados a las señoras, damas, llevan las pelucas empolvadas y perfumadas, y así son criticados en su tiempo, entre otoros, por don Ramón Pedro de la Cruz. Las religiosas hacen una vida más recoleta que los religiosos. Apenas salen a las calles y en sus conventos van desapareciendo las costumbres que habían introducido señoras aseglaradas. El que tuvieran sus descuidos no justifica una abundante literatura monjil. Se sale de lugar el párrafo del marqués de Langle al hablar del convento de las Salesas:
"Este monasterio de religiosas que en otro tiempo había servido de serrallo a los reyes, a los infantes y a los grandes de España, sigue siendo famoso por las intrigas amorosas de esas esposas del Señor, que, a menudo, dicen, tienen hijos que no son de Él".
En esta misma línea corren de boca en boca letrillas como ésta:
De que el señor cura tenga
por ama una moza alegre,
siendo mejor una vieja
para que su ajuar gobierna,
¿qué se infiere?
O esta otra:
Santolaya y Vilarbún,
Mellanzos y Palazuelos,
hacen los hijos a medias
con los frailes de San Pedro.
El filosofismo francés influye, al igual que los llamados janseanistas del siglo XVII y XVIII o la mera procedencia italiana de Carlos III y de alguno de sus ministros. Todo ello proporcionará unas normas regalistas usadas para minar el poder y la presión de la Iglesia. A veces el regalismo (el Estado ante todo) será usado como arma ideológica por los ministros reformistas.
Observamos a lo largo de la centuria un proceso de secularización del clero, trayendo también consigo beneficios para el pueblo al eleminar barroquismos y divinismos y ser sustituidos por objetivos más loables, másrazonables, pero también más fríos. Será un proceso bien llevado por los reformistas, secundados por muchos eclesiásticos.
En este proceso abundan las tensiones, que, a la postre, se inclinan en pro de los regalistas. En el terreno de los hechos la Santa Sede cedió, la Compañía de Jesús fue suprimida y la Inquisición llegaría a perder su independencia.
El clero, como la nobleza y el resto del país, se escinde en la Guerra de Sucesión: partidarios del futuro Felipe V y partidarios del archiduque. A favor de éste abundan en Aragón. Los capuchinos son en su mayoría proasutriacos. En Valencia llegaron a tomar las armas. Lo mismo ocurrió con el clero felipista.
Pero esta constante de llamar a las guerras "cruzadas" y cargarlas de una hinchazón religiosa, y no social, que es lo que más arrojan las guerras civiles, los partidarios de Felipe V llegaron a sostener que había que negar la absolución a los partidarios de los austriacos. Luego vinieron las vejaciones y emigraciones a Viena e Italia. Consecuencia también del apoyo que prestaba Clemente XI al archiduque será que Felipe V rompa relaciones con la Santa Sede y expulse al nuncio de Madrid. Aunque los contactos se restablezcan, los Borbones y su administración estarán atentos a lograr autorizaciones papales y a incautarse de los beneficios y nombramientos para, con ellos, tener en su mano un arma poderosa que esgrimir contra la Iglesia opulenta. La política borbónica respecto al clero fue secularizadora, pero muy respetuosa.
La desamortización flota en el ambiente, y Godoy, forzado por los apuros financieros provocados por su descabellada política exterior, la comenzará. Fueron los primeros 1.600 millones de reales que conmocionaron a la Iglesia, y también el prólogo de lo que van a ser las desamortizaciones del siglo XIX.
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Pero la peor parte que infecta al clero es quizá la de los abates que se dedicaban a administradores, a maestros, tratantes; hacen compras y recados a las señoras, damas, llevan las pelucas empolvadas y perfumadas, y así son criticados en su tiempo, entre otoros, por don Ramón Pedro de la Cruz. Las religiosas hacen una vida más recoleta que los religiosos. Apenas salen a las calles y en sus conventos van desapareciendo las costumbres que habían introducido señoras aseglaradas. El que tuvieran sus descuidos no justifica una abundante literatura monjil. Se sale de lugar el párrafo del marqués de Langle al hablar del convento de las Salesas:
"Este monasterio de religiosas que en otro tiempo había servido de serrallo a los reyes, a los infantes y a los grandes de España, sigue siendo famoso por las intrigas amorosas de esas esposas del Señor, que, a menudo, dicen, tienen hijos que no son de Él".
En esta misma línea corren de boca en boca letrillas como ésta:
De que el señor cura tenga
por ama una moza alegre,
siendo mejor una vieja
para que su ajuar gobierna,
¿qué se infiere?
O esta otra:
Santolaya y Vilarbún,
Mellanzos y Palazuelos,
hacen los hijos a medias
con los frailes de San Pedro.
El filosofismo francés influye, al igual que los llamados janseanistas del siglo XVII y XVIII o la mera procedencia italiana de Carlos III y de alguno de sus ministros. Todo ello proporcionará unas normas regalistas usadas para minar el poder y la presión de la Iglesia. A veces el regalismo (el Estado ante todo) será usado como arma ideológica por los ministros reformistas.
Observamos a lo largo de la centuria un proceso de secularización del clero, trayendo también consigo beneficios para el pueblo al eleminar barroquismos y divinismos y ser sustituidos por objetivos más loables, másrazonables, pero también más fríos. Será un proceso bien llevado por los reformistas, secundados por muchos eclesiásticos.
En este proceso abundan las tensiones, que, a la postre, se inclinan en pro de los regalistas. En el terreno de los hechos la Santa Sede cedió, la Compañía de Jesús fue suprimida y la Inquisición llegaría a perder su independencia.
El clero, como la nobleza y el resto del país, se escinde en la Guerra de Sucesión: partidarios del futuro Felipe V y partidarios del archiduque. A favor de éste abundan en Aragón. Los capuchinos son en su mayoría proasutriacos. En Valencia llegaron a tomar las armas. Lo mismo ocurrió con el clero felipista.
Pero esta constante de llamar a las guerras "cruzadas" y cargarlas de una hinchazón religiosa, y no social, que es lo que más arrojan las guerras civiles, los partidarios de Felipe V llegaron a sostener que había que negar la absolución a los partidarios de los austriacos. Luego vinieron las vejaciones y emigraciones a Viena e Italia. Consecuencia también del apoyo que prestaba Clemente XI al archiduque será que Felipe V rompa relaciones con la Santa Sede y expulse al nuncio de Madrid. Aunque los contactos se restablezcan, los Borbones y su administración estarán atentos a lograr autorizaciones papales y a incautarse de los beneficios y nombramientos para, con ellos, tener en su mano un arma poderosa que esgrimir contra la Iglesia opulenta. La política borbónica respecto al clero fue secularizadora, pero muy respetuosa.
La desamortización flota en el ambiente, y Godoy, forzado por los apuros financieros provocados por su descabellada política exterior, la comenzará. Fueron los primeros 1.600 millones de reales que conmocionaron a la Iglesia, y también el prólogo de lo que van a ser las desamortizaciones del siglo XIX.
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