Las reales fábricas fueron instaladas por Felipe V y sus sucesores para impulsar la producción de artículos de lujo y llenar un cavío industrial en el centro de España. Se impone una relación con el país vecino. Colbert, ministro francés, dio lugar con su actuación al "cobertismo", que, dicho simplemente, consistía en la protección e intervención, por parte del Estado, en la industria y en el comercio. Estos principios de política económica serán los que lleven a cabo los hombres del despotismo ilustrado. El objetivo era alcanzar una balanza comercial favorable a base de esta polítia mercantilista, un tanto agresiva, si bien impuesta por la coyuntura internacional y la propia situación de decadencia española heredada por los Borbones.
Las normas legislativas abundarán a lo largo del siglo, sobre todo en lo que respecta a la prohibición de importar objetos de ferretería, muebles, tejidos y una gama de manufacturas de todo tipo; y a su vez, la prohibición de exportar materias primas, como lana o cáñamo. El objetivo es claro: competir y aliviar la producción nacional. A veces la normativa no resulta, ya que, con demasiada frecuencia, el fraude y el contrabando abren boquetes en tan optimistas principios.
Con esta misma facilidad se atacará a uno de los gremios que obstruían la introducción de los nuevos métodos y cerraban el paso a los que trataban de llegar por sus propios medios. Si con Felipe V los gremios habían alcanzado las cimas más altas de proteccion, con Carlos III la política oficial cambió. La publicación del "Discurso sobre la educación popular", de Campomanes, marca una pauta con su tendencia a suprimir los gremios para mejorar la producción nacional.
Son muchas las medidas que se toman: se permite imitar los productos extranjeros; se permite tener cuantos telares se quieran; se enseñan oficios en los hospicios; no se impide a los hijos ilegítimos tener su oficio; se va absorbiendo gradualmente el trabajo de mujeres y niños; se obliga a los gremios a admitir forasteros; se trata, por todos los medios, de eliminar los prejuicios sociales que pesaban sobre el trabajo manual, etc.
En esa línea mercantilista hay que ver el impulso a las maestranzas y arsenales citados anteriormente. Lo mismo se puede decir de los palacos de La Granja, Aranjuez y Real, y, sobre todo, las instalaciones industriales con finalidad de restaurar la producción de géneros finos y autoabastecerse de tejidos para evitar la importación. Téngase en cuenta que los paños ingleses importados en 1873, por ejemplo, se evaluaban en unos 200 millones de reales.
Surgen las fábricas de paños de Guadalajara, Brihuega, San Fernando, Sevilla, Almarza, Ávila, Cuenca, Ezcaray y Segovia; de seda, en Talavera y Murcia; de algodón, en Ávila; de lino, en San Ildefonso y León; de tapices, en Madrid; cristales, en San Ildefonso; tabacos, en Sevilla; porcelanas, en el Buen Retiro, etc...
Ejemplar testigo es la Real Fábrica de Guadalajara, la primera en establecerse, en 1718; su objetivo es fabricar tejidos de lana de estilo holandés. Ideada por Alberoni y realizada por Ripperdá, contó desde el principio con 50 tejedores holandeses. En los seis primeros años se invierten en ella 12 millones de reales. La producción, casi desde el principio, disminuye en cantidad y calidad, y a la mala administración se suman las quejas de técnicos y obreros.
El gobierno de Fernando VI tiene que subvencionarla con dos millones de reales al año, cantidad representativa de sus pérdidas. Posteriormente se cederá en arriendo a los Cinco Gremios de Madrid, pero seguirá siendo deficitaria. Con Carlos III, las pérdidas, y por lo tanto las subvenciones, son de seis millones de reales al año. El gobierno se vuelca en ella. Entre 1780 y 1790 había 800 telares modernos y 4.000 tejedores. Daba trabajo a 40.000 hiladores, que vivían incluso en La Mancha. Pero esta fábrica, que era una de las mayores de Europa, no rendía.
La fábrica de estampados de algodón, en Ávila, tampoco rendía a satisfacción. Padecía de un enclave similar y de los mismos defectos de organización, producción y venta. En seguida se obligaron a trapasarla a un particular, para luego desaparecer.
Los resultados de estas reales fábricas fueron pobres, debiéndose, entre otras cosas, a los siguientes motivos:
-En toda Europa las grandes fábricas reales fracasaron. El tamaño y la integración vertical de los telares en todo el proceso productivo hacía posible acometer la producción en gran escala. Pero este sistema, establecido en Europa en el siglo XIX, necesitaba de innovaciones técnicas que redujeran los costes de producción. En el siglo XVIII, su gran tamaño resultó antieconómico.
-La dirección y administración se mostraron ineficaces al no procurar los métodos más eficientes de producción. Aparte, se dieron algunos casos de malversación de fondos.
-Se dio una importancia preferente a los problemas técnicos y mecánicos de la producción.
-Hubo un estancamiento de estilos y una inadaptación a la competencia de los textiles extranjeros, más baratos, más ligeros y de más colorido; y esto tanto en seda y lana como en lino y algodón. En las reales fábricas se preocuparon excesivamente por los textiles finos.
-No hubo ensamblaje entre los productores oficiales y los particulares; dicha combinación hubiera sido ventajosa tanto a corto como a largo plazo, pues al desaparecer las reales fábricas, excepto en Béjar y Segovia, no dejaron ni rastro de su existencia.
-Factores naturales: su ubicación estaba muy alejada de las costas. Esta lejanía, unida a una incompleta y rígida red viaria y a unos vectores escasos y caros, tuvieron que hacer frente al coste excesivo de los transportes. La carencia de agua fue otro obstáculo, y uno más el que los núcleos urbanos del interior (excepto Madrid) fuesen pequeños.
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Las normas legislativas abundarán a lo largo del siglo, sobre todo en lo que respecta a la prohibición de importar objetos de ferretería, muebles, tejidos y una gama de manufacturas de todo tipo; y a su vez, la prohibición de exportar materias primas, como lana o cáñamo. El objetivo es claro: competir y aliviar la producción nacional. A veces la normativa no resulta, ya que, con demasiada frecuencia, el fraude y el contrabando abren boquetes en tan optimistas principios.
Con esta misma facilidad se atacará a uno de los gremios que obstruían la introducción de los nuevos métodos y cerraban el paso a los que trataban de llegar por sus propios medios. Si con Felipe V los gremios habían alcanzado las cimas más altas de proteccion, con Carlos III la política oficial cambió. La publicación del "Discurso sobre la educación popular", de Campomanes, marca una pauta con su tendencia a suprimir los gremios para mejorar la producción nacional.
Son muchas las medidas que se toman: se permite imitar los productos extranjeros; se permite tener cuantos telares se quieran; se enseñan oficios en los hospicios; no se impide a los hijos ilegítimos tener su oficio; se va absorbiendo gradualmente el trabajo de mujeres y niños; se obliga a los gremios a admitir forasteros; se trata, por todos los medios, de eliminar los prejuicios sociales que pesaban sobre el trabajo manual, etc.
En esa línea mercantilista hay que ver el impulso a las maestranzas y arsenales citados anteriormente. Lo mismo se puede decir de los palacos de La Granja, Aranjuez y Real, y, sobre todo, las instalaciones industriales con finalidad de restaurar la producción de géneros finos y autoabastecerse de tejidos para evitar la importación. Téngase en cuenta que los paños ingleses importados en 1873, por ejemplo, se evaluaban en unos 200 millones de reales.
Surgen las fábricas de paños de Guadalajara, Brihuega, San Fernando, Sevilla, Almarza, Ávila, Cuenca, Ezcaray y Segovia; de seda, en Talavera y Murcia; de algodón, en Ávila; de lino, en San Ildefonso y León; de tapices, en Madrid; cristales, en San Ildefonso; tabacos, en Sevilla; porcelanas, en el Buen Retiro, etc...
Ejemplar testigo es la Real Fábrica de Guadalajara, la primera en establecerse, en 1718; su objetivo es fabricar tejidos de lana de estilo holandés. Ideada por Alberoni y realizada por Ripperdá, contó desde el principio con 50 tejedores holandeses. En los seis primeros años se invierten en ella 12 millones de reales. La producción, casi desde el principio, disminuye en cantidad y calidad, y a la mala administración se suman las quejas de técnicos y obreros.
El gobierno de Fernando VI tiene que subvencionarla con dos millones de reales al año, cantidad representativa de sus pérdidas. Posteriormente se cederá en arriendo a los Cinco Gremios de Madrid, pero seguirá siendo deficitaria. Con Carlos III, las pérdidas, y por lo tanto las subvenciones, son de seis millones de reales al año. El gobierno se vuelca en ella. Entre 1780 y 1790 había 800 telares modernos y 4.000 tejedores. Daba trabajo a 40.000 hiladores, que vivían incluso en La Mancha. Pero esta fábrica, que era una de las mayores de Europa, no rendía.
La fábrica de estampados de algodón, en Ávila, tampoco rendía a satisfacción. Padecía de un enclave similar y de los mismos defectos de organización, producción y venta. En seguida se obligaron a trapasarla a un particular, para luego desaparecer.
Los resultados de estas reales fábricas fueron pobres, debiéndose, entre otras cosas, a los siguientes motivos:
-En toda Europa las grandes fábricas reales fracasaron. El tamaño y la integración vertical de los telares en todo el proceso productivo hacía posible acometer la producción en gran escala. Pero este sistema, establecido en Europa en el siglo XIX, necesitaba de innovaciones técnicas que redujeran los costes de producción. En el siglo XVIII, su gran tamaño resultó antieconómico.
-La dirección y administración se mostraron ineficaces al no procurar los métodos más eficientes de producción. Aparte, se dieron algunos casos de malversación de fondos.
-Se dio una importancia preferente a los problemas técnicos y mecánicos de la producción.
-Hubo un estancamiento de estilos y una inadaptación a la competencia de los textiles extranjeros, más baratos, más ligeros y de más colorido; y esto tanto en seda y lana como en lino y algodón. En las reales fábricas se preocuparon excesivamente por los textiles finos.
-No hubo ensamblaje entre los productores oficiales y los particulares; dicha combinación hubiera sido ventajosa tanto a corto como a largo plazo, pues al desaparecer las reales fábricas, excepto en Béjar y Segovia, no dejaron ni rastro de su existencia.
-Factores naturales: su ubicación estaba muy alejada de las costas. Esta lejanía, unida a una incompleta y rígida red viaria y a unos vectores escasos y caros, tuvieron que hacer frente al coste excesivo de los transportes. La carencia de agua fue otro obstáculo, y uno más el que los núcleos urbanos del interior (excepto Madrid) fuesen pequeños.
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